lunes, 23 de mayo de 2011

PRESENTAMOS "LA VENGANZA" Una maravillosa Obra de cuentos cortos del autor "AUGUSTO FIDALGO PEDROZA"


LA DIOSA
IMPLACABLE

La Venganza
Parte I

Era una familia de trabajadores. La formaban los padres y tres hijos. La mayor de los hijos era mujer y era la estrella de la familia.
Los dos trabajaron afanosamente para mantener el nivel económico que les permitiera educar a sus hijos en colegios privados. Todo con la intención de darles lo mejor y protegerlos.
La madre luchó a la par de su esposo trabajando como maestra, hasta consolidar una estabilidad económica. Esto fue hasta tener la casa propia y que su marido fuera confirmado en un cargo ejecutivo en la empresa automotriz donde trabajaba. Todos los hijos ya cursaban el secundario y a Rosalía le faltaba un año para recibirse de maestra. En la academia de inglés donde cursaba el 4º año, le tenían prometido incorporarla al plantel de profesoras en cuanto terminara su graduación como maestra.
En el barrio en que vivían, la vida era normal y con menos delincuencia que en otros barrios similares.
Por esta razón nunca pensaron en cambiar de lugar su vivienda. Tampoco vivían en un alerta exagerado con los adolescentes.
Rosalía tenía cumplidos los 17 años y aún no había presentado ningún novio a sus padres, ni se le conocía ninguna relación de tipo sentimental. Su total preocupación era su futura profesión.
No había un indicio que pudiera señalar un rumbo oculto en aquella conducta regular.
Por estas circunstancias, de los padres sólo salían prevenciones comunes que alertaban de los delincuentes arrebatadores y de algún seductor pervertido que Rosalía aceptaba no conocer ante un abordaje disimulado de trato corriente.
Pero el accionar macabro que acechaba a Rosalía no estaba en esos niveles de delincuencia común. Ella debía ser observada desde hacía tiempo por la delincuencia mayor cuyos daños son definitivos para las personas y las prevenciones que se puedan tomar en la vida común, no alcanzan para defenderse de tremendas agresiones delictivas. Porque los indicios de un ataque son muy disimulados o directamente no se perciben.


♦ EL SECUESTRO

Fue así que un día que salió del colegio dos horas antes, por un inconveniente sanitario en el edificio, tomó como lo hacía corrientemente el ómnibus que la dejaba a media cuadra de su vivienda familiar, dio a los mal vivientes la oportunidad que estaban esperando. Ya que al romper la rutina de todos los días, que significaba en estos casos compañía y conocimiento entre las personas que viajan, facilitó atacar a la víctima.
Al bajar Rosalía del ómnibus, pronto quedó sola, porque los pasajeros que viajaban allí no eran los mismos de siempre. Las personas que descendieron eran desconocidas y caminaron en otros sentidos distintos. Ninguno fue en la dirección que iba Rosalía.
Esta oportunidad era la que esperaban los mal vivientes que la acechaban. Allí en esas circunstancias pusieron en marcha su plan.
Uno de ellos, de unos 30 años, se le acercó fingiendo una charla cortés, que Rosalía no respondió, pero que si se fijó en el individuo, quien tenía un retoque de rinoplastia, que le daba una configuración facial inconfundible y muy fácil de retener. Cuando ella quiso apurar el paso para alejarse de este sujeto, apareció otro joven quien poniéndose delante de ella, le obstruyó la huida que ella ya iniciaba. Ella no se había dado cuenta de que por la calzada cerca del cordón de la vereda, un auto de categoría los seguía a paso de hombre.
No hubo tiempo ni para un gemido, ya que rápidamente los dos hombres jóvenes la abordaron con llaves marciales, la inmovilizaron y la llevaron en vilo hasta el auto, que en segundos desapareció de ese entorno barrial.
Desde ese rapto en adelante se produjeron todo tipo de denuncia, marchas, protestas y pedidos de justicia. Llenó columnas en los diarios y se difundió por otros medios. Pero todo se fue diluyendo en el tiempo y sólo quedó el pedido de búsqueda de personas en Internet, que prosiguió teniéndose en actividad en la red. . .

LA DIOSA
IMPLACABLE

La Venganza
Parte II


♦ LA VIOLACIÓN

El calvario de Rosalía comenzó poco después de haber llegado a su destino, que era desconocido por la víctima. El idioma que hablaban delante de ella era desconocido, así que ella estaba incomunicada. La habitación en que se encontraba no tenía un indicio que pudiera orientar en que mundo estaba.
Para disminuir el impacto espiritual de la cautiva, le pusieron una compañera de habitación por siete días.
Luego que consideraron que ya no había peligro de shock psíquico, comenzaron a someterla sexualmente, para lo cual la sedaban previamente, cada vez con menor cantidad de estupefacientes. Así continuaron hasta conseguir un sometimiento casi parecido a su voluntad. Rosalía era conciente de todo lo que le sucedía. Pero ella en su desgracia solo tenía en su mente al hombre que la raptó. Su esperanza de escaparse se reinició en cuanto dejaron de drogarla y esa esperanza era con el fin de concretar su venganza. Para ello tenía viva la imagen del rostro arreglado con cirugía plástica del secuestrador. Soñaba que si el destino le daba la oportunidad, acabaría con él sin ningún atenuante.


♦ LA DESTRUCCIÓN
DE LAS PERSONAS

Luego de un largo periodo inicial de más de cinco años durante el cual estuvo como la atracción “latina” del prostíbulo, cargando con el peso de ser la elegida por los clientes, lo que ahondaba la destrucción física y moral de la persona. Los “proxenetas” creyeron que era el momento oportuno para venderla y recuperar, como un nuevo botín, el dinero que habían pagado por comprarla.
Para seguir en el comercio de las personas y aprovechar las buenas condiciones que aún tenía la “latina”, además del sometimiento que mantenía en la actividad a que estaba obligada a cumplir, todo esto hacía que a esta altura de la vida de la mujer, fuera la última oportunidad para recuperar el dinero invertido por su explotador.
Rosalía fue vendida a un tratante que tenía menos categoría y por esta circunstancia las mujeres eran de peor nivel y tenían custodia de hombres armados. La que intentara fugarse podía ser muerta sin tener que dar explicaciones, ya que el dinero que se perdía era poco, porque se trataba de mercancía de segunda clase.
En este nuevo infierno transcurrió cinco años más en la actividad de comercio sexual. Después fue pasada por un año a un período de recuperación para pretender venderla nuevamente.


♦ LA HUIDA

Pero ocurrió que uno de los custodios había vivido cuando adolescente en Inglaterra, fue por muy poco tiempo, pero suficiente para aprender un poco de inglés y sobre todo tener apreció por la cultura occidental, así comenzó la simpatía entre los dos, con pequeñas sonrisitas y frasecitas. De este modo fue creciendo esta tolerancia, hasta comenzar a compartir sentimientos en un secreto en el que se iba la vida. Rosalía veía en este hombre, el túnel por donde podría escaparse de aquella vil explotación. Que además estaba acabando con su vida.
Durante una caminata de recuperación que hicieron un día las tres mujeres de este período con los custodios, Rosalía vio un tren de carga que pasaba frente de ellas. Al volver y lograr un espacio de soledad, le dijo a su custodio en inglés y con algunas señas, si no le parecería bonito viajar en un vagón de carga para ellos dos solos. El custodio la miró serenamente y luego sonrió sin decir palabra. Rosalía no sabía el destino final de ese tren, pero su custodio tampoco había querido o no había podido decirlo hacia donde iba el tren.
Al final acordaron el viaje y él se comprometió a dirigir la salida. Para llegar a este acuerdo transcurrió un año, durante el cual, ella mantenía un ofrecimiento sexual que el custodio aplazaba constantemente.
Sin embargo parecía demasiado fácil haber conquistado a ese custodio. Con la grave experiencia que la había depositado allí, no creía en esta conquista. Por esto le pidió que si se fugaban, le permitiera llevar e ella la pequeña pistola calibre 22 corto que él usaba como defensa personal. El seguiría llevando su pistola calibre 9 mm.
En realidad lo que no sabía Rosalía era si a este individuo su amo le entregaba en premio a su lealtad a esta “latina” a la que podía matar o abandonar a su suerte después de un tiempo establecido y que Rosalía desconocía. Lo que si era cierto, era que de ningún modo podía volver con ella, ya que las pasiones entorpecen la vida en estos ámbitos de comercio sexual.
Un día sin previo aviso, él acondicionó el viaje en un vagón de carga vacío, como ella le había pedido. Se bajaron después de 24 hs. de viaje, ya al anochecer en una población que ella vio poco. Se hospedaron en una especie de viviendas solitarias, que parecían hechas para estos eventos. Donde se podía terminar matándolas o abandonándolas a la miseria eterna hasta morir. Allí el tiempo que compartieron fue como una luna de miel occidental. Ella ya disponía de la pequeña pistola y el custodio le había enseñado a manejarla
♦ EL AMOR

Pero allí sucedió el milagro: Apareció el amor.
El custodio sin dejar que ella comprendiera la verdad, porque era dolorosa, la preparó para que subiera al próximo tren que saldría desde allí y que viajara en él hasta el final. Le dejó la pistola y en un último abrazo sellaron que lo que le aconsejaba era lo mejor que él podía ofrecer. La acompañó hasta subir al vagón vacío y le cerró la puerta corrediza del vagón de carga para protegerla, sabiendo que ella podría abrirla desde adentro.
Él le había conseguido un pantalón tipo Jean con un cinto de seguridad. Los zapatos eran fuertes, que le permitirían correr si fuera necesario, se quedó allí hasta que el tren partió, sin que Rosalía supiera hacia donde iría.
Rosalía entre aquella soledad de adentro y de afuera se quedó dormida en una esquina del vagón. El tiempo transcurrió en un largo sueño, hasta que despertó y vio que por la pequeña abertura de la puerta que su guardián le había dejado, entraba la luz del sol. Rápidamente se incorporó y se acercó a mirar. Aquello era un territorio solitario y sin comparación alguna con todo lo que ella conocía. De este modo no podía tener una idea de donde estaba. En estas condiciones se volvió al rincón del vagón y comenzó a reconocer la vestimenta que tenía puesta. Los zapatos eran unos borceguíes de explorador que alcanzaban hasta el tobillo. Eran seguros y de buen aspecto. Luego siguió analizando el pantalón, ya que tendría que bajarse y caminar con esa indumentaria. Era un Jean azul con varios bolsillos, algunos cerrados con cierre y otros con solapa y botones: era un Jean de explorador que no desentonaba en ningún medio. Arriba tenía una chaqueta de Jean igual que el pantalón con dos bolsillos, las mangas largas con puños. Era una buena ropa. Había una incógnita que tenía que resolver, cada bolsillo tenía algo adentro colocado muy prolijamente. En el primer bolsillo halló un paquete con diez billetes de cien dólares. Esto no fue una sorpresa, fue un sobresalto. Con lo que reunió de todos los bolsillos, juntó dos mil dólares y en el bolsillo lateral derecho del pantalón tenía un cortaplumas multiuso. En la parte interna derecha del pantalón tenía un bolsillo a la altura del muslo. Allí Rosalía colocó la pistola para asegurarse de no perderla. Tenía que seguir andando hasta que el tren se detuviera y allí develar la incógnita para poder orientarse. Volvió de nuevo a su rincón, tomó un poco de agua de la botella que su custodio le había dejado y comió un poco de chocolate que había en el bolsillo de la chaqueta y se volvió a dormir.
En este viaje aunque fuera una huida, iba recuperando a plomo y manejo corporal. Al final del día el tren se detuvo y la máquina se separó de los vagones. Allí era el destino final de ese tren. Pero como estaba oscuro, optó por quedarse en el vagón hasta el día siguiente.


