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Las Tierras del Sur se caracterizaban por ser de una riqueza inconmensurable. Sus vastas llanuras estaban tapizadas por verdes pasturas. Allí había una infinidad de bosques, compuestos por una enorme variedad de árboles. Estos bosques contaban con una importante cantidad de quebrachos, acacias, araucarias, robles y, por sobre todo, ombúes, el árbol sagrado de los nativos de estas tierras. La interminable pampa contaba, en su límite oeste, con una enorme cordillera.
La cadena montañosa recorría a lo largo la Tierra del Sur. Sus imponentes cumbres nevadas, le daban un marco de grandeza y de mucho misterio. A este espectáculo de grandeza visual, había que agregarle los numerosos volcanes que en ella se erigían, los cuales eran de escasa actividad, sólo algunos despedían grandes y espesas nubes de vapor. Justo al centro de esta majestuosa cadena montañosa, se elevaba el volcán más grande y el más activo de todos. Los habitantes del lugar lo llamaban Omín. Según las creencias de estos hombres, Omín era la morada de Elem, “el caído en desgracia”. Este majestuoso pero mítico volcán colindaba a unos quinientos metros con un profundo abismo que, según las creencias, no tenía fondo. Este profundo abismo lo habría abierto Mapuam, “El creador”, justamente para encerrar a Elem. La entrada estaba sobre la base de una de las grandes montañas de la cordillera. Entre ésta y Omín había un extenso y profundo cañón que los unía; los habitantes lo denominaban “El callejón de los Sacrificios”. La entrada al abismo, en ese momento, se encontraba obstruida por una enorme roca que, según las creencias, fue puesta ahí por Elem cuando escapó.
La interminable cordillera estaba adornada por infinidades de vertientes, que formaban pequeños arroyos que, a su vez, se iban uniendo y formando los grandes y torrentosos ríos que cruzaban de oeste a este las Tierras del Sur, hasta llegar al Gran Mar del Este. Estos caudalosos ríos hacían que las tierras que recorrían fueran muy fértiles. Pero a medida que se acercaban al territorio, que según los nativos era gobernado por Elem, el paisaje de fertilidad se iba modificando hasta convertirse en un páramo agreste y sin vida.
El Gran Mar del Este es la mayor extensión de agua de toda la región. Sus orillas bañan todo el límite este de las Tierras del Sur. Cuando uno se para sobre sus blancas playas puede ver cómo su extensión se pierde en el horizonte, lo que generaba en los pobladores de estas tierras una visión de magnificencia y poder. Tal es así que se lo consideraba sagrado, ya que, según estos nativos, toda la vida había sido creada por Mapuam, que era el dios soberano, quien había utilizado al Gran Mar del Este para crear todo ser viviente que habitaba esas tierras. Por ese motivo, y por su inagotable fuente de peces, era considerado sagrado por los habitantes del lugar.
El límite norte de estas tierras estaba demarcado por un enorme río de escasa profundidad. En su margen norte, se encontraba la oscura y misteriosa Selva Negra; casi impenetrable por su espesa vegetación, era considerada tabú por los habitantes de las Tierras del Sur, ya que de ella se contaban historias fantásticas de hombres malvados y seres misteriosos y esquivos.
Al sur se hallaba lo que los nativos denominaban el Desierto Blanco. Este páramo de nieves eternas y fríos intensos, hacía que nadie pudiera ni siquiera acercarse, ya que a las personas que se arriesgaron a internarse en él, no se las volvió a ver con vida. Dentro de estos límites vivían, en armonía, los denominados Hombres de las Tierras del Sur. Estos hombres pertenecían a una raza muy fuerte físicamente, eran amantes de la caza y la pesca, de las que subsistían. En su vida cotidiana eran muy pacíficos, pero cuando era necesario demostraban ser eximios guerreros y hábiles creadores de armas. Estos hombres y mujeres vivían en una civilización muy simple. Sus vidas se caracterizaban por estar divididas en clanes, que contaban con un gobernante local, llamado Cacique. Estos caciques, a su vez, estaban subordinados por el Cacique Mayor, que en ese entonces se llamaba Calkén.
Cada clan contaba con un territorio propio e independiente del resto, y entre unos y otros la armonía era muy fuerte. Pero la paz que se vivía entre estos clanes, se rompería por la ambición de poder de su cacique mayor.
Una vez al año, y en vísperas de la temporada fría, los caciques, de los distintos clanes, se reunían para designar las ofrendas que le debían ser entregadas a Elem. En los albores de esta civilización, Elem había querido apoderarse de estas tierras, pero luego de grandes e interminables batallas, Elem y los hombres de las Tierras del Sur llegaron a un acuerdo: una vez al año, Elem, durante el cambio de la estación de las lluvias a la estación fría, saldría de su morada, el volcán Omín, y reclamaría las ofrendas que estos hombres le entregaban, las cuales consistían en parte de las riquezas de los distintos clanes, y como ofrenda mayor, la vida de una mujer o un niño. Si esto no se cumpliera, Elem consideraría rota la tregua e invadiría al mundo con sus ejércitos. Los ejércitos de Elem estaban compuestos por quilcos, seres creados por el mismo Elem. Contaban con una fuerza física casi mágica y eran extremadamente sanguinarios en sus actos. Estos terribles seres tenían una apariencia casi humana, sus rostros eran muy similares a los de un felino, sus bocas estaban adornadas con grandes dientes que podían ser usados como armas, ya que su mordida tenía una fuerza descomunal. Vestían armaduras negras, que los hacían casi inmunes a los ataques con las armas convencionales de la época. Tenían manos grandes y fuertes, sus dedos terminaban en filosas garras, que podían usar como armas en el combate cuerpo a cuerpo. También eran eximios guerreros con los arcos y flechas, ya que su vista era mucho más aguda que la de los humanos. La forma de matar a una de esta criaturas era acertándole con una flecha o una daga por arriba de su cuello. Éste era el punto débil que tenía un quilco, ya que el resto del cuerpo tenía el poder de regenerarse. Pero si la flecha o la daga estaba forjada con las piedras del Valle de la Luna, donde ésta hiciera contacto le provocaría una herida mortal.
El Valle de la Luna estaba compuesto por un grupo de cerros que formaban un círculo casi perfecto. Estaba dentro del territorio que limitaba con Omín. Según contaba la leyenda, el valle fue creado por Mapuam, cuando éste desprendió un trozo de la luna e hizo que impactara allí, para que los hombres tuvieran las herramientas necesarias para enfrentar a Elem y sus hordas.
Los quilcos eran comandados por los pilches, también creados por Elem, para manejar y dirigir a sus ejércitos. Eran excelentes estrategas y despiadadamente violentos en combate. Su apariencia era similar a la de los quilcos, pero eran mucho más grandes y poderosos, sus cuerpos de casi dos metros de altura y sus gruesas armaduras los hacían rivales casi invencibles en batalla. Pero tenían el mismo punto débil que los quilcos. Los pilches, a su vez, eran dirigidos por Mistra, que era el hijo de Elem. A éste y a su padre, los habitantes del lugar jamás los habían visto, sólo sabían que eran inmortales, sanguinarios y totalmente despiadados con cualquier ser viviente que tuviera la mala suerte de cruzárseles en el camino.
La leyenda contaba también que a Mistra y a Elem el único ser que les podía dar muerte era el Garivao, un ser creado por Mapuam, por lo que también era inmortal. Pero la leyenda cuenta que había caído en desgracia por culpa de Elem y Mistra.
Todo empezó cuando Mapuam decidió echar de su reino a Elem, por las maldades que estaba empeñado en cometer. En ese momento fue que Mapuam decidió confinar a Elem al abismo sin fondo. Para custodiar este abismo fue creado el Garivao, ya que sabía que si Elem escapaba del abismo iba a tratar de contaminar al mundo con su maldad. El Garivao fue creado como un ser hermoso e inmortal. Su obligación era dar aviso a Mapuam si Elem trataba de escapar del abismo. Como el Garivao era una creación de Mapuam, amaba todo lo creado por éste. Pero tenía una especial predilección por los niños, al verlos tan frágiles e indefensos. Por culpa de uno de estos niños fue que éste cayó en desgracia.
La historia cuenta que un día el Garivao estaba sentado sobre una roca, cuando ve un niño que caminaba por la orilla del río que costeaba el callejón. Esto le extrañó un poco, ya que ahí no había ningún pueblo cerca.
Pero de repente al niño le sale un puma y lo asusta, entonces retrocede, trastabilla y cae a las torrentosas aguas. Al ver esto, sin pensar el Garivao corre a su rescate. Mientras tanto, dentro del abismo, Elem observaba todo con detenimiento. Aprovechando la distracción de su guardián, sale de su encierro y corre a través del callejón y se interna en el interior del volcán Omín. Desde ese momento, Elem y su hijo Mistra gobiernan la cordillera en toda su extensión.
Al enterarse de lo sucedido, Mapuam castiga al Garivao, pero éste se defiende contando lo allí ocurrido. Entonces es cuando su creador le demuestra al Garivao que la criatura que intentaba salvar era Mistra convertido en niño, y que todo fue un ardid para distraerlo y que Elem pudiera escapar.
El castigo impuesto por Mapuam al Garivao fue convertirlo en un ser horrible y despreciable a los ojos humanos. Por ese motivo su cuerpo sufre una espantosa transformación que lo convierte de un ser hermoso a uno con la apariencia de hombre, pero con forma de lobo. También es castigado a vagar en soledad por las orillas de la cordillera. El Garivao, al verse así, le pregunta a su creador:
—¿Por qué me castigas de esta manera?
—El tiempo dirá si eres realmente merecedor de las virtudes que te ofrecí al comienzo.
Desde ese instante, el Garivao vaga en soledad por las cercanías de la cordillera, y como es mitad hombre y mitad lobo, adquiere las mañas de las dos especies. Pero la soledad y el odio hacia todo lo que tenga que ver con Elem, lo hizo desarrollar una destreza sin igual en la lucha contra los quilcos y pilches, a los que desde entonces busca y extermina.
La temporada de lluvias estaba llegando a su fin; con ella se terminaba la época de abundancia y venía el periodo de escasez. Este cambio de temporada no sólo traía el frío, sino que también marcaba la venida de Elem a reclamar sus ofrendas anuales.