♦ UN VIAJE INCIERTO

Al otro día vio que el lugar era un puerto pequeño y decidió hacer su aventura. Se acercó a la orilla y trató de averiguar hacia donde iban los barcos que estaban anclados. Nadie le entendía nada, hasta que un marino que hablaba medianamente el inglés le consiguió un pasaje, sin presentar documentos hacia el destino final del viaje de un pequeño barco que estaba por partir.
Al anochecer de ese día el barco zarpó de aquel fondeadero miserable y comenzó a navegar en un mar apacible. Rosalía no tenía con quien conversar ya que el marino que la embarcó no iba en ese viaje.
Después de varios días de navegar sin ver las costas y con una alimentación exclusiva de pescados, el barco comenzó a disminuir su velocidad hasta quedar casi al garete en medio del océano. Como ella era la única que no sabía que pasaba, se le acercó un marino y le comunicó que estaban esperando un buque carguero para trasbordar la carga que ellos llevaban. Que ella se podía ir con ese barco, que llegaba a varios puertos del continente.

Unas horas después apareció un buque carguero de gran tamaño. El barco se acercó y cuando estuvo a poca distancia prepararon el dispositivo para pasar los pequeños bultos al buque carguero. Con unas cuerdas tendidas entre los dos navíos, fueron pasando los bultos de aproximadamente 50 Kg. hasta terminar con toda la carga. Una vez terminado este trasbordo, acondicionaron todo el sistema y Rosalía fue la última que pasó al barco carguero. Cuando llegó a bordo, la llevaron a un pequeño camarote y le dieron un pantalón estilo pescador y una camisa de fajina. Luego le explicaron como debía limpiar la cubierta para simular que era una tripulante. En este barco ya las indicaciones se las daban en inglés, lo que para Rosalía era un alivio.
El capitán llamó a Rosalía a su cabina de mando y comenzó a conversar con ella, quizás con la intención de saber que clase de persona era. Rosalía le contó la verdad de su persona, su familia y la distorsionó el final, quizás por pudor de mujer. El capitán no requirió precisiones y se dio por satisfecho. Pero ante la pregunta de Rosalía de cómo se llamaba el puerto de donde salió el pequeño barco en que ella vino hasta el carguero, él le respondió que de donde pudo salir no era ningún puerto, porque ese barco era furtivo. Quizás había salido de algún fondeadero abandonado, que usan los contrabandistas y traficantes, pero que después de seis días de viaje en el mar, pudo venir de cualquier parte.
Después de esta charla el capitán no la liberó de su vigilancia, debido a que la mayoría de la tripulación de ese carguero eran también forajidos.
El capitán le dijo que cuando estuviera cerca de un puerto, él le avisaría si bajarse allí era conveniente para su propósito.
Después de varios días de navegación con bastantes tranquilidad, donde la única obligación de Rosalía era vestir la ropa de tripulante del carguero, sin otras obligaciones. El capitán del barco la hizo llamar y en su cabina de mando le dijo que esa noche llegarían al puerto de El Callao en el Perú. Que era lo más próximo que pasaría de Argentina. Que si ella estaba decidida a bajarse allí, él la acompañaría hasta quedar fuera del control de los guardias aduaneros y luego ella decidiría su destino. Que bajarían del barco como a las once horas. Rosalía le dio su conformidad y le aseguró que para esa hora ella estaría lista para salir. Le agradeció nuevamente al capitán su generosidad y rogó a Dios que ese nuevo paso que daría fuera sin contratiempos.
La maniobra de amarre del carguero fue laboriosa, porque era un barco grande. Luego vino la inspección de policía y aduana, donde el Capitán jugó su rol de primera autoridad del barco para proteger a Rosalía.
Al día siguiente el Capitán avisó a Rosalía que estuviera lista para bajar.
Luego de los saludos con gran cordialidad le dijo que hablarían todo en inglés y que ella no debía contestar ninguna pregunta, que él se haría cargo de todo. Que la dejaría lejos del alcance de la policía Portuaria.
Todo se realizó como lo había planeado el Capitán. Caminando llegaron hasta un bar alejado de los muelles y allí Rosalía le dijo al Capitán que necesitaba cambiar doscientos dólares para poder manejarse en el Perú.
La acompañó y luego de hacer el cambio se despidieron; se dieron un apretón de manos y ella le agradeció nuevamente tanta generosidad que había tenido con ella.


♦ RUMBO A CASA

Desde el Callao tomó un ómnibus que la llevó a Lima. Allí buscó el consulado de Argentina y luego de informarse pidió hablar con el Sr. Cónsul; a quien le explicó que ella era una excursionista Argentina que tuvo que separarse de su grupo porque le robaron su bolso de equipaje con sus documentos. Que el dinero lo conservó porque no lo llevaba en su bolso sino en sus ropas. Que lo único que necesitaba era un salvoconducto o algo transitorio por 48 hs., para pasar la frontera y llegar a Salta. En el consulado luego de tomarle una declaración y sus datos de filiación, le tomaron las huellas digitales y una fotografía de frente y perfil. La citaron para el día siguiente a las nueve horas.
Después de tres días de trámites, el Secretario del Consulado le extendió los documentos necesarios para ingresar a Argentina, válido por 48 hs. Tuvo que abonar u$ 50, para gastos de teléfonos y fotografías. Mientras tanto pasó esos días en una pensión para caminantes, donde le permitieron pernoctar para que hiciera los trámites del Consulado.
Una vez que tuvo en sus manos el salvoconducto, se fue a la Terminal de ómnibus y compró un pasaje para Salta.
Se quedó en la Terminal hasta la salida del ómnibus por comodidad y seguridad; viajó toda la noche y al día siguiente, al anochecer llegaron a Salta. Allí tomó nuevamente otro ómnibus que la llevó a Córdoba, desde donde salió directamente a Buenos Aires.
Todo este periplo terrestre, laborioso y muy sufriente, lo hacía Rosalía porque estaba dominada por la obsesión de la venganza y para ella era primordial conservar la pistola que le había obsequiado su guardián, con la que tenía determinado que ejecutaría a su secuestrador. En un viaje en avión habría sido imposible conservar la pistola.


♦ EN CASA

Cuando Rosalía estuvo en las proximidades de su casa comenzó con las primeras reflexiones. Hablaría por teléfono con sus padres antes de llegar a su hogar, para evitar las aglomeraciones y la policía. Ella sabía que después de tanto tiempo era imposible hacer una acusación con un identikit y solo iba a sufrir el descrédito y la humillación.
Esto lo cumplió, pero al llegar a su casa encontró una ambulancia que había ido a asistir a su padre quien sufrió una descompensación, además de un montón de curiosos. Una vez que su papá se recuperó y se dieron los abrazos y besos del encuentro, ella habló con sus padres y les dijo que debían llamar al abogado que había hecho la presentación en el secuestro, para que la acompañara y presentarse, sólo para decir que no había secuestrador a quien buscar, que ella fue víctima de un engaño, pero que todo se había hecho con su consentimiento.
Esto lo realizó en una semana y obtuvo de nuevo su documento de identidad. De este modo paralizó toda la reactivación del caso que es siempre el recurso de subsistencia de los medios.


♦ LA BUSQUEDA

Desde que llegó a su ciudad comenzó a desarrollar su obsesión, buscaría a su raptor personalmente día y noche si fuera necesario. Esto lo tenía planeado y duraría hasta envejecer. Ahora tenía 27 años.
Rosalía se conservó inalterable porque desde el comienzo de su cautiverio se aferró a la idea de la venganza, un sentimiento cruel que resguarda la psiquis de quien vive esperando el desenlace final.
Al principio comenzó recorriendo a pie las colas de los ómnibus, las entradas a los cines y espectáculos y otros sitios donde se pusiera la gente ordenadamente para ingresar. En esta forma de búsqueda pasó como año y medio. Después consiguió un reparto de propaganda ambulatoria. Así fue cambiando de método para buscar a su secuestrador. Esta era una pasión mayor, aunque sus padres creían que era por la ansiedad; su padre viendo el trajín que Rosalía desarrollaba diariamente, le regaló una motocicleta, una “enduro 175 CC”, cosa que el tamaño de la moto fuera de acuerdo a la dueña. Esto fue sin saber que con esto estaba contribuyendo al plan de locura de su hija.
Desde ese momento todo cambió para Rosalía, buscó repartos comerciales puntuales, para ganar algún dinero y a la vez amplió su radio de búsqueda. Los domingos iba a los estadios, al hipódromo y otros eventos que juntaban gente indiscriminada. En los días de semana revisaba las colas de la Terminal de ómnibus. Cuando volvía a casa pasaba a paso de hombre repasando las colas de los colectivos urbanos. Nadie en la familia sabía en que plan estaba Rosalía, pero cuando llegaba un poco tarde en la noche, descansaban de tanto esperarla.
Como iba todo, parecía ser un plan infinito, que llevaría a Rosalía a la desesperación y la locura, no se podía saber cual era su estado, porque ella no daba oportunidad de una conversación con su familia. La obsesión por la venganza había ocupado toda su psiquis.