En la reunión anual de caciques se trataban diversos temas cotidianos, como lo eran los diferendos limítrofes, bodas entre parejas de distintos clanes; y lo que nadie quería tratar, pero por obligación lo hacía, era a cuál de los clanes le correspondía ofrecer el sacrificio, y lo más horrible era consensuar quién sería.
Calkén era el cacique mayor, por consiguiente era el más poderoso de todos. Tal era su poder que lo que él decía tenía que ser cumplido, pero si por algún motivo esto no era así, utilizaba todo su poder y astucia para torcer las ideas a su antojo, mediante manejos y negocios oscuros. Calkén había llegado a ser cacique mayor por herencia de linajes, ya que sus territorios siempre fueron los más extensos, con el ejército más poderoso. Pero este cacique tenía en mente quedarse con las tierras de Amuk, que era uno de los caciques de segundo rango, por consiguiente de menor valía a la hora de votar.
Amuk era un hombre fuerte, muy inteligente, con voz suave y agradable, de un carácter amable pero muy firme en sus decisiones y, por sobre todo, muy respetuoso de las leyes impartidas por el consejo anual de caciques. Esto se contrastaba con la fiereza que lo tenía como a uno de los mejores guerreros de todas las Tierras del Sur. Era muy fuerte físicamente, muy hábil con cualquier tipo de armas y un gran estratega a la hora de resolver un conflicto bélico. Estaba casado con Chinak, hija de otro cacique llamado Thok. Tenía tres hermanos, uno de ellos se llamaba Kokeshke, y era un hombre alto y musculoso, de pocas pero precisas palabras, contaba con un carácter frío y calculador. Muy respetado por todos, era muy temido por sus arranques de mal humor, pero a la vez muy admirado por su destreza y valentía en combate.
Amuk también tenía una hermana, que era gemela de Kokeshke, se llamaba Shía, una hermosa mujer de piel bronceada, alta como su hermano, de figura sensual y movimientos felinos. Se diferenciaba de los demás por su larga y blanca cabellera, que le llegaba hasta los hombros. La delicadeza y sensualidad en su comportamiento habitual, contrastaba drásticamente con su agresividad en batalla, ya que era la única guerrera de toda la región. Verla luchar causaba placer, ya que su agresividad combinada con su belleza la hacían un rival casi imbatible. También era muy admirada por los hombres y por las demás mujeres de la región, ya que todas ellas se dedicaban exclusivamente a los quehaceres del hogar. Shía era respetada y admirada por su carácter irónico y apacible en la vida cotidiana.
El tercero de los hermanos de Amuk se llamaba Maíp. Por ser el menor de los cuatro, era el más consentido, por lo que se había transformado en un joven salvaje e indomable. Su contextura física era delgada y de estatura media. Era muy querido por la gente del clan de Amuk, ya que tenía buenos sentimientos hacia los demás. Pero era la oveja negra de la familia. Como el resto de sus hermanos, era muy diestro en batalla; su punto débil era no obedecer a sus hermanos mayores, ya que siempre tomaba riesgos innecesarios en combate.
El territorio de Amuk era uno de los más ricos, junto con el de Calkén. Tenía varias cosas a favor. Una de ellas era que estaba bañado por dos grandes ríos que se unían en un inmenso lago central. Estos ríos estaban bordeados por añejos y enormes sauces llorones; sus amplias llanuras estaban cubiertas por espesas y verdes pasturas. Los animales que se alimentaban de ellas eran de mejor calidad que los demás, por lo que era una zona excelente para la caza. La extensión de este territorio iba desde la cordillera hasta el Mar del Este. Al norte limitaba con el territorio de Calkén, y parte del territorio de Thok. Este límite lo demarcaba un enorme río que, con su serpenteante recorrido, iba de oeste a este y desembocaba en el inmenso Mar del Este. Al sur limitaba con otro río que tenía el mismo recorrido que los demás. Este límite natural separaba al territorio de Amuk con el de otro cacique llamado Kashka. A todo este paisaje de abundancia había que sumarle que el territorio de Amuk contaba con el emplazamiento del famoso Valle de la Luna, siempre codiciado por Calkén, quien por ese motivo trató de urdir algún plan para apoderarse de ese territorio.
El día se estaba yendo, se comenzaban a ver las primeras estrellas en el diáfano firmamento. La jornada había sido muy intensa, más para Calkén, que había tenido varias reuniones secretas; la más larga fue con su hermano menor Thok, padre de Chinak.
Luego de los saludos de rigor dieron comienzo a la reunión anual. Los temas se iban tocando según el cronograma habitual, que se había impuesto con el paso de los años. Todos los temas y conflictos se habían revisados y votados por una unanimidad. Pero llegaría el que nadie, salvo Calkén, quería tocar: saber cuál sería el clan que ofrecería el sacrificio mayor y, por sobre todo, saber quién sería la sacrificada. Todos los clanes habían dado la penosa ofrenda, sólo restaban el clan de Thok y el de Amuk.
En el momento de la votación, a Calkén se lo veía tranquilo, pero a Thok se lo notaba triste y ofuscado.
Como la votación fue pareja y no hubo una mayoría total, ni por uno ni por otro, Calkén sería quien tendría la obligación de decidir el resultado. Entonces se para al centro de los ahí reunidos y dice:
—Como cacique mayor decido que el clan que efectuará el sacrificio este año será el clan de Amuk, y la elegida para dicho sacrificio será Chinak, la esposa de Amuk.
Al escuchar la decisión de Calkén, Amuk se pone de pie y propone una nueva votación. Pero como era de pensar, Calkén se niega, les habla a sus pares, y como si todo ya estuviera pactado, se niegan, aduciendo que la resolución ya había sido tomada.
Amuk gira y mira fijamente a Thok, como pidiéndole ayuda; esquivándole la mirada, Thok sólo atina a quedarse callado.
El amanecer se había hecho presente con sus primeros fríos. Ya en su territorio, Amuk entra a su choza y manda llamar a sus hermanos. Una vez los cuatro reunidos les comunica la decisión del consejo. Al escuchar la noticia, éstos inmediatamente se rehúsan a acatar la orden.
Pero como Amuk era un hombre de honor y sumamente respetuoso de las leyes de su pueblo, aunque estuvieran en su contra, le dice:
—La votación fue pareja y la decisión final fue ésta, y por más que nos pese habrá que cumplirla.
Por la noche, ya en la intimidad de su dormitorio, Chinak le pregunta a su esposo cuál era el motivo por el que estaba tan preocupado. Éste le da un fuerte beso y le dice:
—Acompáñame, debo reunir a todo el pueblo.
Ambos salen. Al cabo de unos minutos, el pueblo se empezaba a congregar al frente de su choza. Una vez reunidos, su cacique les comunica la decisión del consejo.
Chinak, al escuchar la noticia, se aferra fuertemente a su hijo, y sin demostrar ningún tipo de asombro, da un paso al frente y les dice:
—Si fui yo la elegida, será un honor para mí sacrificarme por mi pueblo.
La noche transcurría con mucha tranquilidad, sólo se oía el ulular de los zorros, una que otra lechuza y, como todas las noches, un verdadero concierto de grillos.
Shía sale de su choza, no podía dormir porque todavía le daba vueltas en la cabeza la horrible idea del sacrificio de su cuñada. Al salir de la choza, escucha un sordo gemido. Agudiza el oído y la vista y descubre que era Chinak quien sollozaba en soledad, sentada en la enorme raíz del gran ombú, que resguardaba a las chozas del pueblo.
Al verla, Shía se le acerca y abrazándola le dice:
—Esto ha sido idea de tu tío Calkén. Tú sabes que siempre quiso tomar nuestras tierras, pero como nunca se animó a un conflicto, pactó con los demás caciques y arregló la votación.
—Ya lo sé —responde Chinak, y agrega—: tú sabes que sin mi presencia tu hermano no tendrá el apoyo de mi padre. Pero aparte de eso, lo que más me aflige en este momento es saber que no podré ver crecer a mi hijo como lo soñamos con Amuk.
Al término de esos dichos, Chinak le hace jurar a Shía que velará por su hijo desde ahora en adelante. Shía jura con lágrimas en los ojos, y se funden en un fuerte e interminable abrazo.
El amanecer encontró a Chinak durmiendo en el regazo de Shía, y a ésta con los ojos negros clavados en la cordillera que limita al oeste con su tierra.
La imagen de claridad que daba el cielo completamente cubierto contrastaba hermosamente con la suave bruma que se elevaba levemente sobre la verde pastura.
Al ver que los hombres venían de realizar las pescas matinales, Shía pide y exige reunirse con sus hermanos. Una vez los cuatro reunidos les propone, sin ningún tipo de rodeos, ser ella la sacrificada, a lo que Amuk se niega, explicando:
—Calkén ya partió hacia el Callejón de los Sacrificios para dar parte de cómo y quién será la ofrendada. Y todos sabemos qué podría suceder si Elem no recibe la dote pactada.
—Entonces habrá que prepararse para la guerra, porque todos sabemos que cuando tu esposa ya no esté, Calkén querrá atacar y tomar nuestro territorio —dice Kokeshke.
Amuk, acongojado por todo lo que hasta ese momento había estado ocurriendo, le contesta:
—Si así debe ser, así será.
A todo esto, Maíp no había pronunciado palabra alguna, todos lo veían muy triste ya que Chinak había sido como una madre para él. En ese momento Shía le pide una opinión y Maíp, totalmente desencajado, se levanta y sale corriendo de la choza.
El atardecer parecía haber entendido los ánimos en el pueblo de Amuk. Sus habituales conciertos de canto ese día habían hecho un silencio casi cómplice.
Amuk ayudaba a su esposa y se preparaban para el viaje que los llevaría hacia el Callejón de los Sacrificios.
En ese momento, y sin que su hermano mayor se entere, Maíp entra a la choza de Kokeshke. Durante una hora sólo se oye un leve murmullo en su interior; luego de ese tiempo salen Maíp seguido por Shía, por detrás de ellos escuchan a Kokeshke, que dice:
—Que nuestro pueblo nos perdone.