♦ LA EJECUCIÓN

Ese día en que parecía que había gastado todas las esperanzas, que perseverar era una tontería, que no sabía si aún existía y si estaba vivo, no tenía ni una señal de donde debía buscarlo. Cuando todo parecía decirle que debía dejar ese segundo martirio que era buscar al bandido. Ella se fortalecía repitiéndose: “esto será hasta que esté viejita”.
Y volvía a tomar bríos y a mirar las colas donde la gente espera algo. Una vez volviendo a casa se puso a repasar una cola de ómnibus de media distancia, de esos que viajan todo el día, llevando y trayendo gente de pueblos cercanos, se detuvo para observar con precisión un rostro con alguna semejanza al que ella estaba buscando. Lo miró bien y la estatura y la edad daban un cálculo aproximado del secuestrador, se detuvo demasiado en pensar como sería el abordaje que le diera firmeza en lo que iba a hacer. En ese momento se puso en marcha la cola y el hombre subió al colectivo, sin presentir que un plan siniestro lo esperaba más adelante.
Rosalía siguió al ómnibus y ya no habría marcha atrás; este se detuvo varias veces y bajaron personas que acentuaban la alerta de Rosalía que aún no sabía como iba a abordar a su secuestrador.
Después de un largo recorrido con muchas paradas, el colectivo se detuvo a la orilla de la ruta, frente a un pequeño poblado, donde no había Terminal y toda la población quedaba del otro lado de la ruta. El único pasajero que bajó del colectivo en aquel lugar, fue el hombre esperado por Rosalía.
Enseguida que se bajó, Rosalía actualizó a su personaje y puso en marcha su plan final. Rápidamente y antes de que este Hombre comenzara a caminar, aceleró su moto y la colocó delante de él, obstruyéndole el paso. Súbitamente le pregunto si no se acordaba de Rosalía.
El hombre parecía de piedra, no movía un músculo. Rosalía estaba en un estado de excitación, que buscaba un indicio de confirmación a su presunción, que le dijera que ese era el secuestrador, para dar paso a la acción final que terminaría con tantos sufrimientos de tantos años. Por lo que optó por una segunda pregunta.
Rosalía tenía en el bolsillo delantero derecho la pistola que le regaló su custodio, sólo tenía que meter la mano y daba comienzo el drama. La excitación no la abandonaba, pero sólo la cuenta de los años pasados y lo que representaba este delincuente, le mantenían la certeza de que ella no estaba equivocada. El hombre quiso caminar de nuevo y ella lo atropelló con su moto.
Cuando se levantó del suelo ella le hizo la pregunta que cronológicamente podría darle más seguridad a su sospecha. En este segundo apriete le dijo:
—¿Así que después que me secuestró se hizo cirugía para ocultarse?.
El secuestrador bastante atribulado por el arrastrón que le dio la moto, decidió hablar. Dijo que la cirugía se la había hecho mucho antes de lo que ella estaba calculando. Y que se la hizo para mejorar su estética y no para ocultarse de nada.
Rosalía estaba en un estado en que no le cabía una reflexión y al escuchar la respuesta del villano tomó la decisión definitiva, que traía expandida en todos los espacios de su conciencia. Agarró la pistola y sin mediar otro paso racional, le disparó cinco balazos que dieron en el pecho. Quiso el destino que la última bala del cargador, como tiro de gracia, le pegara en la cabeza.
Rosalía dio vuelta la moto y comenzó a desandar el camino. A pocos kilómetros se desvió a la derecha y en esa ruta encontró una laguna donde tiró la pistola. Siguió de vuelta a casa sin desesperación de perseguida.
Llegó a su domicilio más tarde que todos los días, pero todo lo realizó igual que siempre. Se puso en la cama y durmió hasta el día siguiente.
Rosalía había logrado eliminar el hombre que le destruyó la vida, pero no había alcanzado la tranquilidad espiritual de tener la seguridad de no haberse equivocado. Esto la llevó a seguir las alternativas policiales del caso.
La policía descubrió que este hombre acumulaba entradas policiales por una serie de estafas recientes y hacia esos hechos dirigió la pesquisa del crimen. Pero en cuestiones generales la policía destacó la existencia en la residencia del bandido, de un archivo de recortes de diarios de hechos delictivos de muchos años atrás, en los que figuraban los comentarios policiales de un secuestro.
Rosalía se conformó con esto y cerró el capítulo de la venganza.
Desde aquí comenzó a ensayar, el vivir de nuevo.-

viernes, 20 de mayo de 2011

PRESENTAMOS EL "DICCIONARIO DE CORDOBÉS"


REGLAS BáSICAS DEL CORDOBÉS



Para el que quiera saber más, les doy a continuación algunas reglas ortográficas cordobesas, que son como las señas de identidad del cordobés:

Contracción de frases o palabras: Constituyen una de las prácticas más típicas del cordobés: “pande” significa: para dónde, “te gua” (te voy a), “si vuá” (si voy a) “antá” (adonde está), “pal” (para el). “Pa” suele reemplazar a para y “ta” a está.

Eliminación de la “ll” cuando está entre vocales: Es una de las reglas elementales y básicas del cordobés, lo que hace que zapatilla se pronuncie como “zapatía”, talleres como “taiere”, cuchillo como “cuchío”, y un muuuuy largo etc.

Pérdida de la “d”: En el habla cordobesa popular un pelado es “pelao”, alguien ebrio es un “chupao” no chupado, y un muerto es un “finao” no un finado. También es frecuente escuchar: “para’a”, “senta’a”, “guarda’a”. Las palabras que terminan con d, pierden ese sonido sin excepciones: usted por “usté”, voluntad se dice “voluntá”, mitad quedaría como “mitá”, y asi con todas las palabras terminadas en d.

No se pronuncian la “c”, la “p”, ni la “b” antes de la “t”: Algunos ejemplos frecuentes son “dotor”, “coletivo”, “sétimo”, “otimista”, “ojetivo”.

Las palabras: aguja y agujero casi siempre se pronuncian sin la g: “aúja” y “aujero” son una constante.
Cambio de la “ll” y de la “y”, por “i”: Esta regla es otro clásico de Córdoba: yo es “io”, yegua es “iegua”, la lluvia es “iuvia” y una llave es “iave”.

La letra “f” generalmente se reemplaza por la “g”: Fuego se dice “juego”, afuera suena como “ajuera”, fue como “jue” y fui como “jui”.

El cambio de la “s” por la “i”: también es muy frecuente en algunos tiempos verbales. “Digai” en lugar de digás , “vayai” por vayás o “diríai” por dirías.

Colocación de diptongos en palabras que no los poseen y en algunos casos se reemplaza la “o” por la “u”: por ejemplo héroe y toalla suenan como “hérue” y “tualla”.

Tenemos también el caso contrario, es decir la eliminación del diptongo en palabras que deben llevarlo. Así, criollo suele decirse “crióio”, cambia suena como “cambea” y copia como “copea”.

También hay verbos emblemáticos: “conviersan” (conversan), “quieramos” (querramos), “escuende” (esconde), “duebla” (dobla), “golpiar” (golpear), “patiar” (patear).

Cambio del sonido “e” por “i”: Es común escuchar “dispertar”, “dispués”, “podís”, “querís”.

Pronunciación de la “h” como “g”: Con frecuencia se escucha “agora” por ahora, “zanagoria” por zanahoria.

Uso del pronombre “los” en la primera persona del plural en reemplazo de “nos”, y pérdida de la “s” en el verbo: Por ejemplo: “Los vamo” (nos vamos), “los quedamo” (nos quedamos), “los sentamo” (nos sentamos).

Eliminación de la “r”: Es muy raro que se pronuncie la última letra de los verbos en infinitivo (andá’ a jugá’, no sabé’ caminá’). También se elimina en los verbos enclíticos: “jue a esconde’se”, “no quiere queda’se”.

Acorta oraciones uniendo las palabras: Por ejemplo: “¿para dónde vas?” por “¿pan’devai?”, “mas o menos” por “maomeno”.

Agrega la terminación “azo” o “azón” a las palabras para indicar algo grande, o darle mayor énfasis o importancia: Por ejemplo: “frío” por “friazo” o “friazón”. En ocasiones, cuando se debe exagerar o dar mayor énfasis, se agrega además otra terminación más, el “onón”, quedando la palabra “friazononón”.

Se antepone la preposición “muy” a la preposición “mucho”: por ejemplo la frase “hace mucho calor” en cordobés quedaría “hace muy mucho calor”.

El verbo “ir” en modo imperativo, segunda persona singular: No se conjuga generalmente como “andá” o “ve” sino “i”, dice el manual, y arranca con los ejemplos: “Ite preparando”, “I pensándolo”, “I empezando, yo ya vengo”, “Ite rápido que si no llegás tarde”, “Si te quere i, ite”. .





1. Localice la sílaba acentuada en la palabra.
• canSAdo
• espeRAme
• acorDAte
• maMIta
Ahora “estire” la sílaba anterior
• caaansado
• espeeerame
• acooordate
• maaamita

2. Si la sílaba acentuada es la primera de la palabra, no haga nada!.
• “pata” es “pata” (no “paaata” )
• “ánimo” es “ánimo” (no “áaanimo” ni “ániiimo” (agh!!))

3. ¡¡Fundamental Todos los nombres propios llevan artículo antes!!.
• “El Carlos”
• “La Susana”
• “El cara e’laucha”
• “La López”
• “El Pérez”
• “La Iésica”

4. “Cómase” las eses finales de las palabras.
• “estamos” es “estamo”
• “vamos” es “vamo”
• “tenemos” es “tenemo”
• “che vos!” es “che vó”



5. Las “s” antes de “c”, “t” o “s” suenan muy suaves, sonido aspirado, como entre “j” y “h” y en ocasiones ni se pronuncia.
• “basta” es “bajta” o “bahta”
• “mosca” es “mojca” o “mohca”
• “estamos” es “ehtamo” (aunque su uso más comunardo es “tamo”.)
• “nosotros” es “nohótro”

6. Así como las “s”, las “c” antes de “t” en general no se pronuncian.
• Defecto es “deféto”
• Arquitecto es “arquitéto”
• Doctor es “dotór”
• Contacto es “contáto”
La excepción se da cuando la sílaba acentuada cae sobre la vocal fuerte que precede a la “c” en las palabras bisilábicas.
• Tacto es “tacto”, no “tato” (observe que “contacto” si cumple la regla)
• Cóctel es “cóctel”, no “cótel”
• Docta es “Docta”, no “Dota”

7. Las letras “y” y “ll” se convierten generalmente en “i”.
(Si usted es un porteño de pura cepa deberá practicar esta pronunciación asesorado por un equipo de foniatras y profesores de canto, hasta que le salga bien).
• “calle” es “caie”
• “arroyo” es “arroio”
• “callate” es “caiate”
• “amarillo” es “amarío”
Existe la variante “Docta universitaria” o “Nero cheto” donde la pronunciación puede estirarse con la ayuda de las letras “ly” como si fuera una doble ele fuerte que acusa la separación de las demás sílabas para reforzar la idea de “clase”, por ejemplo:
• cabalyo o cabal-llo
• Halyazgo o hal-llasgo

8. La letra “R”: Si bien la pronunciación correcta de la “r” no es patrimonio cordobés sino de todo el país con excepción de Buenos Aires, Santa Fe, La Pampa y la Patagonia, su gran importancia hace que debamos tratarla aquí. Un sonido tan rico es imposible de ser representado por escrito, de todos modos, puede decirse que es algo intermedio entre “sh” y “y”. La forma de lograrlo es pronunciar evitando que la lengua vibre. ¡¡No se desanime!! ¡¡Sabemos que es difícil!!
Practique con estos ejemplos:
• “Recorriendo los ríos serranos”
• “Rápido, corré !”
• “El perro corría un carro”
• “No te rías”
• “Erre con erre guitarra”

9. El verbo “ir” en modo imperativo, segunda persona singular no se conjuga generalmente como “andá” sino “’í”:
• “íte preparando”
• “í pensándolo” o “ílo pensando”
• “í empezando, yo ya vengo”
• “íte rápido que si no, llegás tarde”
• “Si te queré í, íte !”
La etimología de este uso verbal es incierta, algunos creen que se debe a la enseñanza del latín en los colegios tradicionales y católicos cordobeses, donde “ite” es el imperativo de eo (ir-marchar), y de allí habría sido adoptado.
En tiempo futuro, el auxiliar de IR, “Voy a” se conjuga de dos maneras “viá” y “vuá” (variante afrancesada), la elección de uso de una modalidad u otra responde generalmente a variables de carácter etílico.
• “Vení mañana que te viá paga”
• “No, si vuá sé porteño”

10. En los verbos de la segunda conjugación ER (rimember la escuela) la terminación “es” de segunda persona del singular se transforma automáticamente en “í” o “ei” según la ocación. Esta última es una forma de cordobés antiguo cuyo uso ha venido decayeciendo con la modernidá (ver regla 11).
• Qué querés? (¿Qué quieres?) es “¿Qué querí?” o “¿Qué queréi?”
• Vos tenés (Tu tienes) es “Vo tení “ o “Vo tenéi”.