Al día siguiente todo el clan se reúne debajo del gran ombú para despedir a Chinak, que junto a su esposo realizará el viaje de ida sólo para ella.
Chinak se detiene por un instante, mira su territorio por última vez y, junto con su marido, parte hacia el Callejón de los Sacrificios.
Luego de un extenuante y triste viaje, llegan al Callejón de los Sacrificios, justo al frente de una de las laderas del volcán Omín. Amuk coloca a su esposa sobre el altar de sacrificios. Enciende una hoguera y coloca las demás ofrendas, que fueron donadas por el resto de los clanes. Chinak mira a su esposo y le dice que puede retirarse. Pero éste le contesta que se quedará con ella hasta el último instante.
La noche se había hecho presente. De pronto, cuando sólo se escuchaba el sonido de los animales nocturnos, se hizo un silencio sepulcral. Las nubes, como si fueran cómplices del espectáculo, cubren totalmente a la luna, dejándolos alumbrados solamente por la luz de la hoguera. Detrás de una de las laderas se oyen unos sonidos extraños, no humanos ni naturales. Entonces Chinak se despide de Amuk, que se retira sin querer mirar hacia atrás. Chinak se recuesta en el altar, se acomoda y cierra los ojos.
Los sonidos espectrales se hacían cada vez más fuertes y se escuchaban cada vez más cerca. En ese momento se oyen los sonidos de unos tambores, que hacían retumbar la tierra. Justo en el momento en que Amuk sale del callejón, al otro lado se ve asomar la silueta de un quilco, y detrás otros seis más y más atrás un enorme pilche.
Mientras Chinak rezaba en silencio una plegaria, por detrás del altar y aprovechando la oscuridad como aliada, tres sombras se escurren furtivamente hacia ella. Eran Kokeshke, Shía y Maíp, que arrastrándose logran llegar hasta donde estaba Chinak, sin que los quilcos se dieran cuenta de esta maniobra. Shía tapa la boca a Chinak, y con esfuerzo trata de convencerla, ya que ésta se rehusaba a ser rescatada. Mientras los demás hermanos montan guardia, Shía le dice con voz firme:
—Hazlo por tu hijo, que te extraña y que todavía se encuentra sentado sobre la raíz del ombú, desde el momento que te fuiste.
Chinak reflexiona y accede, y junto con los tres hermanos se escabullen entre las sombras.
Al llegar al altar, los quilcos no encuentran la ofrenda que venían a buscar, eso les causa una tremenda sorpresa y uno de ellos emite con fuerza un chillido desgarrador, que junto con los demás y seguido por el pilche hace estremecer la tierra. En ese momento, el pilche ordena a sus quilcos que salgan a buscar por los alrededores. Mientras, prófugos estaban saliendo del callejón, dejaban atrás a esos seres demoníacos, que se desesperaban en una búsqueda frenética chillando con furia.
Al llegar al pueblo, Amuk encuentra a su hijo dormido sobre una de las raíces del enorme ombú, lo acaricia y, como sospechando algo, entra en las chozas de sus hermanos y no los encuentra. En ese mismo instante, los prófugos ya estaban en plena fuga. Cuando de repente, y por detrás de una roca, un quilco les sale al cruce. Al verse acorralados, los tres hermanos desenvainan sus armas y cubren con sus cuerpos a Chinak. El quilco se para y emite un sonido muy parecido al que hacen los pájaros carpinteros cuando buscan comida. Entonces Maíp les dice, gritando:
—¡Está pidiendo ayuda!
Sin pensar en las consecuencias, Kokeshke se abalanza sobre el quilco seguido por Shía. El quilco se defiende dando golpes con sus filosas garras. Los tres se debatían en una lucha descomunal. De pronto, y en un descuido del quilco, Maíp, con un certero disparo de su arco, le atina justo entre sus ojos. El quilco da un paso hacia atrás emitiendo un sonido sordo y cae muerto al piso. Sin perder tiempo, Shía toma del brazo a Chinak y junto con sus hermanos se dan a la fuga.
Mientras tanto en el pueblo, Amuk, al no encontrar a sus hermanos vuelve al ombú, toma a su hijo en brazos y se queda viendo fijamente hacia la cordillera. Con las primeras luces del día y la pesada bruma de la mañana, logra divisar, en dirección del callejón, cuatro siluetas que, cuando se acercan, reconoce que son sus hermanos, y por detrás de ellos aparece Chinak. Al verla, sin pensar sale corriendo y se funde en un apasionado abrazo. Los tres hermanos, realmente agotados, observan la escena con el orgullo de creer haber hecho lo correcto. Entonces Amuk vuelve a la realidad y les pregunta con severidad y voz firme:
—¿Qué han hecho?
Kokeshke, con su habitual frialdad, le responde:
—Rescatar a tu esposa y evitar una guerra con Calkén.
Amuk, visiblemente ofuscado, les dice.
—Elem ahora querrá tomar represalias contra Calkén, que seguro las tomará contra nosotros, y ésto no sería nada si es que Elem no decide hacer algo más terrible, ya que es la primera vez en décadas que él no recibe su dote anual.
Shía les dice que Calkén se arregle, ya que todo esto ha sido tramado por él.
Amuk, enojado, les repite:
—Lo que ha sucedido hoy es muy grave y seguro habrá tremendas consecuencias.
Maíp, que hasta ese momento no había pronunciado palabra alguna, desenvainando sus armas, les dice:
—Si hay consecuencias que las haya, nuestro pueblo los estará esperando.
La noche empezaba a ser gala de las primeras sombras. En el territorio de Calkén, las patrullas de vigilancia hacían sus primeras rondas habituales.
Estas patrullas recorrían todos los límites del territorio, buscando algún tipo de infiltrado.
Una de las patrullas que se encontraba en el límite oeste, se disponía a pasar la noche en un pequeño claro que le ofrecía un tupido bosque de acacias, que estaba en cercanías del volcán Omín. El sólo saber dónde estaban les provocaba un frío intenso a los soldados de la patrulla.
Estas patrullas estaban compuestas por guerreros de Elite, la cantidad de soldados la daba la extensión del territorio a custodiar. En el bosque de acacias ya habían pasado las primeras cuatro horas de guardia. Los soldados se encontraban sentados alrededor de la hoguera. Cuando de pronto, por detrás de unos matorrales que adornaban al bosque, uno de los guardias alcanza a divisar en la penumbra una silueta de características humanas. Éste, sin perder tiempo, les avisa a sus compañeros. Tomando sus armas, los restantes guardias giran sus miradas hacia el lugar que les había señalado su compañero. Mientras la sombra permanecía inmóvil, el soldado que la había avistado le pide, con un grito, que se acerque y que se de a conocer. En ese momento, los demás guardias se abren en abanico, tratando de cercar a la siniestra sombra. Mientras éstos desplegaban su estrategia, el jefe de la patrulla se acerca a la misma. En el momento en que el soldado habría estado a unos seis o siete metros de la silueta, del extremo superior de ésta se encienden dos pequeñas luces rojas como el fuego. Esto impacta en el ánimo de los soldados, que quedan paralizados. Luego oyen un sonido extraño que jamás sus oídos habían escuchado, no era humano ni animal. Sólo que al escucharlo les estremecía hasta los huesos. El sonido tenía una similitud al chasquido que emiten los murciélagos. Era tal el misterio y el pavor que tenían estos guerreros, que sin recibir orden alguna, todos al unísono desplegaron sus armas. En ese momento, el horrendo sonido se detiene y junto con él todos los sonidos del bosque. En ese preciso instante, el silencio se hizo sepulcral. Los soldados ya se prestaban para rodear a la silueta. Observan atónitos cómo el extraño da un tremendo salto y cae parado sobre una rama de la acacia que estaba a su lado. La sorpresa fue enorme al ver la altura en que había saltado la silueta, ya que ningún hombre normal la hubiera podido alcanzar. De pronto el silencio se rompió al escuchar el aterrador sonido anterior; luego de unos escasos segundos el chillido se hizo más intenso, tan desgarrador fue el sonido que los soldados no pudieron soportarlo y fueron obligados a taparse los oídos. En el momento en que el sonido iba progresando, las luces rojas aumentaron su intensidad. Esta visión provocó un tremendo terror a los soldados, que sin dudar y tapándose los oídos, se dieron a la fuga. Al tratar de huir, los soldados se dan cuenta de que la silueta ahora se encontraba nuevamente al frente de ellos. No podían creer su velocidad, pero luego de unos segundos uno de los soldados se da cuenta y les dice a los demás:
—No es la misma, es otra.
Al girar sus miradas, se dan cuenta de que ya no eran dos, sino tres. De pronto, y por detrás de ellos, aparece una cuarta sombra que de esta forma cierra el círculo alrededor de los soldados. Las sombras comienzan con sus horrorosos chillidos, los soldados observan que las sombras se agazapan, ellos empuñan sus armas y se miran unos a los otros, luego de unos minutos las sombras dan un salto y caen sobre los soldados.
Al amanecer, Calkén se disponía a pasar revista a las patrullas que, de a una, iban llegando de las fronteras. Pero de las diez patrullas sólo cinco habían vuelto de allí. Calkén, asombrado, reúne a las patrullas recién llegadas y les pregunta si sabían algo de las demás; los jefes le responden no saber nada de los otros grupos. Uno de ellos le recuerda que había sido una noche atípica, ya que de un momento a otro el silencio los había envuelto. Otro, comentó que había escuchado algunos sonidos raros en cercanías de la zona oeste, pero sólo había sido por unos pocos minutos.
Al escuchar estos relatos, Calkén elige a sus mejores quince soldados y les ordena que lo sigan, y sin dudar parten hacia la frontera oeste, en búsqueda de las patrullas extraviadas.
Al llegar allí, donde habitualmente acampaban y se hacía base para la guardia nocturna, quedan helados y aterrorizados al ver el escenario que tenían ante sus ojos.
La primera patrulla es encontrada esparcida por todo el perímetro. Los cuerpos estaban irreconocibles, salvo por las telas de las vestimentas, que daban a conocer las identidades de los soldados.
Colgado de una rama con los pies hacia arriba, estaba el único cuerpo entero, sólo que le faltaba la cabeza y en su espalda tenía escrito, con algo muy filoso, la palabra “Sacrificio”.
Calkén, blanco por la impresión, ordena la recolección de los cuerpos y con el resto de los soldados parten en búsqueda de las demás patrullas. Al llegar al otro punto de vigilancia se encuentran con el mismo dantesco espectáculo, pero esta vez en el muerto que colgaba, sin cabeza, la leyenda decía: “Calkén”.
Así fue sucediendo el día, una tras otra fueron encontradas las patrullas, pero en cada una de ellas el mensaje era distinto. Una decía: “Venganza”; la otra decía: “Muerte”, y en la última: “Esclavitud”.
Sin dudas que éste era un horrendo y sádico aviso. Al investigar en la zona, encuentran que todo había sucedido muy rápidamente y casi sin ningún tipo de resistencia de parte de los fallecidos. También en el lugar se encontraron muchas huellas de quilcos.
Calkén se da cuenta de que esto ha sucedido porque el sacrificio no se había realizado, como estuvo pactado. Entonces, sin dudarlo, toma a un reducido grupo de soldados y parten hacia los territorios de Amuk.
Para llegar a dicho territorio, había que costear la cordillera y seguir corriente abajo al río que se dirige desde el volcán Omín hacia el centro del pueblo de Amuk. Calkén y sus soldados iban fuertemente armados, pero la ira de Calkén no le dejaba ver el terror en los rostros de sus soldados. Éstos, de más de mil batallas, presentían que ésta no sería una misión más, y en sus rostros se podía percibir el miedo que los recorría.
Al atardecer, en un claro, Calkén ordena detener la marcha y que se preparen para acampar. Hacen una hoguera y colocan centinelas alrededor del perímetro. La noche comenzaba con su habitual concierto, que contrastaba con el silencio de los soldados. De pronto, uno de los centinelas da un grito de terror y cae desplomado con su estómago partido en dos, como si lo hubiesen cortado con mil navajas. En ese instante, otro soldado da la voz de alarma y todo el grupo, incluido Calkén, desenvainan sus armas. Los soldados forman un círculo humano, y en su interior colocan a Calkén, cuando de pronto, por los reflejos de la luna, observan cómo un grupo de quilcos comienzan a retarlos, haciendo el mismo sonido que la noche anterior. Calkén, visiblemente aterrado, ordena a sus soldados que ataquen, pero éstos, por el pánico, dudan un segundo. Calkén repite la orden y sus soldados, emitiendo su grito de guerra, saltan despedidos contra los quilcos. Con Calkén sólo se queda su lugarteniente como custodia. Mientras los demás guerreros corren hacia los quilcos, éste y su custodio salen corriendo hacia el otro lado. Mientras los guerreros corrían para enfrentarse a los quilcos, observan que detrás de ellos aparece la silueta de un pilche, que les ordena atacar a los soldados, y sin dudar los quilcos arremeten y embisten a los guerreros. El choque fue rápido y fulminante. El grupo de guerreros de la elite de Calkén, gritaba de terror mientras eran destrozados por las garras de los quilcos.
Al terminar el combate, el pilche se detiene a observar el dantesco espectáculo y en ese momento se da cuenta de que ahí no se encontraba el cuerpo de Calkén. Entonces de inmediato les ordena a sus quilcos que salgan a buscarlo. Al escuchar esta orden cuatro quilcos salen despedidos a toda velocidad en búsqueda de Calkén. Éste y su custodio habían huido por un sendero que costeaba el río que los llevaría justo al centro del pueblo de Amuk.
Este sendero estaba a unos treinta metros de altura, sobre las márgenes del río, que en ese sector era muy caudaloso por la gran pendiente y por las enormes rocas que adornaban su cauce.
Los fugitivos habrían corrido por más de una hora, pero los quilcos ya le estaban dando alcance. En ese momento el custodio lo toma del brazo a Calkén y lo empuja contra la pared de la montaña. Lo cubre con su cuerpo y se coloca en posición defensiva. Los quilcos se detienen a unos pocos metros de ellos emitiendo el horrendo sonido, después de callar se le abalanzan. El custodio se interpone entre el ataque de los quilcos y Calkén. Éste, aterrorizado, observa cómo destrozan a su lugarteniente sin que pudiera haber dado tan sólo un golpe. En ese momento de confusión y frenesí asesino de los quilcos, Calkén no duda y salta hacia el río. Ya en el aire nota que algo lo detiene y siente en la espalda un dolor terrible, como si lo estuvieran desgarrando en vida. Gira la cabeza y observa que un quilco le había clavado sus garras en la espalda y lo sujetaba con ellas. En ese momento, y con un movimiento desesperado, Calkén le da un golpe con su daga, cortándole el brazo. El quilco lo suelta y éste cae hacia las oscuras aguas del torrentoso río.
La caída fue larga y parecía interminable. El golpe contra la superficie del río lo atonta y su cuerpo gravemente herido se sumerge, desapareciendo totalmente.
Los quilcos en la orilla del acantilado sólo emitían leves sonidos mientras miraban hacia las profundidades del río. Cuando por detrás de ellos se escucha un fuerte chillido muy agudo que los hace callar y volver rápidamente al lugar de donde vinieron.
El amanecer se disponía a desplegar toda su belleza sobre el vasto territorio de Amuk. Éste y sus hermanos se preparaban para ir de pesca, como lo hacían todas las mañanas.
Al llegar al lugar preferido, Kokeshke, que se disponía a recoger sus redes, observa en la orilla un cuerpo visiblemente herido y bañado en sangre que se acerca y descubre que es Calkén, que con un susurro le pregunta por Amuk. Kokeshke se pone de pie y de un grito llama a su hermano. Éste se acerca y con asombro ve a Calkén gravemente herido. Amuk se arrodilla a su lado y Calkén, casi sin voz, le cuenta lo sucedido. Le pide disculpas y le hace jurar que tratará de salvar a la mayor cantidad de personas posibles y en especial a su hija Maya, ya que Elem se dispondrá a sacrificarla, luego de destruir toda aldea y pueblo en las Tierras del Sur. Amuk, tomándolo por la nuca, lo incorpora levemente al tiempo que le jura que tratará de salvar la mayor cantidad de gente posible. En ese momento, Calkén lo interrumpe diciéndole que debe estar preparado porque esto es el comienzo de una terrible e inevitable guerra. Después, se retuerce del dolor y queda con la mirada fija y sin el brillo de la vida. Amuk se pone de pie y dice a sus hermanos:
—Siento decirles que lo que me esperaba después de aquella noche, ya ha dado comienzo.
Shía lo mira a su hermano mayor y le dice:
—Prefiero morir en batalla que ser una cobarde que necesita de un sacrificio humano para preservar la paz.
Amuk la mira con respeto, y en ese momento le ordena a ella y Kokeshke que vayan de inmediato en ayuda del pueblo de Calkén, que seguramente estará ajeno a todo lo sucedido. Él y Maíp volverán al pueblo a preparar a sus guerreros para la batalla.
Sin discusión alguna, Shía y su hermano vuelven a sus chozas y toman varias bolsas de puntas de flechas y sin perder tiempo parten hacia el territorio de Calkén.
Mientras Amuk ordena a las mujeres, niños y ancianos, a replegarse hacia las cuevas que se encontraban en el Valle de la Luna, también les ordena que una vez allí deberán forjar la mayor cantidad de armas que puedan y en el tiempo más rápido posible. Mientras, Maíp selecciona a los hombres más aptos para la batalla, para que engrosen las filas de su ya temible ejército.
Al escuchar esto, Chinak deja a su hijo al cuidado de una amiga y sale rápidamente de su choza. Llega adonde estaba su marido y le dice:
—Creo que este problema demandará muchos hombres para solucionarlo. Y con tu permiso te pido que me dejes ir a lo de Thok, para pedirle que nos ayude con sus ejércitos.
Amuk se sentía orgulloso de su familia, entonces sin dudar le responde que sí. Que vaya y le pida ayuda a su padre.
En ese momento, Kokeshke y Shía entran al territorio de Calkén y son testigos de la desolación que estaban llevando a cabo las hordas de quilcos. El camino tomado por los quilcos era fácil de descubrir, ya que tras los pasos de estos engendros, sólo quedaba destrucción y muerte. La devastación que estos ejércitos propinaban no hacía distinción de razas, ya que hombres y animales eran asesinados por igual. La vegetación, que hasta ayer era de un color verde jade, hoy era un páramo reseco y amarillento. Mirando el suelo, sólo se podía ver grandes cantidades de huellas de quilcos, todas ellas alineadas hacia el centro del pueblo de Calkén.
Al ver este paisaje aterrador, Kokeshke dice a su hermana que conoce un atajo, y luego de comentárselo, ambos aceleran el paso. El camino elegido por los hermanos era más elevado que el resto de los demás. Gracias a ello pueden observar la magnitud del conflicto que se había desatado. Recién allí toman conciencia del problema que tenían que solucionar, ya que nunca habían visto tanta cantidad de quilcos como en ese momento. Shía, con su habitual ironía, le dice:
—Bueno, hermanito, una mitad es para mí y la otra te la dejo a vos.
Kokeshke la mira de reojo y esboza una leve sonrisa, toda una carcajada para su frío carácter. El camino que los conducía hacia el pueblo de Calkén se internaba en un pequeño bosque. Una vez dentro, aceleran el paso y luego de una media hora salen de allí y se encuentran ante las puertas del pueblo. La vida de sus habitantes era de absoluta normalidad, totalmente ajenos al problema que se acercaba. Al llegar al centro, la gente del lugar los miraba sin entender el motivo de su prisa. Entonces Kokeshke pide hablar con la persona a cargo del pueblo. De la choza central aparece un hombrecito que, con aire altanero, les dice con voz chillona e inquisidora:
—Soy Smoki y estoy a cargo. ¿Qué hacen aquí?, ¿con qué autorización osan interrumpir la paz del pueblo?, ¿dónde esta Calkén?
A todas estas preguntas, Kokeshke las contesta con su habitual frialdad:
—Salvándote la vida. ¡Qué te importa! Está muerto.
Helado y perplejo por las respuestas de Kokeshke, Smoki no supo qué decir y un frío le corrió por la espalda. Ya que sabía, por conocerlo, que el enorme guerrero no era de andar con rodeos innecesarios.