11. Análogamente, algunos verbos de la primera y segunda conjugación AR y ER convierten la desinencia “as” en “ai” y “es” en “ei” respectivamente, ¡¡no todos!! De modo que hay ciertos verbos regulares que se conjugan irregularmente, no como el cuyano básico que suele usar esta transformación regularmente.
• ¿Cuánto cobrás bella dama? es ¿Cuánto cobrai nera?
• “Vos parás” es “Vo pará” (ver regla nº 5) “no Vo parai” (ese es otro idioma mas cercano a la Cordillera y también del otro lado)
• ¿Qué hacés hombre? es ¿Qué hacéi varón? (cordobé antiguo bien hablado) o “¿Qui’hací nero?” (versión lunfarda) (regla nº 10).

12. Es importante el valor que se le dan a los superlativos y términos sometidos a exageración; esta herencia andaluza viene de los tiempos de Don Jerónimo Luis de Cabrera y su Córdoba de la Nueva Andalucía. Pero no cualquier palabra se aumenta, veamos las formas típicas:
• “nero” puede ser “nerazón” y “nerazononón” (para darle más aumento)
• “chichí” es “chichizón” (y chichizononón si iegá encontrá una tan hiriente)
• “mamá” es “mamasa” (no mamazón)
• “hiriente” es “hiriente” (no se aumenta)
• “divino” es “divinísimo”
• etc.


13. Ciertas palabras con dos sílabas consecutivas con letra “i” producen una forma especial de diptongo verbal que modifican una de las “i” por “e”. Esta regla no es exclusiva de los cordobeses.
Ejemplo:
“Policía” es “polesía”
“Comisaría” se dice “comisería” (pero ésta, es una excepción sólo por estar contra las reglas, note que “carnicería” se dice “carnicería” pero eso es porque ahí venden el asado y los chori).


Asimismo dos vocales fuertes “ea” se convierten automáticamente en diptongo creciente “ia”, esto también es regla general de los verbos de primera conjugación.
“Manotear” es “manotiar”
“Pateadura” es “patiadura”


14. Agrege conectores mientras desarrolla el discurso. Los conectores son muletillas que ayudan a hacer la pausa para respirar y seguir hablando a la vez que da idea de énfasis e importancia a la frase que viene. ¡Ojo! que no se agregan en cualquier lado.
Los conectores más usados son “digamo”, “osea”, “ehte”, “vihte”, “porejemplo”, “y’deay”, “maomeno”, “avece”, “nosé”, “nosabí”, “sabequé” “quisió”, “poray”, “ponele”, “entonce”, “caiate”, etc., etc.
Ejemplo:
• “Caiate..., no sabí lo que me pasó, venía por la caie, vite?..., maomeno como a la dó de la mañana, y me apareció un chichizón, digamo..., mamasa!. Poray..., me mira y me pregunta la hora..., nosabí..., entonce, quisió.., le digo:
–Es la hora, digamo..., del amorrr, mamita...
Entonce la vaga me mira de arriba abajo maomeno con cara de asco y me susurra...
–Vengo de atendelo al intendente, osea..., y me vuá rebajá con semejante nero hilachento... salí de’ay basura!”.

















































A

ALBIAZULE:
1: Adj. Colores característicos de la remera del club Talleres de Córdoba, del cual son hinchas la amplia mayoría futbolística de cordobeses. (véase: La T, Taiere, taiarine, butiq y chat).
2: sust. Estoicos personajes que profesan la fe de llegar al ascenso. (véase: ascenso y Matadores).

AMARÍO:
1: sust. Uno de lo colore primario utilizado en lo tassi nuevo de la Ciudad de Córdoba (pa’ parecese al Niu lork).
2: adj. color que estimula la libido ‘e lo nero; ie: “la vaga me esperaba con un beibidol amarío hiriente. . . y io le dije: ¡Mamasa!”.
3: Amarío patito adj. matiz amariento proveniente de su analogía con la ave de la isla ‘e lo Pato (véase: Río Suquía);
4: sust. uno de lo tre colore característico cordobese (véase: verde botea y nero culiau).

AMARÍO PATITO:
Uno de los tres colores primarios cordobeses (veasén: Verde Boteia y Nero Culiau).

ANCUA, ANCUITA:
f. En Córdoba se transformó en ancua la voz quichua amka o amca, que distinguía al maíz tostado. Fue un alimento de diario consumo hasta hace unos 40 años entre los nativos de los barrios pobres de la ciudad. O séase que está popularizándose otra güelta. Sinónimos: Pororó, pururú, pochoclo, alboroto y ahora también popcorn. Se hace con maíz pisingallo, preferentemente.
Para la preparación del ancua, bastaba una olla o callana, el maíz, un poco de ceniza [de jume], fuego vivo de llama y tres o cuatro palitos delgados, de unos 40 cm de largo, para mover el contenido del recipiente, en el que se ponía, digamos, un par de puñados de ceniza y un poco de maíz, empezándose a moverlo —para evitar que se quemara— con los palitos, comúnmente llamados pichanas.


Cien damas en un castillo
Se visten de amarillo;
A brincos y saltos,
Se visten de blanco. . .

(el ancua)


APENCAR:
Verbo Juntarse, ponerse al lado, seguir a alguien en forma cargosa. Ej.: “se me apencó todo el día el nero”. Palabra derivada de penca, que es una planta espinoza que se queda pegada a la ropa cuando se la toca.

ARPÍA:
fémina dícese de la suegra que toca el arpa, pero que no ‘stá muerta.

ARPIERA:
1: f. Tejido por lo común de estopa muy basta, con que se cubren determinadas cosas para defenderlas del polvo y del agua. También pa hacé’ bolsa’ pa’l máiz, o para adornar el fondo ‘e las páginas de Internet, como aquí.
ARRIMAR LA CHATA:
Loc. cordob. que indica intenciones, generalmente non sanctas, que se tiene hacia jóvenes chichises ansiosas de guerra nocturna.

ARROIAR:
tr. Atropellar un vehículo a una persona, animal o cosa. En prim. pers. pres. ind.: “Si te hací el vivo, te arroio con la pumarola”. Pas.: “Lo arroió el ónibo en Colón y La Cañada “ (véase Cañada , La: arroio m. urbano canalizado).

ARROIO:
1: Sustantivo masculino. (Del castellano: arroyo) Pequeño cauce acuático, muy común en las sierras cordobesas, donde los neros se mojan las patas y se pegan flore de chapuzone.
2: Verbo Acción y efecto de ARROIAR: (Primera persona Presente): Ej.: “Si te hací el vivo, te arroio con mi pumarola”.
3: Pasado “Lo arroió el trolebús en Colón y la Caniada” (veasé Caniada, La): arroio urbano canalizado.

ATAR:
tr. Propinar, dar, asestar, encajar. «Sí... y áhi nomá’ se bajó’ e la moto y le ató un tompadón». Ver telaguatá.

ATENAS:
1: deport. clú greco-cordobé de color verde; célebre por sus victorias en toda la liga de basque (véase: Basque) y principal cantera de la seleción nacional. Lo griego má famoso: Marcelito Miianesio, Diego Osella, F. Oberto, Pichi Campana, etc..
2: arq. estadio cubierto bastante choto ubicado en el corazón de Barrio Gral. Bustos y propiedad del club homónimo; representa un templo pa’ lo avezado bailarine cuartetero de fin de semana, y ademá pa’ lo que añoran lo recitales de rock y música popular que se realizaban aí en lo año duro.




























Be

B:
1: deport. vulgarismo con que se conoce a un club de fulbo cordobé llamado “Belgrano” con sede en el barrio Alberdi y casaca celeste. (Véase: Piratas).
2: curva B (arq.) tramo o sector popular Sur del Estadio mundialista olímpico Chateau Carreras (véase: Chat) donde habitualmente sufren lo “Piratas” (véase: Fundamentalismo celeste).
3: mús. letra del alfabeto mencionada en el yingle popular entonado por el Coro de Cámara (séptica) de la hinchada de Taiere intitulado “El que no salta e’ de la B”.

BOBINA :
1: adj. nero al que le faltan cinco pal’ peso, o caramelo en el paquete, o un jugador en la cancha, y también que no le sube el agua al tanque; ie: “ese vago que me acetó los cecor debe ser medio bobina”.
2: adj. cualidad falsa que adotan alguna persona pa’ no hacé algo que no se quiere hacé; se aplica a la chichí con atitud poco dada; ie: “la invité pa’ los iuios pero se hizo la bobina”.

BOLÓ:
1: Del castellano boludo: Dicho de una persona: Que tiene pocas luces o que obra como tal.
2: Adj. que tiene bolas.
3: Dícese del nero o vago que comete errores o hace cosas equivocadas (Ej.: “que boló, me olvide la bietera”).
BUMBULA:
f. Fruto del árbol llamado paraíso, Melia azedarach, cordobés paraíso; esta pequeña drupa de unos 10-12 mm de diámetro, muy dura cuando es todavía verde (bumbula se llama solamente el fruto verde), se emplea para arrojar con l’ honda,también gomera: 1: f.Tirador de horquilla con gomas para tirar con pedrezuelas [y con bumbulas, que duelen menos]. Esto de pedrezuelas es de la Real Academia, en Córdoba conocimo Serrezuela, nomá’... Y además tenimos las piegritas...

BONO:
(Vo’no) Manifestación de rechazo al deseo ajeno (Ej: “Bono va i a la cancha si no me arreglai la plancha”. || Lecor: (Econ.) bono-cobrai. Dinero virtual, papelito emitido por el gobierno provincial y ofrecido a docentes, jubilados y empleados públicos”pa’hacete creer que cobrai el sueldo”, mientras se intenta pagar las deudas de los amigos que siguen siendo unos Angelez. Expr. cordob.: Vo’no. Manifestación de rechazo al deseo ajeno (Ej: “Bono va’i a la cancha si no me arreglai la plancha”. (Econ.) Bono-cobrai (véase CECOR ).

BOTEIA:
1: sust. envase de vigrio o plástico, nominalmente utilizado pa’ guardá vino fracionado o hacé la mezcla (véase Combinado).
2: adj. “verde botea”: tonalidad verdolaga típica, uno de los tre colore cordobese característico (véase: amarío patito y nero culiau) que distinguen lo rostro de lo nero en elevado estado de ebriedad (véase: Chupao).


BOVEDÍA:
fem. Ladrío de menor espesor que los comunes, tejuela.

BUTIQ:
Arquit. Monumental estadio del bonito barrio Jardín en Córdoba, propiedad del Club Atlético Talleres (leasé Taiere o Talyeres). Su cualidad principal es la potente y privilegiada iluminación natural a las doce del medio día. (véase: Cható) Le llaman “La Butiq” debido a la bellezura de su refinado Art-Decó , que es una jolyita... todo cromatizado con esmalte sintético en delicado buqué albiazul que acompaña los ornatos en su fachada, los revoques sutilmente descascarados y los frescos en aerosol ejecutados maéstricamente por anónimos artistas de la “popu” (popu-art).
















Ce

CACHILERO:
adj. calif De inferior calidad para designar a las camionetas viejas y destartaladas: Catramina o cachilera.

CACHO:
Cacho Buenaventura, músico, actor y humorista más famoso de Córdoba. Sus chistes hacen despanzar de risa a cualquiera.

CACHUCHA:
f. véase papo.

CALOROZONONÓN:
m. Muy mucho calor en la ciudad de Córdoba, la Docta.

CALZONCÍO:
dim. de calzones. m. Prenda de la ropa interior masculina, que cubre desde la cintura hasta parte de los muslos, cuyas perneras pueden ser de longitud variable [los largos son losrifles].

CAMUATÍ, no levantar el:
Ver oso.

CANA:
1: sust. polesía.
2: sust. dícese del hecho de pescar a alguno con la mano en la masa, y sin queré compartí; ie: “le dí la cana al Tuerto llevándose como dié chori sin pagar y no mi dio ni uno”.
3: sust. tirá una cana al aire; dícese del acto de faltar al correspondiente cónyuge sin su conocimiento; ie: “este fin de semana me tiro una cana al aire, con lo muchacho se vamo a pescá, pero a la Negra le digo que vía’ce hora extra”

CAÑADA:
1: geog. famoso arroio canalizado de aguas poco profundas (hasta el tobío), que cruza la ciudad de Córdoba de sur a centro y desemboca en el “recuperado” Río Suquía (véase: Río Primero, Isla de los Patos, Costanera, etc.) a la altura del puente Lavalleja; inspirador de la má alucinante leyenda y relato populare de la cultura cordobesa (véase: la “Pelada de la Cañada”, Las Tipas y las Locas de la Cañada).
2: urb. par de vía vehiculare paralela al mencionado arroio denominada M. T. de Alvear y Figueroa Alcorta respectivamente; se sospecha que este dato sería un secreto poco divulgado entre lo pobladore, que la siguen iamando “La Cañada” ignorando por completo a lo pituco “prócere” de la Docta.

CARA’E:
Del español “cara de” (fison.) prefijo inseparable que acompaña a la metáfora con que te acaban de bautizar y condenará tu identidad hasta el resto de tus días; los ejemplos son tantos como caras hay: car’e cuis (véase: cuis), car’e poio, car’e chala, car’e vieja, car’e muerto, car’e bolsa, car’e identiquí, etc. (“Car’e gaucho”: no confundir, para uso exclusivo en “otro tipo de caras”, llamadas por allí “cara ‘e dios).

CARIPELÓN:
1: f. Parte anterior de la cabeza humana desde el principio de la frente hasta la punta de la barbilla cuando por sus carácterísticas se presta para lograr una alegoría del tipo car’e. . .

CATITIAR:
1: intr. Temblar, especialmente por efecto de la decadencia biológica.
2: tr.También significa recoger rápidamente el hilo de los barriletes [cometas, volantines] cuando comienza a faltar el viento: ¡Catitialo, nero, que se te va a la bosta. . .!

CECOR:
bono-cobrai. Dinero virtual, papelito emitido por el gobierno provincial y ofrecido a docentes, jubilados y empleados publicos “pa’ hace’te cre’r que cobrai el sueldo”, mientras se intentaba pagar las deudas de los amigos que seguían siendo unos Angelez.

CELESTES:
Adj. Colores característicos de la remera del club Belgrano de Córdoba, que tiene algunos pocos seguidores.

COCOCHO, A:
loc. cordob. Llevar a alguien a cuestas, a babucha, sobre las espaldas, tomándolo con los brazos por debajo de los muslos:

«Yo soy de Vía María / así decía un morocho / la melena parecía / que traiba un chico a cococho»
(Chango Rodríguez).

COLACIONES:
1: Alimento ingerido entre las comidas principales para calmar el hambrozononón (veasé Cormillot).
2: Manjar cordobés muy apreciado por la diva de los telefonos, es parecido a medio alfajor, esta compuesto por una base de masa dulce, encima de esta dulce de leche, todo recubierto con un baño de azúcar, a veces puede llevar nueces.
COLA ‘E QUIRQUINCHO:
1: f. Bot Lycopodium Saururus Lam. Familia de las Licopodiáceas. Nombres vulgares: pilijan; guaraní; tatú ruguái.
Usos y Dosis: Es un buen afrodisíaco; para la impotencia sexual del hombre y de la mujer es muy usado con espléndidos resultados. Habrá que tener cuidado de usar algunas colitas mezcladas con muña muña , Satureja parvifolia Philippi, pues es algo tóxico. Una cola picada en mediolitro de agua hirviendo y 20 gramos de muña muña, se deja enfriar tapado y se toma durante el día por tazas. Hay que persistir hasta obtener el resultado. Mejor, agregándole 20 grs. de congorosa, Maytenus ilicifolia Reiss. Continuar con el tratamiento hasta verificar sus bondades con unas cuantas gainitas hervidas «al hilo y sin sacar...» Probar además la variante contra naturam, también llamada en la antigüedad “ad intra per troneram”. No se deberá abusar de esta medicación, pero en ese caso, si se presentara excesiva y resistente tumefacción, paliar con infusiones de peperina y azúcar quemao (uso interno). Si la turgencia persistiera, aplicar paños fríos embebidos en tisana de peperina (uso externo) y probar de hacer con la misma cocción (ya tibia o fría, cuidado) también baños de asiento, mejor de a dociento’.

COLORES:
básicos del Arcooiris Cordoobé. . .
Verde Bootéa.
Amarío Paatito.
Nero Cuuliáu (Objetado por la Censura. pero utilizado en todo el territorio nacional).

COMBINADO:
etil. peligroso brebaje típico, surgido de la combinación má o meno aleatoria de vino y gaseosa; vinardo con priti (véase: Pritty) o coca; cuéntase también que este tipo de bebidas es consumido en lo baile de cuarteto, minuto despué de las 6 de la mañana, cuando luego de haber recogido todo lo sobrante de vaso y botea por ahí, se hace el combinado con hielo (también sobrante) en una oia y se comercializa al módico precio de $0,50 o meno el vaso, ya a esa hora nadie le siente el sabor a nada, está fresquito y todo chupa igual.

COMECHINGONE:
m. plur. Antiguos pobladores de las sierras cordobesas en la zona de Calamuchita. El nombre proviene de «Rumichingan», donde la palabra Rumi significa piedra. Nada tiene que ver con «comer chingones», cosa que mucho hace reír a nuestros hermanos mexicanos, más al saber que existe también una localidad serrana llamada Ascochinga. (Ver «Los Comechingone de Córdoba», «Los comenchingones»).

COMES FACUNDUS IN VIA PRO VEHICULO:
loc. latina, PUBLILIO SYRO
¿Comís con «Facundo» en el auto por la caie. . .?

CONVENTUS CLERICORUM:
loc. latina. Ando con vento, Nero, pidamo’ un clericó.

CONVINADO:
m. Etil. Peligroso brebaje típico, surgido de la combinación maomeno aleatoria de vino y gaseosa. Vinardo con priti (vease: Pritty) o coca. Cuéntase también que este tipo de bebidas es consumido en los bailes de cuarteto, minutos despues de las 6 de la mañiana, cuando luego de haber recogido todos los sobrantes de vasos y boteas por ahí, se hace el convinado con hielo (también sobrante) en una olla y se comercializa al módico precio de 0,50 $ o menos el vaso, ya a esa hora naides le siente el sabor a nada, esta fresquito y todo chupa igual.

COSTÍA:
f. Cada uno de los huesos largos y encorvados que nacen del espinazo y vienen hacia el pecho. Vivir a costía de algien: Dolce vita en cordobé.

CRIOLLO/CRIOIO:
1: sust. pancito cordobé salado, cuadrado o redondito con grasa, tipo chipaca, que con un simple movimiento de lo dedo puede partise en do mitade semejante (véase: chipaca); el mejor complemento del mate dulce con iuios (véase: iuio) o simple vino tinto (véase: totín); la versión burguesa es hojaldrada pa’ las viejas pitucas que le untan mermelada en el “té canasta” (véase: Barrio Urca y Cerro Las Rosas); se comercializa por kilo o unidad en toda la panadería cordobesa y tiene tanta salida como el pan común, a los tre días lo tené que calentá porque se pone duro y si no se transforma junto a la naranja chupada, en objeto contundente para tirale al referí porteño desde la tribuna; con los crioios redonditos se otiene mejor puntería, pero uno cuadrado bien puesto en la nuca puede ser letal. (véase: Castrilli).
2: adj. nativo del país.

CUARTETO:
1: mat. Grupo o conjunto de cuatro elementos.
2: Género de música popular de Córdoba, que se caracteriza por un ritmo movido y tropical.
El fenómeno social del Cuartetazo sigue su expansión. Desde los bailes de campo, entre criollos e inmigrantes italianos y españoles, a la ciudad de Córdoba y luego a todo el país.

CUCHÍO:
Del lat. cultellus. m. Instrumento para cortar formado por una hoja de metal de un corte solo y con mango. La variante cordobesa de este término está documentada ya por Hilario Ascasubi: Carta certificada y súplicas de un cordobés de los sitiadores al que se le juyó la mujer y se le ha venido al pueblo. ¡Viva la confederación! ¡Mueran los salvajes unitarios! A mi mujer - Corrales de Miserere, a 30 de mayo de 1853.

Trajiná, che, Estanislada,
vos que andás por la ciudá,
y haceme la caridá
de mandarme una frezada:
que anteanoche con la helada
cuasi me he muerto de frío;
pues, ti asiguro, bien mío,
que acá el poncho que me han dao
lo puedo meter holgao
en la vaina del cuchío.

Y si podés avisarme
con toda seguridá
por qué lao de la ciudá
sin riesgo podré colarme,
decime, para largarme
con mi ñañita y Martín
que está como un chunchulín
de flaco, pues aquí no hay
ni algarroba ni patai,
ni arrope ni piquillín.
Severo Pucheta
CUERITO:
Tirar el: (frase) Terapia para curar el empacho.
CUERVO:
der. Especie avícola de rapiña, criada en la Facultad de Abogacía, viste habitualmente sobretodo negro y va y viene por los pasillos de tribunales, litigando a costa del pellejo y el dinero ajeno. Al detectar la presencia de una bandada de estos pajarracos se recomienda no pasar por abajo de la misma sin paraguas. Sus cualidades verborrágicas doctas (véase: zanata) posibilitan la “a todas luces”, “toda vez que” y “tan es así” un relevante aporte creativo a este diccionario. (veasén: Dotor y Tordo). (Fútbol) Hincha del club San Lorenzo de Barrio Las Flores, que milita eternamente en los torneos de la Liga Cordobesa de Fobal.

CUI BONO?:
loc. latina ¿Qué tal los cuise. . .?

CULEBRÍA:
Herpes Zoster. f. Enfermedad viral neurótropa que se manifiesta por un exantema en el que las vesículas se disponen a lo largo de los nervios, por lo cual son muy dolorosas.

CULIAU:
adj. calif. Denominación aplicable comúnmente a cualquier persona, puede ser usado en forma negativa o positiva según las circunstancias y la forma de decirlo.
Cualidad negativa: define a una persona de escasa trayectoria ética. Ej.: “ese nero es un culiau!”. Con el superlativo Pedazo de. . . (véase: pedazo) se transforma en un epíteto de grueso calibre. (Ej.: “Che referí, que cobrai, pedazo de culiau!” ) úsese con cuidado y alejado de niños y señoras mayores.
Cualidad positiva: “¡¡que culiau!!, se gano la rifa”. De significado similar a BOLU.

sábado, 19 de marzo de 2011

PRESENTAMOS LA INTRODUCCIÓN DE: KITRINA KELDON "La Hija de la Luz"


INTRODUCCIÓN



I – El legendario Monasterio de las Luces

Era casi medianoche. . .