Shía, con una sonrisa cómplice, al escuchar la forma de responder de su hermano, le pregunta:
—¿Dónde esta Maya?
Smoki, todavía perplejo por lo sucedido, levanta la mano derecha y señala la choza principal. Sin dudar un instante, Shía entra en ella y a los pocos minutos sale de la choza con Maya tomada de un brazo. Maya era una jovencita de unos diecinueve años, su piel morena y su corte de rostro, hacía que tuviera las características físicas habituales de la gente de esas tierras. Se la veía totalmente asustada y nerviosa, ya que Shía le había contado lo sucedido hasta ese momento. Mientras, Kokeshke le había ordenado a Smoki que reuniera al pueblo.
Una vez reunidos, los hermanos cuentan lo que estaba ocurriendo: la gente del lugar quiso entrar en pánico, pero Shía los tranquilizo diciendo que para eso ellos habían venido. Luego de unos minutos de deliberación, Kokeshke le ordena a su hermana que tome a todas las mujeres y niños y junto con un grupo de soldados parta con urgencia hacia las cuevas del Valle de la Luna.
Mientras Shía partía hacia su destino, su hermano, con el grueso de los soldados de Calkén y un grupo de hombres, con las condiciones físicas para la pelea, ensayan una suerte de maniobras para permitir que su pueblo tenga el tiempo necesario para huir.
En el preciso momento que Shía y su gente parten, su hermano empieza a organizar las defensas en conjunto con los generales del ejército de Calkén. Toma las bolsas de puntas de flecha y les ordena que las cambien por éstas a todas sus flechas. Sin perder tiempo se abocan a este trabajo, y una vez terminado el trabajo de cambiar las flechas, por las traídas del valle de la luna, Kokeshke, por medio de sus generales, los ubica en las posiciones preestablecidas para esperar la llegada del ejército enemigo. La espera no fue larga, pero les pareció una eternidad. Por el sendero oeste, ya se escuchaban las hordas de quilcos. Éstos, al salir del sendero, no se dieron cuenta o nunca se imaginaron que los estarían esperando. Una vez que el ejército de quilcos estuvo al descubierto, Kokeshke no duda y ordena de inmediato el ataque. En segundos, una andanada de flechas surca el cielo e impacta contra el ejército y una gran cantidad de quilcos cae fulminada.
El pilche que estaba detrás de la primera línea de su ejército se sorprendió, y sin perder tiempo ordenó el contrataque. La furia de los quilcos no se hizo esperar, éstos con una velocidad anormal se abalanzaron contra el pueblo, pero una segunda andanada de flechas hizo estragos nuevamente en sus filas. La marea de quilcos era demasiado grande, en comparación con la cantidad de soldados que tenía Kokeshke. Por ese motivo, los quilcos seguían arremetiendo.
Gracias a las fuerzas que el gran guerrero del sur les daba a sus hombres, se mantuvo la distancia hasta que la última andanada de flechas surcó el cielo. Entonces, sin dudar, Kokeshke ordena la inmediata retirada de su ejército. Las hordas de quilcos los siguen a toda velocidad, y enseguida les dan alcance. Kokeshke, sintiéndose presa de una cacería humana, ordena un contrataque desesperado y así es como comienza una batalla desigual. Los soldados de Kokeshke luchaban con valor, pero eran netamente superados por el enemigo. Kokeshke, sin pensar, luchaba de igual a igual con los quilcos. Sus soldados, al verlo, no podían creer la fuerza y la furia que ponía en cada golpe. Eso sólo les daba un toque de valor a sus dirigidos que trataban de imitarlo. El gran guerrero del sur en ese momento es atacado por un quilco, desde atrás y dando un giro de trescientos sesenta grados, le clava su daga en el cuello, hiriéndolo mortalmente. De pronto, y por detrás del quilco muerto, aparece la enorme figura del pilche. Kokeshke en ese momento no tuvo reacción, ya que la velocidad del pilche fue superior. Éste sólo atina a esquivar el primer golpe. Pero cuando el pilche estaba por asestarle el segundo, por detrás de Kokeshke apareció, como un relámpago, Shía, que con su daga desvía el golpe. Al ver esto, el pilche por unos segundos queda perplejo, tiempo que es aprovechado por Shía, que se pone a la par de su hermano. En ese instante, éste le pregunta:
—¿Qué estás haciendo acá?
—Salvándote el pellejo, hermanito —contesta Shía, mirándolo de reojo.
En ese momento el pilche ataca a los hermanos y éstos se funden en un brutal combate.
El pilche se sentía avasallado por el ataque de los hermanos, pero igualmente su instinto le decía que debía seguir peleando. De pronto, y por sobre una pequeña loma en las afueras del pueblo, una nube de flechas oscurece el cielo y caen sobre los quilcos, matando a cientos de ellos. Al ver esto, el pilche detiene su ataque por un segundo y con asombro observa que el ataque venía de parte de un gran ejército comandado por Amuk y Thok. Sin dudar más reanuda su pelea con los hermanos. Esta distracción es aprovechada por Kokeshke, que hace un súbito movimiento hacia la derecha, mientras que su hermana con un movimiento digno de un felino, salta sobre el pilche y le clava la daga en el costado derecho de su cuello, al tiempo que Kokeshke, inclinándose hacia abajo, le ensarta su daga en la axila izquierda. En ese momento, el pilche emite un sonido sordo y envuelto en sangre cae muerto al piso. Al ver a su general muerto se crea un ambiente de confusión en los quilcos, que huyen del combate emitiendo sus horrendos chillidos.
La matanza fue tremenda, de los soldados que comandaba Kokeshke sólo quedaban unos pocos cientos. Al encontrarse los hermanos, Amuk los saluda y les dice:
—Esto es sólo el comienzo, habrá que organizarse porque seguro que nos espera un ataque más grande y furioso.
La calma era aparente. Los hombres juntaban los cuerpos mutilados mientras que los generales de los ejércitos, junto con Amuk y suegro, se disponían a tener una reunión.
La hoguera era el centro de la reunión. De un lado estaban los hermanos Kokeshke, Shía y Maíp. Al frente de éstos, Amuk y a su lado, Thok, con su lugarteniente y hombre de mayor confianza, Sóreck.
El chisporrotear de la leña contrastaba con la oscura noche que los cubría.
En esa reunión se discutía cuál serían los pasos a seguir y cómo sería la forma más conveniente de salir de semejante problema, ya que no sólo se estaba poniendo en juego la vida de estos valerosos pueblos, sino que, seguramente, el conflicto se expandiría más allá de las fronteras de las Tierras del Sur.
Por eso, lo primero que expresó Amuk fue la necesidad de detener este conflicto lo antes posible.
Entonces Thok le dice:
—¿Tú crees que nuestros ejércitos están capacitados para eso?
—No lo sé —contesta Amuk—. Solo sé que debemos detener a Elem y sus hordas, porque sino esto será como una enfermedad que sé ira extendiendo y no tendrá cura.
Kokeshke pide la palabra, todo el mundo hace silencio, ya que él y Shía fueron los primeros humanos que demostraron que los pilches no son indestructibles como se suponía. Entonces éste dice:
—Yo creo que debemos refugiarnos en las cuevas del Valle de la Luna, ahí tendremos el suficiente suministro de armas y podremos defendernos mejor de un ataque frontal.
Maíp interrumpe a su hermano diciendo que él ya había dejado precisas órdenes a su gente.
El Valle de la Luna estaba compuesto por un grupo de pequeños cerros que formaban un círculo casi perfecto. Dentro de este círculo montañoso se hallaba el Valle de la Luna. Estaba ubicado en el extremo sur del territorio de Amuk. Su única entrada estaba formada por las laderas de dos de sus cerros. Este pasaje era demasiado estrecho para que pudiera ingresar un ejército de grandes magnitudes. Por ese motivo, el valle tenía un valor estratégico, ya que se podría defender con poca cantidad de soldados. Dentro, se encontraban diseminados por la llanura, los restos de una gigantesca roca que hacía milenios había caído del cielo. Por este motivo los lugareños lo llamaban el Valle de la Luna, ya que se creía que era un pedazo de luna que había caído en ese lugar. Dentro de la llanura del valle se encontraban esparcidos los restos de esa piedra, su color rojizo le daba al lugar un halo de misterio, este raro metal era utilizado por la gente de Amuk para construir elementos de caza, pesca y todo tipo de armas, ya que a éstas les daba un poder especial, con ellas se podía derrotar tanto a quilcos como a pilches muy fácilmente. Por éste y otros motivos el valle siempre fue muy codiciado por Calkén y por otro cacique de poca monta llamado Kashka.
En el lugar opuesto al pasaje de entrada al valle se encontraban las cuevas y sus famosos laberintos. Estas cuevas eran usadas por el pueblo de Amuk como refugio alternativo para soportar cualquier tipo de ataque o asedio externo. Dentro de ellas había unas redes de pasajes que formaban un enorme e intrincado laberinto, sólo el cacique de estas tierras sabía cuál era la salida del mismo.
Amuk, al escuchar la decisión que había tomado su hermano Maíp, agrega que el valle sería un lugar especial, pero peligroso, para una emboscada. Kokeshke dice:
—Habrá que poner sectores de defensa por sobre la entrada y al frente. Shía los interrumpe diciendo:
—Ustedes están planeando todo con cuidado, pero me parece que es muy arriesgado llevar el combate tan cerca de nuestra gente. Yo creo que deberíamos llevar la lucha lo más lejos posible de los nuestros.
—Tienes razón —contesta Amuk— pero yo creo que en el valle se podrá tener una oportunidad de ganar. Yo sé que el riesgo es grande, ¿pero qué ventaja tendríamos si perdemos esta guerra? Ya que todos sabemos lo que sucederá a partir de hoy. Creo que desde hoy en adelante se marcará la diferencia entre la paz, que nosotros queremos, y la oscuridad y el terror que Elem pretende sembrar en el mundo.
Thok escuchaba el diálogo sin pronunciar palabra alguna, sólo estaba atento, interpretando las inquietudes y opiniones de sus valientes camaradas. Pero después de un rato, cuando todos habían terminado con sus opiniones, tomó la palabra y les dijo:
—Todos sabemos cómo matar a un quilco o a un pilche. Pero se olvidan de lo más terrible, se olvidan de Elem y su hijo Mistra.