En algún remoto lugar de la tierra se podía advertir desde lejos, la impertérrita presencia de una maravillosa y antiquísima construcción: El Monasterio de Las Luces; una olvidada y antigua iglesia.
A simple vista, extensa en sus dimensiones, su gran estructura se mostraba imponente y poderosa.
Contaba en su lugar de ingreso con una estupenda y enorme puerta de doble hoja, de fortísima madera. Toda su superficie denunciaba haber sido tallada a mano, en altos y bajos relieves, de un estilo por demás extraño, pero sobrio, elegante y extremadamente exquisito. . ., su sola presencia imponía un inusual respeto. Tres escalones abajo, a sus pies, nacía un sólido puente levadizo, que reflejaba su figura en el espejo de agua que por debajo de él, ininterrumpidamente corría. Más allá, el bello y deleitable paisaje que lo circundaba todo, siniestro.
En su exterior, se encontraba rodeada de varias torres. Cada una, de las que conformaban la cúspide, era alta, hermosa y puntiaguda. Cuatro de ellas eran principales, y habían sido construidas una al norte, otra al sur, y las demás, al este y oeste respectivamente; quizás para protección o defensa. Provistas de ventanas y balcones, se intercomunicaban a través de corredores tanto internos como externos; y en lo más alto, en la punta de cada una, pendían y se agitaban coloridas banderas.
A pesar de la inclemencia del tiempo, que había castigado sin pausa y sin piedad, sus muros aún permanecían firmes, y aunque acusaban pronunciados rasgos de vejez y desgaste, aquel antiguo monasterio parecía haber sido construido por muy hábiles y cuidadosas manos, ya que desde su creación misma se había pensado y protegido con celoso afán, hasta el más mínimo detalle; además, todo, perfectamente planificado y con una sublime lindeza. Pero, aún había algo más en aquella añosa estructura: precisamente en el centro, se erguía la última torre, de brillante mármol y por cierto, la más alta de todas. Su aspecto sobresalía soberbio, altivo y a su vez, reflejaba una preciada luz propia, cegando a todo aquel que osara mirarla directamente. ¡Era algo grandioso, mágico!; ya sea para todos los peregrinos o para cualquier incauto desdichado que decidiese visitar el monasterio. En aquellas regiones la llamaban la Torre Blanca.
Toda esta misteriosa construcción que mucho llamaba la atención, no era precisamente comparable a un simple convento antiguo. . ., y todos lo sabían muy bien.
Los monjes muy reservados, casi no conocían la luz del día. La gente que moraba por las cercanías, les temían, pues según algunas leyendas, ese lugar era habitado por fuerzas sobrenaturales, malignas, por una estirpe demoníaca, que se expandía hacia los poblados cercanos desatando verdadero pánico, y estremecimiento con sólo imaginarlo.

Al oeste, cerca, se encontraba un primitivo y desconocido pueblo al que llamaban con el nombre de Teckamar. En él vivían familias enteras, de hombres trabajadores, honestos, de mujeres fastuosas, calladas, con sus divertidos, curiosos y juguetones niños. La mayoría de las casas eran pequeñas, humildes o muy precarias, aunque nunca faltaba en sus mesas, un plato de comida o el calor de leños encendidos. Además pocos contaban con el suficiente dinero como para comprar ya sea un televisor o un automóvil. Todo evidenciaba la profunda simpleza de sus vidas, en lo diario, cotidiano; y a pesar que la mayoría de ellos conocía, de alguna manera, ciertos detalles del “Mundo”, ignoraban casi todas sus noticias, pues eran pocas las que les llegaban. A pesar de todo y al fin al cabo, todos soñaban con ver alguna vez los impactantes rascacielos de Nueva York aunque también eran concientes de que esto y otros deseos, eran sólo sueños inalcanzables.
Aquel año, 1999, llegando a su fin, había sido muy duro para la gente de Teckamar. Las repentinas tormentas eléctricas y los vientos a veces huracanados, habían arrasado con casi todas las cosechas y plantaciones a mitad de año; por lo que cada familia debía arreglárselas con lo poco que se había salvado; y para peor de males, el agua corriente escaseaba y muchas casas se habían venido abajo.
En la oscuridad cómplice de la noche. . .

Desde la Torre Principal se podía divisar hacia el sur, una cordillera montañosa de altos picos, de sombrías y amenazantes formas; y hacia el noroeste, el recorrido trazado por un largo camino de tierra y piedras que serpenteaba entre escasos árboles y matorrales hasta llegar, después de algunas millas, a un bosque tan impenetrable, tan oscuro, como frondoso y aterrador. Era un lugar lúgubre, casi sin vida y al que ningún ser humano se atrevía siquiera a internarse en desafío; pues mitos y leyendas que circulaban de boca en boca entre los lugareños, provocaban un verdadero horror en aquellos pobres infelices que tan sólo prestasen atención. No era para menos; las habladurías daban cuenta, entre otros hechos maléficos, de que en ese lugar había árboles que murmuraban entre sí e incluso charlaban como si fuese lo más común y natural del mundo. Tal es así que muchos niños, en su inocente curiosidad, preguntaban a sus abuelos qué tipo de poder oculto guardaba celosamente el bosque; a lo que los ancianos en su mayoría, coincidían en responderles a sus nietos y a modo también de advertencia: “Una fuerza abrasadora, sobrenatural, nunca. . ., jamás vayas al bosque. . . pues desgraciadamente no saldrías con vida y con mucho dolor te digo, no querría perderte. . .”
Cerca del pueblo, a unas veinte millas al norte, se abrían nuevos y peligrosos caminos, pronunciados acantilados, valles muy profundos, oscuras cavernas y alguna que otra construcción abandonada. En esos parajes también se encontraba un lago: el famoso Lago Wilker. Su existencia era muy importante para Teckamar, pues en ocasiones les proporcionaba el agua suficiente para calmar la sed y además lo usaban para lavar sus vestimentas. De manera que el bien más preciado rara vez faltaba, lo que mantenía al pueblo con la capacidad de recursos para su subsistencia.

Caía implacable, la noche del 31 de Diciembre de 1999. . .

En la torre central, un chiflido de aire se filtraba por una ventana entreabierta sin pedir permiso. Ágil y meticuloso se movía y comenzaba a recorrer como curioso, una a una, todas las habitaciones, los pasajes, los cuartos. . ., todo: los pasillos que tenían hermosos decorados, los techos pintados impecablemente, los muros cubiertos de dibujos originales, únicos y de vivos colores, los corredores, mudos testigos de ecos de voces calladas por el descanso prematuro que antecede a la medianoche; también los pasajes, caminos cubiertos de alfombras aterciopeladas y magníficos tapices que ornamentaban algunos cuartos al parecer importantes, y las habitaciones que eran cálidas y acogedoras con sobresalientes cuadros antiguos y lámparas bien encendidas.

Con la cómplice oscuridad nocturna como aliada, un aire estremecedor, turbio, que se asemejaba a un ente que acababa de cobrar vida, recorría sin pausa los caminos acercándose presurosamente al antiguo monasterio. Un grito desgarrador, abrumador, interrumpió el silencio de la tierra. Se hizo más y más fuerte mientras algunas escasas luces en la Torre Norte se encendían. La tranquilidad parecía, sin derecho a réplica, haber sido abruptamente aniquilada; quizás por algún hecho fatídico, un asesinato o tal vez, un atentado cuya víctima bien podría haber sido alguno de los monjes principales.
Y. . ., al fin llegó al monasterio. Haciéndose más gélido, más denso y turbio, irrumpió por la pequeña abertura de una puerta. Rápidamente cobró fuerza y a medida que ganaba espacio en su recorrido, se podía observar por detrás, una importante sala circular rodeada de altas y perfectas columnas, como así también varias puertas ubicadas a ambos lados y con dos imponentes escaleras que conducían al segundo nivel. Muchos candelabros y lámparas alteraron su quietud al compás de esa “brisa” intrusa, usurpadora; aunque sin ninguna presencia de alguien más, al menos, cercano.
Siguió avanzando y al llegar a la sala orientada al ala sur, se agitó un breve instante y dando un extraño giro a la derecha, abrió bruscamente una nueva puerta, por lo que se dejó ver en su interior, un inmenso comedor con dos mesas largas y a la vez circundadas por al menos un centenar de sobrias sillas. En frente del recinto, delataba su presencia un solitario sillón. De sólida y añeja madera, presuntuoso y mucho garbo, parecía un fiel testigo de muchos y grandes acontecimientos, incluso de aquellos que uno preferiría no recordar. A la vez, inspiraba nobleza, ternura y nostalgia. Mágicamente un aura lo cubría, lo abrazaba íntegro; y entre su sentadero y respaldo, yacía como cumpliendo voto de silencio, un bastón de oscura y fina madera, con una gran empuñadura color oro. A juzgar por su apariencia, estaba sin uso.
Tras escudriñar el paisaje del alrededor, el aire, temeroso por un nuevo grito, con premura aceleró su marcha en fuga dejando tras de sí pasillos vacíos y bien iluminados. Escapó por una salida, la que más cerca tenía a disposición. Salió al fin del monasterio, hacia el sur, más precisamente a un patio de excesivas proporciones. Más allá, se alzaban otras tres nuevas Torres, aunque más pequeñas, tal vez para vigilancia o prisiones. A media altura, entre cada una de ellas, se levantaban muros, gruesas troneras, poderosos parapetos de sólidas rocas de granito.
El escaso aire que aún deambulaba por los corredores se detuvo frente a una solitaria puerta y como por arte de magia, repentinamente se disipó sin dejar vestigio alguno de su presencia. En ese momento, en que el silencio sometido expiró, repentinamente y de la nada apareció alguien que sin volver ni por un segundo la mirada atrás, cruzó la puerta al tiempo que detuvo su frenética marcha y con un resoplido de su boca, anunció cierto alivio.
El físico de aquel hombre marcaba un pronunciado cansancio pues al parecer, había cruzado apresuradamente por muchos corredores para llegar hasta allí. Vestía un atuendo color rojo con vivos dorados, largo y de línea impecable. De mediana estatura, delgado, rozaría quizás los cuarenta años, de cabello castaño claro con presencia de algunos blancuzcos mechones. Su rostro mostraba cierta entereza, fuerza y convicción.
Miró de un lado a otro y confundido, su semblante de paz pareció desaparecer al instante: delante de sus negros y profundos ojos, cruzaron velos de preocupación y languidez. Parecía perdido en sus propios pensamientos, estaba muy agitado y caminaba con los pies descalzos. Lo llamaban Amenón.
Con su barba rojiza y rostro arrugado, comenzó a buscar algo con insistencia en la pequeña habitación, que sólo constaba de algunos estantes con libros viejos y polvorientos, una mesa y dos sillas. No había suficiente luz, sólo el tenue resplandor de la luna que se filtraba ingenuo a través de una ventana; por lo que su búsqueda entre los estantes de aquello que para él sin duda era de extrema importancia, se hacía más engorroso.
Dos gritos más, de la misma persona, lo estremecieron un momento; detuvo su misión, con su lengua recorrió sus labios, los enjugó y acto seguido secó su transpiración. Luego siguió buscando y buscando, casi al punto de la paranoia. . .
—¡Dónde estás, dónde estás maldita sea! —gritó con furia, en el preciso momento que levantaba con sus manos lo que tanto había anhelado encontrar: un libro de pequeña factura de tapa azul, ornamentado con un importante grabado en oro y un sello dorado.
Abrió su boca como para decir algo, pero alcanzó a escuchar vagamente el quejido de alguien lo que lo hizo desistir de todo comentario en voz alta; no obstante, nada ni nadie le impidió abrir el enigmático libro lo más rápido posible y comenzar a leerlo en voz muy baja.