Los hermanos hacen un silencio profundo, ya que no sabían qué decir al respecto. Entonces Thok con voz firme les pregunta:
—¿Cómo matar lo que no muere? ¿Cómo conocer lo que no se conoce?
Shía entonces le pregunta:
—¿Qué hacemos al respecto?
Entonces Thok, con su voz apacible pero rígida, le contesta y explica que en el territorio del sur, que era gobernado por Kashka, existía un bosque llamado Wokul, el más antiguo de todas las Tierras del Sur, ubicado al sudoeste del territorio de Kashka. En este antiguo y misterioso bosque, que los lugareños consideraban tabú, vive un ser que todo lo sabe y todo lo puede, y que seguro podrá darnos una respuesta a estos interrogantes.
—¿Cómo llegaríamos al bosque? —pregunta Maíp con su habitual ímpetu. Thok le responde:
—Tomando el camino que los lleva hacia el río que divide sus fronteras, luego cruzarlo y tomar hacia el sur por el sendero que costea la gran cordillera.
Conociendo las ambiciones desmedidas de Kashka, Amuk comenta:
—Creo que Kashka ya se debe de haber enterado de lo sucedido y seguro que querrá sacar sus réditos personales.
—Seguro que será así —comenta Thok—. Pero ustedes no tendrán contacto alguno con él o su gente, ya que el camino que les digo los llevará derecho hacia el bosque Wokul, y sabiendo de la superstición de su pueblo hacia ese bosque, estoy seguro que nadie se acercará. Sólo en el caso extremo de que lo necesiten imperiosamente deberán acercarse al pueblo.
Totalmente impaciente, Maíp les dice:
—Basta de charla y sólo díganme cuándo partiremos.
Thok lo mira con mirada paternal y le dice:
—Ten paciencia, todos sabemos de tu ansiedad por las batallas. Pero antes deben saber que el camino que les expliqué los lleva por los límites del reino de Mistra. Por esos parajes deberán ir con mucha cautela, ya que Mistra, como a Elem, no lo conocemos físicamente. Lo único que sabemos es que Mistra cuenta con muchas artimañas para lograr lo que desea. Una vez llegado al bosque, se darán cuenta de que han llegado porque sus árboles son los más altos y frondosos de todo el territorio, ya que, según se dice, este bosque fue lo primero en ser creado sobre la tierra. Una vez dentro de él deberán encontrar en el centro al gran ombú, que tiene la particularidad de ser el primer árbol que tuvo. En su enorme tronco se halla la guarida del Garivao, amo y señor de Wokul. También se lo conoce por tener la habilidad de comunicarse con los animales. La leyenda cuenta que el Garivao es el único ser en este mudo capaz de derrotar tanto a Elem como a Mistra. Pero este ser ermitaño tiene muy mal humor y se comenta que no anda solo, ya que cuenta con un guardián que lo protege y lo acompaña. Su mal carácter lo hizo recluirse en Wokul, pero creo que en este momento lo podremos tener como aliado, ya que él odia a todo lo que tenga que ver con Elem, pues por su culpa cayó en desgracia.
Shía entonces interrumpe el relato de Thok y le pregunta:
—¿Cómo lo reconoceremos?
—Una vez dentro del bosque se darán cuenta —responde Thok.
Después de haber escuchado con atención los comentarios de Thok, Amuk les ordena a sus hermanos que alisten a un grupo de los mejores guerreros y partan de inmediato en búsqueda del Garivao.
El padre de Chinak, antes que salgan de la choza, les ofrece a veinte de sus mejores guerreros; estos soldados eran de su guardia personal, por consiguiente eran los mejores preparados para el combate. Amuk los acepta, dándole las gracias y luego le dice a su hermano Kokeshke que él será el líder del comando.
Una vez preparados, Kokeshke y sus hermanos, junto con los veinte soldados de Thok, parten en búsqueda del Garivao. Mientras, Amuk y su suegro parten hacia el Valle de la Luna, con sus ejércitos y el remanente que había quedado del ejército de Calkén. Una vez allí, se abocarán a preparar las defensas.
Esa noche fue muy tranquila con respecto a las anteriores, los soldados pudieron descansar bien.
El amanecer los envolvió con su bruma matutina, el paisaje era hermoso, los pájaros entonaban sus cánticos matinales. En ese momento los dos grupos de hombres se separan y cada uno toma por el rumbo ya establecido. El grupo de Kokeshke toma a paso veloz el sendero que los guiará hacia el bosque de Wokul. El trote impuesto por Kokeshke era rápido pero silencioso, deberían llegar lo más rápido y furtivo posible al bosque que servía de morada para el Garivao.
Mientras, Amuk y Thok parten hacia el Valle de la Luna, donde los esperaba Chinak que había quedado al mando del grupo de hombres y mujeres que denodadamente trabajaban, forjando las armas para la gran batalla que se avecinaba. En ese momento, desde los confines del reino de Elem, su gran ejército se preparaba para ir a la guerra.
Este gran ejército estaba compuesto por miles de quilcos y decenas de pilches, que los comandaban.
Una vez llegado al valle, Amuk nota con intriga que su suegro había estado muy callado durante todo el viaje. Entonces le pregunta:
—¿Qué te sucede?
Thok, sin responder a la pregunta, se acerca a su hija Chinak y le da un fuerte abrazo, y con lágrimas en los ojos le pide mil disculpas, diciéndole que si él hubiera sido más valiente contra el poder que ejercía Calkén y hubiera defendido la postura de Amuk en el gran concejo, todo esto no habría sucedido.
Chinak le acaricia la nuca, le da un tierno beso en la frente y acepta las disculpas, diciendo:
—Yo creo que esto ya estaba escrito, por algo el destino quiso que así fuera.
En todo ese día se dispusieron las medidas de seguridad posibles para defenderse del ataque. Al caer la noche se colocan estratégicamente los soldados para montar guardia. El resto de la gente trata de dormir, ya que esa podría ser la última noche con vida.
Mientras tanto Kokeshke y sus soldados ya habían cruzado el río y se dirigían por el sendero que los llevaría hacia el bosque de Wokul. Luego de unos kilómetros, Kokeshke ordena un alto y les dice:
—Tomaremos un descanso de un par de horas.
Shía, sentada sobre una piedra que estaba a la orilla de un frondoso árbol, observa con admiración a los soldados que los acompañaban. Estos hombres de rostros adustos parecían no haber sentido el rigor del viaje. En ese momento, su hermano se le acerca y ésta le comenta:
—Creo que Thok ha elegido bien a nuestros soldados.
—Así es —responde Kokeshke— son hombres valientes y decididos —. Dicho esto, y sin más charla, da la orden de continuar la marcha.
Ingresando en el territorio de Kashka, escuchan con recelo un sonido ya habitual para sus oídos. Eran los sonidos que emitían los quilcos. A causa de éstos los hermanos y sus soldados agudizan al máximo los sentidos. De pronto notan que estos sonidos iban en aumento. Entonces Kokeshke, sin dudar un instante, ordena a sus soldados que se escondan, y como mimetizados por la oscuridad del paisaje, él y sus guerreros se escabullen entre los árboles y rocas del lugar.
El silencio se podía cortar con una navaja, los animales parecían haberse ido a otro lado, ya que en ese momento el concierto del bosque había quedado en total silencio. De pronto, el sepulcral silencio y la oscuridad de la noche fue rota por un grupo de quilcos que perseguían sin piedad a un reducido grupo de hombres. En ese grupo iba a la cabeza Kashka, que corría desesperadamente por salvar su vida. El espectáculo era dantesco, ya que cada soldado que se rezagaba o tropezaba los quilcos no dudaban en destrozarlo.
En el momento en que Kashka iba a ser atacado, Kokeshke no duda y ordena a sus soldados salir en su ayuda. Sin dudar, y como si fueran una manada de lobos, los tres hermanos y sus guerreros saltan y se interponen entre los fugitivos y los quilcos.
Éstos, asombrados, detienen por un instante la carrera y Kokeshke, sin darles tiempo a reaccionar, ordena un feroz ataque.
Esta batalla se desarrolló con una crueldad sin igual, ya que los quilcos jamás pensaron que estos insignificantes humanos, como ellos los llamaban, pudieran ser tan bravos y letales en combate. Una de la más destacada era Shía, ya que por su condición de mujer, parecía más vulnerable. Pero su agresividad era igual o peor que la de sus hermanos. Con sus movimientos felinos, los quilcos que la enfrentaban no tenían ningún tipo de oportunidad. La escaramuza no permitía a ningún soldado darse el lujo de sosegar su esfuerzo, ya que tanto hombres como quilcos no se tenían piedad en cada golpe que se daban. Los quilcos, por primera vez, descubrieron que estos hombres eran capaces de grandes proezas en combate y que, si bien sus fuerzas físicas no eran parecidas, estos hombres contaban con una destreza sin igual en la lucha cuerpo a cuerpo. Esta gran agilidad en combate les permitía igualar la fuerza de los quilcos, que denodadamente y cada vez con más furia trataban de aniquilarlos.
Mientras tanto, al otro extremo de la región, en el Valle de la Luna, el sol comenzaba a asomar sus primeros rayos. En el sector sur se divisaban las primeras nubes, qua anunciaban que la temporada fría se avecinaba. En ese momento, Amuk realiza una de sus tantas rondas de reconocimiento; revisando choza por choza, trataba de dar ánimo a sus integrantes. Lo que estaba por venir era extremadamente peligroso y las posibilidades de salir con vida eran muy escasas, pero así y todo Amuk trataba de levantar los ánimos de los hombres y mujeres a su cargo.
De pronto llega al frente de la choza de Thok y observa a su esposa saliendo de ella con el rostro compungido y desencajado. Sorprendido, Amuk le pregunta qué está sucediendo. Entonces con lágrimas en los ojos Chinak le responde:
—Mi padre no está.
Visiblemente preocupado, Amuk no emite ningún tipo de opinión y ordena una inmediata reunión de todos sus generales.