La media noche comenzaba majestuosa. . .

En otra habitación, un poco apartada, tres hombres con largas túnicas marrones y capuchas bajas, se miraban entre sí y permanecían con sus cabezas gachas. Se trataba de los monjes Acario, Calixto y Sorak. Murmuraban entre dientes palabras con poco sentido para cualquiera que en esa ocasión los estuviese escuchando; más para ellos eran, a juzgar por su ansiedad y el nerviosismo, de extrema y vital importancia.
—El día ha llegado. Nuestra “Madre” está por dar a luz al hijo que. . ., a nuestro hijo. . ., nuestra salvación —dijo Acario, siendo el primero en hacer algún comentario.
—¿Tú crees?. . ., mira que la profecía dice que nacerá hoy y aquí, en el Monasterio de Las Luces —refirió Calixto situado a la derecha—; sin embargo. . .
—¿Sin embargo qué?. . . ¿¡Qué insinúas Calixto!?. . . ¿¡Entonces piensas que Él llegará de las tinieblas y buscará el poder en nuestro protector!? –un cierto enojo se advirtió en estas palabras de Acario, al tiempo que miraba de reojo a Sorak, el otro de los tres monjes que estaba parado a la izquierda, más tranquilo y silencioso.
—Pero, de eso también habla la profecía. . ., querido hermano Acario ¿acaso lo has olvidado? —profirió Calixto súbitamente. . ., y agregó—: Escucha a nuestra “Madre”, oye sus gemidos, está pariendo a aquel, el que nos salvará o nos matará. No hay más que estas dos alternativas. Por eso, debemos estar preparados para lo peor. Además, el señor Amenón está buscando el Libro Sagrado y cuando lo encuentre, en él se verá la Marca de la Luz y entonces sabremos a ciencia cierta, si la profecía en la que ahora en verdad pensamos, es la que está aconteciendo.
—Como digas Calixto —manifestó Acario resignado—, y entonces, ¿qué podemos hacer nosotros?
—Esperar —dijo Sorak—. Lamentablemente no hay algo que podamos hacer salvo. . ., rezar con mucho fervor. La profecía se llevará a cabo pronto, es inevitable. . . aunque siento y presiento extrañamente con alegría y tristeza, que nuestra hora de salvarla se acerca cada vez más y más, al igual que nuestra irremediable muerte.

Sorak, era el monje de aspecto más tenebroso y siniestro de los tres; pero del modo en que usaba y utilizaba las palabras para expresarse, aparentemente lo transformaban en alguien calmo y apacible. Nada parecía tener la suficiente importancia como para llegar a intranquilizarlo o ponerlo nervioso. Jamás perdía los estribos.
—Sorak. . . eso no es posible. ¿Acaso estás viendo la hora de nuestra muerte? —balbuceó Acario casi con exasperación.
—Mira Acario. . ., mi querido hermano. El Libro Sagrado determina que serán “diez” los guardianes para nuestro hijo que está naciendo —dijo Sorak con parsimonia-, y que además el día de la Última Batalla, será exactamente dentro de dieciocho años. Mucho tiempo ¿verdad? Pero con dolor te aviso, que nosotros no viviremos más de una hora. . ., nuestro señor Amenón no tiene más alternativa que llevar a cabo la difícil misión de encontrar a los verdaderos guardianes.
—¡Yo, ni por asomo tengo en mente morir! —expresó con furia Calixto—. Puedo enfrentarme a quien sea y en donde sea, ¿está claro?
Sorak inclinó lentamente su cabeza hacia abajo un breve tiempo, y sin responder con palabra o ademán alguno, pensativo se sentó. De repente, un estremecedor grito parecido más a un alarido los paralizó, los exaltó. . ., y luego, casi sin mediar interrupción, comenzaron a sentir una penetrante y fuerte melodía: era el llanto de un bebé; ese llanto con el que la mayoría de las criaturas hacen saber a quién quiera oír, que al fin han nacido; aunque tierno, a la vez desgarrador.
Lo que terminaban de escuchar les hacía suponer sin dudarlo, que en una sala cercana alguien acababa de dar a luz; por lo que también se confirmaba que en esa medianoche, cualquier duda sin titubeos se esfumó: la profecía al fin, se presentó como realidad. La “salvación” había nacido.

Sobre una mesa estaba recostada una pulcra y bella mujer, aún con sus piernas entreabiertas, agobiada y cubierta por una manta blanquecina manchada con sangre. Dos hombres valientes la habían ayudado en el alumbramiento. Había nacido una niña. Estaban muy sorprendidos, al tiempo que uno de ellos levantaba la criaturita sosteniéndola en lo alto. La mujer, llorando de alegría, extendió sus brazos para recibir a su querida hijita.

En la biblioteca. . ., Amenón detuvo su lectura en una página que estaba escasamente escrita pero, un círculo con extrañas marcas, líneas y colores podían verse impresos con claridad. Cerró con fuerza su puño, tomó el libro y se dispuso abandonar la habitación lo más rápido que le fuera posible. Pero en ese preciso momento una repentina sensación de pánico heló su corazón; impaciente, se acercó a la ventana y pudo ser testigo de algo tétrico: la luna había sido cubierta por una rara y acechante nube rojiza. La escasa luz pronto fue segada y al igual que en las restantes habitaciones. . ., una diabólica fuerza se acercaba con sigilo y urgencia.
El silencio era absoluto y las sombras, totales. Acario, Calixto y Sorak se incorporaron y salieron de la sala y en frenética corrida descendieron por uno de los pasillos hasta abrir de un empujón la puerta del lugar donde había ocurrido el nacimiento.
—¡Aquí está! ¡Miren! Mi preciada Kitrina por vez primera ha visto la luz de la vida —dijo en voz muy alta la madre.
—¿¡Una niña!?. . ., ¡es verdad!, Dios Santo Todo Poderoso. . ., ¡no puede ser! —hubo desconcierto y obligada aceptación en estas palabras de Acario. . ., quedó atónito.
—Es cierto —agregó Calixto—. ¿Acaso ha de ser nuestra protectora una mujer?. . ., entonces que el Infierno tenga piedad de nosotros. . ., pero. . . ¿¡Por qué se nos castiga con esto!?
—¡Qué palabras dañinas y blasfemas se te escapan, buitre! —exclamó enfurecida la mujer— Esta es mi hija y no es ninguna salvadora; además no veo marca alguna en su cuerpo. . ., sí señores: aquella profecía es un embuste, es falsa.
Las sombras comenzaban a deslizarse por toda la pequeña sala cuando Amenón de súbito, entró con el libro y luego de besar sonriente a la mujer, su mujer, lo abrió, buscó hasta encontrar el “dibujo”; secó su transpirada frente y observó con intriga y vehemencia el símbolo y a la niña.
—¿Qué buscas, Amenón?. . .—preguntó con curiosidad la mujer— Mi amor. . . ¿aún piensas que mi nena es la salvadora?. . ., no lo es, convéncete. . . y ¿Dónde está esa terrible sombra de los avernos que supuestamente vendría a llevarse a la guardiana? Ja. . . ja. . . ja. . .
—¡Ay, mi hermosa e ingenua Kimira! —aseveró Amenón— Nuestra hija ha nacido y pronto muchas calamidades caerán sobre nosotros. Las sombras están afuera, están entrando. . . ¿no te has dado cuenta?, debo buscar hasta el último lugar del cuerpo de. . . Kitrina.
De pronto, en su meticulosa búsqueda detuvo su mirada en el pechito desnudo de su hija: quedó estupefacto, como petrificado. Sus ojos se desorbitaron completamente, un frío colosal recorrió su espalda, se le erizó la piel y se encresparon sus pelos. Respiró profundamente, tomó a la pequeña con ambas manos, la levantó en alto y mostró a todos los presentes el lugar a la altura del corazón, donde se podía ver la “marca”, la había encontrado; pequeña, tal vez algo confusa pero verdadera y real. La beba de a ratos lloraba o gritaba, pero todos hacían oídos sordos a tales quejas.
—¡Es ella! —exclamó Amenón con contundencia— La Hija de la Luz al fin ha nacido. . . a la medianoche, y tal como la profecía lo anunció: hoy y en año nuevo. Todo lo que fue vaticinado alguna vez hace mucho tiempo, se acaba de cumplir. Ya no tenemos nada que temer. . .
Tan pronto como hubo acabado de pronunciar aquellas palabras, un estallido como un golpe seco debajo de ellos, hizo estremecer hasta los mismísimos cimientos del monasterio. Amenón apretó sus dientes, los tres monjes presentes se dieron vuelta atemorizados y junto con él se acercaron a la puerta.
—¡Llamen a los demás!, ármense y bajen de inmediato. . . —profirió Amenón a modo de orden— Yo llevaré a Kitrina a La Puerta de Hierro, pues en cualquier momento se abrirá y es nuestra única oportunidad. Sólo allí estará a salvo de las garras del mal.
—¡¡No, dámela!! —aunque aún débil, gritó con desesperación Kimira mientras se incorporaba— No te la llevarás a ningún lugar, es mi hija. . . ¡¡Te pido por favor qué me la devuelvas!!
Amenón no respondió y atinó raudo salir de la habitación con su niña en brazos seguido por los cinco hombres. Ya en el pasillo, que estaba en penumbras, no escucharon ruidos cercanos pero sí, el siniestro sonido que hacen los pies de alguien que pesadamente marca sus pasos al caminar, despacio, amenazante, como en una lenta y letal cacería.
Cuando en voz alta llamaron a los demás, a falta de respuestas los asaltó la más macabra de las sospechas: ¿qué habría ocurrido con todos? Sólo les bastó abrir algunas de las cálidas y cómodas habitaciones del monasterio para responderse y más aún, corroborarlo: muchos habían lamentablemente muerto. Unos cuantos yacían en sus camas decapitados o lacerados completamente, víctimas de crueles torturas y asesinatos. El panorama se tornó desolador, devastador: partes de cuerpos ferozmente mutilados estaban esparcidos por todas partes; incluso en los pasillos se podía ver una considerable cantidad de despojos, con olor a muerte. Pero a pesar de todo, otro tanto al parecer, corrió con mejor suerte: habían sido dormidos tal vez por el suministro de alguna sustancia, o heridos levemente en sus cuellos pero sin riesgo de muerte.
Lo que sí se podía inferir con clara certeza es que “algo” o “alguien”, había descargado sobre ellos un formidable, descomunal y destructivo poder; aunque en el total, el mayor daño fue sólo en un diez por ciento. Sin embargo quedó en evidencia, que nadie abriría sus ojos por el momento y ninguno reaccionaría a llamado alguno. Sólo unos pocos desdichados mantenían, atontados, sus ojos abiertos. . .


II – Marcas Infernales

Amenón arropó en sus brazos a Kitrina y deprisa atravesó lóbregos pasillos; empujó una puerta de madera y continuó con su vertiginosa marcha. Kimira salió tras los pasos de su marido, pero a poco de andar, debió detenerse ya que un repentino mareo se apoderó de ella. Estaba agitada y todavía débil; aún así tomó coraje, abrió con gran esfuerzo sus ojos y continuó tan rápido como sus pies lo permitieron.