Al reunirse éstos, nota que Sóreck, el lugarteniente de Thok, tampoco estaba. Ordena un relevamiento urgente de sus guerreros y nota que faltaban casi la mitad de los soldados de Thok. Amuk piensa que su suegro no es ningún cobarde. Este pensamiento era totalmente distinto a los de sus generales, ya que todos pensaban que había huido.
Entonces Amuk pide silencio y con voz firme ordena que cada uno vuelva a sus tareas habituales, al tiempo que se preguntaba: “¿Qué estará tramando este viejo?”
Mientras tanto, en el territorio de Kashka, los tres hermanos y sus soldados continuaban luchando con fiereza para salvar la vida del aterrorizado Kahska que, tirado en el suelo y sin aliento, no lograba reponerse de semejante persecución.
El tiempo parecía haberse detenido, la batalla no daba respiro ni a uno ni a otro bando.
Los quilcos no podían hacer retroceder a los guerreros de Kokeshke, ya que éstos peleaban con una furia no conocida por ellos. De pronto, uno de los quilcos emite un sordo sonido y los pocos quilcos que quedaban con vida se dan a la fuga de inmediato.
En ese momento, Shía le ordena a Maíp que vaya a observar el estado en que se encontraba Kashka. Aquél sin dudar obedece, y al llegar observa cómo Kashka, ya repuesto, se pone de pie y les da las gracias por haberle salvado la vida, y les jura que colaborará con todo lo que esté a su alcance.
Kokeshke, secándose el sudor de la frente, ordena a sus guerreros que se reagrupen. En ese momento se da cuenta de que de los soldados que venían con Kashka no quedaba ninguno, y de sus guerreros sólo diez habían muerto.
Shía, acercándose, le comenta:
—La sacamos demasiado barata. Pero si los seguimos seguro que terminamos con el pleito a favor nuestro.
Pero Kokeshke, con su habitual desconfianza, le responde:
—Si bien eran pocos tengo mis dudas, ya que no está en la naturaleza de los quilcos retirarse de una pelea. Algo deben estar tramando, por lo que a partir de ahora iremos mucho más atentos que antes.
Antes de reanudar la marcha, Shía se acerca a Kashka y le pregunta si tiene algún conocimiento de cómo ubicar al Garivao, y éste le responde:
—No sé bien exactamente dónde vive, pero con gusto los guiaré hacia la zona donde mora habitualmente. Eso sí, deberán cuidarse del Ozurodoon, porque éste es el guardia del Garivao.
Este animal, que no era el único en su especie, ya que quedaban unos pocos cientos, era un tipo de oso negro de unos cuatro metros de altura, con unas garras extremadamente largas y filosas. Sus fauces totalmente cubiertas de grandes dientes filosos que a su vez contaban con cuatro enormes caninos que sobresalían de su hocico como grandes dagas curvadas hacia adentro.
Ya devuelta sobre el sendero que los llevaría hacia el bosque de Wokul, Maíp le comenta a su hermana:
—Thok no nos dijo que el guardia del Garivao era tan grande y tan peligroso.
Shía, irónicamente, le responde:
—Ya te habrás dado cuenta de que al pobre viejo no le queda mucha memoria.
Sin que éstos tuvieran conocimiento de lo que estaba ocurriendo en su territorio, el viejo Thok, con la mitad de su ejército muy bien armado, corren a campo traviesa al encuentro de los quilcos que ya habían organizado el inminente ataque al Valle de la Luna. Sóreck, su lugarteniente y mano derecha, le pregunta:
—¿Cuál será tu estrategia?
—Habrá que buscar un lugar donde emboscar a los quilcos y así darles más tiempo a los hombres de Amuk —responde Thok.
—¿Hasta cuándo deberán detener el avance de los quilcos? —vuelve a preguntar Sóreck.
Thok, muy cortante y con determinación, responde:
—Hasta nuestro último aliento.
Sóreck, que era totalmente incondicional a su cacique, asiente con la cabeza y calladamente continúa la marcha.
La noche estaba por caer sobre sus cabezas, las nubes de tormenta ya se adueñaban de las Tierras del Sur. El frío comenzaba a hacerse sentir y se podía evidenciar que las primeras nevadas ya comenzarían de un momento a otro. Thok y su ejército salen de un espeso bosque y divisan un lugar apropiado para una emboscada. Justo a la salida del bosque había una llanura de poca extensión. A su derecha se encontraba un acantilado, de varios metros de altura, donde en lo profundo corría un rápido y furioso río. Este acantilado recorría toda la extensión de la llanura, hasta llegar al espeso bosque, del cual Thok y sus soldados habían salido. Justo al frente se encontraban unas colinas de escasa altura, las cuales seguramente no impedirían el acceso del ejército de los quilcos. Pero seguro se lo haría más difícil.
Al ver el escenario al frente, Thok ordena detener la marcha y dando un vistazo al paisaje, evalúa los pro y los contra. Tomando una determinación, ordena a Sóreck que organice y disponga a los guerreros estratégicamente por todo el lugar.
Sóreck, que era un hombre duro en su carácter y leal a su cacique, inmediatamente se ocupa de posicionar a sus soldados. En ese momento, del otro lado de las colinas se podía escuchar el silbido del viento y, como un estremecedor contraste, el retumbar de los pasos y chillidos de los quilcos.
Mientras todos se van ubicando en sus puestos, Thok sube por una de las colinas y con asombro logra divisar al ejército enemigo. La imagen fue aterradora, el tamaño del ejército de quilcos era sin igual. Jamás se había visto ejército de semejante tamaño presto para el combate.
La visión de semejante ejército le demostró a Thok que Elem tenía como premisa aniquilar a todo ser viviente que se le interpusiera en el camino. A medida que el ejército avanzaba los animales del lugar huían despavoridos, corriendo por sus vidas, cazadores y presas huían sin importarles las diferencias.
En ese preciso momento los tres hermanos y sus guerreros llegan a las puertas del bosque de Wokul. Frente al espeso y oscuro bosque, Kokeshke y sus hermanos se dan cuenta porqué los hombres y mujeres de este territorio lo consideran tabú.
El formato de sus árboles tenía la apariencia de querer cobrar vida. El mecimiento de sus copas, por el viento frío, daba la sensación de tener movimientos propios, como si fueran entes sobrenaturales, y por el crujir de sus ramas parecía que conversaran entre ellos. Todo esto le daba un aspecto lúgubre al bosque, más aún cuando uno prestaba atención a las criaturas que moraban en su interior, ya que con sus cantos y chillidos hacían tener la idea de que en su interior jamás se dormía.
Kokeshke ordena detener el paso y acampar hasta el amanecer. Pero en ese momento Kashka opina hacer un pequeño alto y entrar, ya que cree que estarán más seguro dentro del bosque que en las afueras.
Maíp intercede diciendo que las luces del día son mucho menos engañosas que la penumbra de la noche. Para una búsqueda, la noche siempre encierra sus misterios y se presta para cosas siniestras.
Kokeshke duda, al tiempo que Kashka insiste. Entonces Kokeshke cruza una mirada con su hermana, ésta lo mira fijo y encoge los hombros como diciendo que él es quien decide.
Kokeshke sigue dudando y al cabo de unos minutos, Shía, ahora impaciente, les dice:
—Bueno, ya hemos llegado hasta aquí, no creo que tengamos mucho tiempo para entablar una discusión sobre si entramos o no entramos ahora. Yo creo que si vinimos a buscar al famoso Garivao debemos correr el riesgo y entrar. Así terminamos con esta misión lo más rápido posible, ya que debemos volver con suma urgencia porque Amuk nos necesita.
Maíp vuelve a insistir:
—A mí no me agrada la idea de ingresar por la noche, menos sabiendo que dentro se encuentra el ozurodoom.
Entonces Kokeshke les dice:
—Ambos tienen razón. Pero prefiero pasar la noche en el llano, como dice Maíp. Por eso ordeno que acampemos en este claro y mañana, con las primeras luces del día, entraremos al bosque.
Nadie más discutió la orden impuesta por Kokeshke, todos reconocían muy bien su voz de mando. El campamento se armó como de costumbre, pero esa noche no hubo hoguera, ya que podría haberlos delatado. Y en ese momento era lo que menos querían.
La oscuridad era total, las estrellas habían sido cubiertas con el manto espeso de las nubes de tormenta. La noche no fue de las más tranquilas, ya que adentro del bosque, se escuchaba todo tipo de sonidos y por detrás de ellos, en las planicies, el ir y venir de los quilcos se notaba en sus murmullos lejanos.
Habría transcurrido la mitad de la noche, cuando Maíp, todavía preocupado por la actitud de Kashka, se levanta del lugar donde estaba descansando y hace una ronda para darles ánimo a los guerreros que estaban montando guardia.
En ese momento se acerca al soldado que estaba de frente al bosque y nota que estaba tirado, visiblemente dormido. Maíp lo despierta dándole sacudones y recriminándole la actitud. Éste, tomándose la nuca, se defiende diciéndole que lo habían golpeado y para sacarle todo tipo de dudas le muestra el fuerte golpe que tiene en la cabeza.
Maíp, asombrado, sale disparado y le informa lo sucedido a su hermano y como presintiéndolo, sale en búsqueda de Kashka y descubre que éste no estaba en el campamento.
Entonces con fuertes palabras Maíp lo maldice y le dice a su hermano:
—Ya me imaginaba que este mal nacido nos iba a hacer una jugada de este tipo.
Kokeshke evalúa la situación y ordena a todos ponerse en alerta y en marcha. Pero en ese preciso instante un tremendo ruido a ramas quebrándose y mucho alboroto, se oye en dirección al interior del bosque. Todo este barullo daba la sensación de que algo o alguien se acercaba con rapidez. Esto alerta a Kokeshke y sus soldados que, sin dudarlo un minuto y sin ninguna orden, al unísono desenvainan sus armas y se colocan de frente hacia donde provenía el tremendo alboroto.
Al otro extremo de la región, Thok y su ejército ya estaban en posición y listos para cumplir con el plan ideado por Thok. Éste lo mira fijo a Sóreck y con una seña le pregunta si estaba listo. Éste le contesta que sí. El sonido aterrador que emitían las hordas de quilcos se oía cada vez más cerca. Thok no cesaba de dar ánimo a sus soldados. Los soldados sabían que ésta podía ser la última batalla, pero se sentían confortados al ver que su cacique estaba muy tranquilo ante la situación. El desenvolvimiento del veterano cacique en esos momentos era de mucha parsimonia. La confianza que le tenían sus soldados era tremenda. Siempre fue un gran estratega y eso hacía que sus ejércitos siempre le fueran incondicionales. De pronto, y por sobre una de las colinas, logran divisar las primeras líneas del ejército quilco. Thok seguía dándoles calma a sus soldados. Una gota de sudor corría por la sien de éste. En ese momento se pudo ver la magnitud del ejército enemigo, ya que al comenzar a bajar por la colina, ésta quedó totalmente cubierta por quilcos. Este poderoso ejército venía derecho hacia donde se encontraba el ejército al mando de Thok, totalmente ajeno a la emboscada que éste les estaba preparando dentro del espeso bosque. Thok lo mira a Sóreck y con una seña le pide calma. Éste le hace la seña de que está listo y esperando la orden.
En el preciso momento en que el ejército quilco estuvo a punto de descender de la colina, Thok dio la orden y Sóreck, con un grupo de su ejército, saltó de su escondite y con su grito de guerra corrió a toda velocidad hacia donde estaban los quilcos. El pilche que estaba al mando queda sorprendido por la audacia de este reducido grupo de soldados. De pronto, y cuando estaban a una distancia prudencial, los soldados de Sóreck desenvainaron sus arcos y a toda carrera comenzaron a arrojar andanadas de flechas en dirección del ejército enemigo. El primer impacto fue muy certero, ya que decenas de quilcos cayeron bajo las flechas de los soldados de Sóreck. Esto causó la ira del pilche y ordenó que un gran batallón de sus soldados enfrentara a los soldados de Sóreck. El batallón de quilcos estuvo apoyado por los arqueros que trataban de repeler el ataque de los hombres de Sóreck. La agilidad demostrada en esa carrera hacía casi imposible que los arqueros de los quilcos atinaran a los soldados enemigos, pero por cierto los guerreros de Sóreck seguían dando en el blanco.
Thok y el resto de su ejército sólo miraban los acontecimientos dentro del bosque. La imagen era dantesca, los ejércitos corrían a toda velocidad, la distancia entre ellos era cada vez más corta. En el preciso momento en que estuvieron a unos cincuenta metros de distancia, los soldados de Sóreck se colocaron los arcos en las espaldas y desenvainaron las dagas. Al cabo de unos segundos, los dos batallones chocaron con una fiereza nunca vista. La habilidad de los hombres de Sóreck hacía que pocos de ellos cayeran en ese tremendo choque. Pero la velocidad que llevaban estos soldados no fue amainada por los quilcos, que vieron cómo éstos superaban sus líneas y seguían la marcha contra el resto del ejército enemigo. Al ver esto, el pilche que estaba a cargo, les ordenó girar y perseguir a los hombres de Sóreck, que en ese momento habían desenvainado sus arcos nuevamente y comenzaban a lanzar otra furiosa ráfaga de flechas.
Thok, en su escondite del bosque, observa que su ejército había superado la línea de avanzada y se disponía a enfrentar al grueso del ejército de quilcos, mientras eran perseguidos por los sobrevivientes del choque anterior.
El pilche a cargo veía cómo sus quilcos caían bajo el impacto de las flechas de Sóreck y sus soldados. Pero se quedaba tranquilo, ya que creía que era sólo una banda de suicidas que morirían antes de llegar frente a él.
De pronto, y cuando el ejército de Sóreck se encontraba a unos cien metros de distancia del frente principal del ejército enemigo, éste, con un grito, ordenó el cambio de rumbo y todos sus guerreros viraron hacia la derecha y enfilaron hacia los acantilados.
Esta maniobra desubicó al pilche, que de inmediato ordenó a la segunda línea que se sumara a la persecución junto con los primeros combatientes. Sóreck y sus hombres seguían arrojando flechas mientras se acercaban al acantilado y mermaban la velocidad. Esto hizo que los quilcos pudieran darles alcance, ya que la velocidad de éstos era muy fuerte. Cuando Sóreck y sus hombres vieron que estaban a unos escasos metros del acantilado, volvieron a girar, pero esta vez en dirección del bosque. Este giro repentino fue determinante ya que los quilcos no tuvieron tiempo de frenar y casi todo el grueso de ellos cayó al vacío y se despedazó en el fondo. Esto puso furioso al pilche, que ordenó a todo su ejército salir a la caza de Sóreck. En ese momento, dentro del bosque, Thok daba la orden a sus arqueros para que cubrieran la retirada de sus hombres.
La distancia entre el ejército de quilcos y los hombres de Sóreck era bastante grande. Esta brecha permitía que los arqueros de Thok dispararan a discreción, diezmando al ejército enemigo. Luego de unos escasos minutos, Sóreck y sus hombres llegan al resguardo que les daba el bosque. Si bien este movimiento había hecho perder a varios hombres, también les había dado un tiempo precioso, que le seria útil a Amuk y su gente en el valle.
Sóreck, visiblemente agotado por el esfuerzo, se acerca a Thok y éste lo felicita. Mientras los arqueros no cesaban de lanzar sus flechas, todos en el interior del bosque pueden ver que eso no hacía demasiado daño, ya que la cantidad de soldados del ejército de quilcos los superaban de cien a uno.
Thok vuelve a dar confianza a sus soldados y se preparan para el combate cuerpo a cuerpo que en segundos se iba a llevar a cabo, ya que los quilcos estaban a las puertas del bosque.
Mientras tanto, en Wokul, los tres hermanos y sus soldados se encontraban agazapados cual felinos, atentos y listos para lo que pudiera suceder. De pronto ven que en dirección de donde provenía el alboroto, aparece Kashka con el rostro desencajado por el terror y a una velocidad que sólo el miedo puede lograr. Detrás de él, y pisándole los talones, iba la enorme bestia llamada ozurodoom, con su enorme y pesado cuerpo desgajaba a cuanto árbol se le interponía en el camino. La gran bestia, al ver a los soldados, se detiene y observa el panorama. Para ese momento Kashka ya se había protegido detrás de Kokeshke. Entonces el ozurodoom emite un bufido sordo, sacude la enorme cabeza, mueve a un lado y al otro su pesada cola, y tomando envión arremete contra los intrusos.
Al verse atacados, los tres hermanos y sus soldados se abalanzan contra la bestia que, sin inmutarse, de un sólo topetazo los arroja por los aires como si fueran muñecos de trapo. Las armas de éstos no hacían mella en la dura piel del animal, la lucha era tremendamente desigual y a medida que pasaba el tiempo se hacía cada vez más tediosa. Ni la habilidad ni la fuerza física de los hombres de Kokeshke lograban someter a semejante animal. La noche había transcurrido casi en su totalidad, la lucha continuaba como al comienzo, la bestia no daba signos de cansancio, contrariamente a los pocos hombres que en ese momento quedaban en pie, ya que sus fuerzas los estaban abandonando.
Shía, en un descuido, recibe un fuerte golpe con el revez de su garra, tremendo golpe que la despide varios metros hacia atrás, cuando cae da con su cabeza contra el tronco de un árbol seco.
Un poco atontada sacude la cabeza y observa que a su lado se encontraba un animal con apariencia perruna, que miraba con atención la colosal pelea.
Shía lo mira con detenimiento y se da cuenta de que éste no había notado su presencia. Acercándose unos centímetros, descubre algo raro en su mirada. Para ella no era una mirada animal, sus ojos transmitían algo más. En ese momento recuerda lo que les había dicho Thok y sigilosamente se dirige hacia donde estaba éste.
Este animal, con apariencia de lobo, gira la cabeza en dirección hacia ella y ésta sin darle oportunidad se abalanza contra él, tomándolo del cuello y colocando la daga debajo de su garganta, mientras con voz inquisidora le dice:
—Dile a tu mascota que nos deje en paz, si no me veré obligada a degollarte. Creo ser clara, señor Garivao. ¿No?
En ese momento el Garivao presiente, por el tono de voz, que Shía no dudará en cumplir su promesa. Entonces, haciendo un sonido extraño para sus oídos obliga al ozurodoom a detener el ataque, al tiempo que con otro sonido más agudo le ordena a la bestia que se retire. Ésta automáticamente le obedece y se retira, sentándose a pocos metros de donde se encontraban. En ese momento, el Garivao le pregunta a Shía:
—¿Por qué me sigue amenazando? Señora, ya cumplí con lo que me ordenó.
—Si eres tan sabio como dicen por ahí, sabrás que no hay hombre ni lobo que superen la desconfianza de una mujer —responde Shía.
El Garivao piensa por un segundo y asiente con la cabeza, dándole la razón. A todo esto Kokeshke se acerca, por detrás de él venía Maíp, Kashka y los soldados. Rodeando al Garivao, Shía le dice:
—Si no haces nada raro te soltaré, de lo contrario te rebano el cuello.
Una vez libre y tomándose el cuello, el Garivao les pregunta:
—¿Qué desean de mí?
Kokeshke da un paso al frente y le dice que necesitan su ayuda y se dispone a contarle lo que estaba sucediendo en ese momento en su territorio. Mientras, Maíp encara a Kashka y lo acorrala contra un árbol y, poniendo la daga cerca de su cuello, le exige una explicación lógica para semejante actitud irresponsable.
Al ver que la amenaza era seria, le explica diciendo que él sabía dónde hallar al Garivao y quería ganar tiempo. Por eso es que salió en su búsqueda, mientras los demás descansaban. Pero al pasar por el sendero no se percató de la presencia del ozurodoom, que se encontraba recostado a un costado del camino. Al verlo, el terror lo invadió y salió corriendo con las consecuencias que ya todos conocemos.
—Tu acto de irresponsabilidad nos ha costado la vida de varios hombres, cosa que no debemos permitirnos, ya que estamos en una difícil situación y cada hombre cuenta —dicho esto, Maíp lo amenaza nuevamente, diciéndole:
—A partir de ahora cuida tus movimientos, ya que te estaré vigilando y al primer movimiento extraño te aseguro que te rebano el cuello de lado a lado.
Al norte, y parapetados por la espesura del bosque, los hombres de Thok esperaban el avance del ejército de quilcos...