En el salón principal, los cinco monjes inmutables y en silencio, sentían cada vez más cerca la presencia de una fuerza sobrecogedora. De pie y temblorosos, miraban fisgando los alrededores. Advirtieron que había cambiado la luz que cotidianamente alumbraba el salón. Ésta se había transformado en una luminosidad rojiza, pálida, deslucida y escalofriante; los pasos pesados que escuchaban se hicieron eco en todos los muros. . ., desde un corredor paralelo algo se aproximaba.
—Hermano Sorak —dijo Calixto—, ve y avísale a Amenón de este maldito infortunio. . . alguien se acerca, han logrado entrar en ataque a nuestra casa. . . Estamos sentenciados —la respiración se le hizo más densa y trémula.
—No nos volveremos a ver —entristecido comentó Acario y con resignado convencimiento—. Por favor protege a Amenón y sobre todo a Kitrina. . ., ella debe, sí o sí, atravesar la Puerta de Hierro. . ., ahora vete.
Sorak asintió, volvió sobre sus pasos y rápidamente desapareció de escena. Los cuatro que quedaron, se agruparon, tomaron espadas, las que solían usar para defensa. Luego de unos pocos segundos sintieron a sus espaldas la presencia de una imponente energía, un inconmensurable poder; por lo que, dieron un violento giro y la tuvieron en frente: una sombra, una aparición, que ante sus desorbitados ojos, se levantó del piso envuelta en una impenetrable niebla. Se presentó alta, cercana a los dos metros, firme, con alas negras a ambos lados, de delgada estampa, y silenciosa. . ., envuelta en fuegos incandescentes, y peligrosamente se acercaba más y más a estos pobres indefensos, que la miraban incrédulos aproximarse suspendida en el aire.
Acario, con su respiración ahora más agitada, más entrecortada y con gotas de transpiración que se escurrían de su frente, decidido tomó firmemente la espada. A su lado, Calixto y los monjes se mantuvieron callados, inexpresivos, con los ojos bien abiertos y reseca la boca; sabían perfectamente que con una pequeña espada en mano, jamás podrían hacer algo contra esa fantasmagórica aparición; más que una derrota, sería un suicidio. Ninguno le habló y de súbito el misterioso ‘ser’ se detuvo. Aguardaron un breve momento para saber cuál sería su reacción y cuando éste hubo de dar el primer certero y ruidoso paso, los monjes con coraje y determinación se colocaron en posición defensiva.
—¿¡Qué es esto!?. . ., no lo puedo creer. . . ¿¡acaso se atreven a enfrentarme!? ¿¡a mí!?. . . ¿al Señor de la Oscuridad?
—Es todo verdad —pensó Calixto en voz alta—, la profecía se ha cumplido, “el Mal” llegó a nuestras tierras. Kitrina es nuestra única esperanza y debemos protegerla hasta con el último suspiro de nuestras vidas. . .
—Olvídate de ella —dijo Acario—, seas quien seas y llames como te llames voy a decirte algo: Kitrina ya nació y en este preciso momento debe estar llegando junto con su padre Amenón Keldon, a la Puerta de Hierro y. . . ¡no puedes impedirlo!
—No he venido de muerte y tinieblas sólo para discutir con seres inferiores e inmundos como ustedes —los ofendió la sombra acercándose a ellos intimidante—, aunque no tenga cuerpo físico como dicen ustedes, mi poder está por encima y lejos de su comprensión, y “ésa” que dicen que ha nacido con la marca de la luz, ha de darme el poder para volver a la vida. La necesito. . . sencillamente por eso la tomaré. . . que nadie se atreva a interponerse en mi camino.
La voz de la sombra se tornó cada vez más grave, más sádica. Los indefensos monjes retrocedieron temerosos; y atónitos se percataron de una centellante y dorada luz que al parecer, provenía de ese monstruoso ser. Todo su “cuerpo” quedó envuelto por esa luminosidad. Ante el asombro y desconfianza que les produjo esa revelación de ultratumba. . ., el mudo silencio fue abatido. . .
—Yo Ireshniküs, Señor de los Muertos, tomaré ahora lo que por todos los tiempos y derecho me pertenece.
La “sombra” con estas palabras, dejó al descubierto su mezquina pretensión y al mismo tiempo una inevitable declaración de guerra.
Todos empuñaron sus espadas esperando el furtivo y veloz ataque…, y así fue. Ireshniküs se detuvo y unos mortíferos ojos rojos paralizaron a los monjes, quienes en su desazón sintieron que sus cuerpos poco a poco se rasgaban, sus pechos se comprimían y sus ojos parecían explotarles. No obstante, doloridos y aceptando la posibilidad de una segura derrota, con esfuerzo y valor decidieron levantar sus frentes en alto, gritaron, maldijeron y corrieron hacia el intruso. Al estar bien cerca, frente a frente, y en intento de al menos herirlo, la angustia fue aún mayor: descubrieron que la aparición no era más que una sombra, no había alguien allí, por lo que no podrían pelear cuerpo a cuerpo. Supieron en ese desesperado instante que todo había terminado: la hora de morir había llegado. Soltaron sus espadas, cayeron rendidos de rodillas y se tomaron con sus manos sus cuellos; el “ser” dio media vuelta, los ignoró, sus ojos volvieron a relampaguear y tras una breve agonía, un último quejido anunció lo inevitable: aquellos valerosos monjes dignamente habían perdido la vida. Quedaron tendidos en el piso, inertes, fríos, pálidos. . ., con profundas heridas y laceraciones. La sombra de Ireshniküs se movió sigilosamente de un lado a otro, alrededor de ellos, los examinó y mientras absorta llevaba a cabo tal menester, un lejano sonido interrumpió su tarea; y lo hizo volverse hacia las escaleras más cercanas y raudamente atravesó largos pasillos. . .

Amenón llegó a una escalera en espiral que descendía a un pasillo aún más oscuro y macabro que los anteriores. Carrera abajo y saltando de a dos o tres escalones por vez, llevaba a su hijita en brazos, que no paraba de llorar; mientras Kimira lo perseguía insultando y maldiciéndolo. En el segundo nivel, no muy lejos de ahí, Sorak también corría a toda prisa entre la sordidez y los despojos encontrados en el camino. Tenía la marcada sensación de que era seguido de cerca; por lo que detenerse o volver la mirada atrás, sería en su convencimiento, desastroso, fatal, un suicidio. No tenía más alternativa que avanzar rápido y tanto como pudiera.
El afuera mostraba una aterradora y ensombrecida noche; alrededor de los murallones unas marcas doradas comenzaban a ganar espacio en todas las direcciones: de norte a sur, de este a oeste. Las tinieblas traídas por Ireshniküs se abrían lentamente y Sorak, fue el primero en sufrir los devastadores efectos de aquel poder de otro mundo; otra dimensión. Cuando atravesó el arco de una puerta, un estallido cercano lo hizo caer bruscamente y a sus espaldas sintió un fuerte y abrazador calor.
En el piso y con el cuerpo adolorido, las rodillas raspadas y dos dedos de su mano derecha dislocados, elevó con esfuerzo un poco su cabeza, la giró hacia atrás y pudo de soslayo saber el por qué: llamas encendidas y vivaces, formaban una cortina de fuego que como custodia y en advertencia, de alguna manera protegía la puerta, cubriéndola, tapándola pero sin dañarla; y a su vez ella, estaba bloqueada por un misterioso sello que había aparecido en el suelo. A Sorak, de pronto lo asaltó la congoja de ser testigo de un profundo dolor, presente a su alrededor, pues parecía escuchar penosos lamentos y gritos del infierno. Se incorporó como pudo y agitado, reanudó su marcha. Para su fortuna, la buena suerte estuvo esta vez de su lado: cada puerta o corredor que explotaba en llamas, a él no lo dañaban pues esto ocurría siempre después que pasaba.
Las marcas que surgían de la nada parecían haber sido diseñadas por un demonio que además de invisible, de inigualable poder. Cuando logró llegar al fin del camino, empujó una puerta, ya entreabierta, continuó y llegó a las escaleras por donde había pasado Amenón con su hija. Todo lo acontecido a estas alturas, desnudó en Sorak una tenebrosa verdad: la sombra de Ireshniküs lo estaba acosando, acechando y sólo faltaba un mínimo error para que la fuerza del exterminio lo atrapara. Y estaba muy cerca. . .
. . .En los cuartos, guardias y monjes estaban atrapados; gritaban desencajados, coléricos, para muchos de ellos la suerte ya estaba echada: no había salida, ni escape posible y tampoco ayuda. Su final estaba allí, inevitable.

Amenón transitó por pedregosos túneles subterráneos como si todos formasen un gran pasaje olvidado en el tiempo.
Desde afuera se lo podía ver corriendo por la Torre Central; y en cada ventana aparecía llevando consigo a Kitrina. Ya cansado y agobiado de tan tediosa travesía, se topó con una puerta de hierro de doble hoja. Era verdaderamente hermosa: muy sólida, con incrustaciones de oro, plata y brillantes, ornamentada además con majestuosos dibujos, marcas y líneas celestiales y aunque raro, sin picaporte ni cerradura lo que hacía suponer, sin mucho esfuerzo mental, que no había modo alguno de abrirla, al menos en forma convencional. Amenón se acercó, se detuvo frente a ella y respiró aliviado. Luego de un minúsculo intervalo de satisfacción, pues no había tiempo que perder, examinó con premura uno a uno sus dibujos; observó el símbolo en el cuerpo de Kitrina, los comparó, y volvió a mirar la puerta. . ., sonrió en buen augurio. Disfrutando lo sucedido estaba, cuando un escandaloso grito detrás suyo lo sobresaltó: era Kimira. Ya estaba allí, acababa de alcanzarlo, presente en el pasillo; y tras de dar un par de pasos al frente, acercándose aún más, el túnel por donde había llegado, fue bloqueado por otro círculo de luz que iluminó aunque tenue, toda la sala. Ambos se miraron fijamente a los ojos; se midieron; estaban furiosos y sin negociaciones: ninguno de los dos daría brazo a torcer, cada uno estaba seguro y afirmado en sus decisiones.
—¡Vete Kimira, vete! —ordenó Amenón— ¿no vez mujer que éste es el destino de nuestra hija?. . . trece años deberá dormir aquí hasta el día en que el monasterio, abra sus puertas a los jóvenes que se transformarán en la esperanza de todos y al finalizar el tercer ciclo, de todos ellos elegiremos cinco. . . Así esta escrito: “dentro de estos muros nacerá el ejército de la luz para desafiar al mal. . .”
—No lo hagas —suplicó Kimira al borde del llanto, al tiempo que sintió un pronunciado calor a su alrededor.
Las paredes y el techo se encendieron; Amenón por un momento cerró sus ojos, y sin demora dio la espalda a su mujer; miró nuevamente la puerta y fijó su vista en la marca, la que estaba justamente en el centro, la que resplandecía con luz propia, la que por sus características era igual a que la beba tenía en su pecho; pero había algo más: estaba circundada por diez marcas similares y por encima de ellas, algo más distante, una que se destacaba, aunque pequeña, sí muy clara.
Amenón desconcertado la contempló con cierta atención, pero enseguida se volvió a Kimira, restando importancia a la extraña marca, la ignoró.
—Esta es la primera —dijo en tono firme y seguro Amenón—. Los “otros” están naciendo. . .
Tomó la manito de Kitrina y acercándola al sello de la puerta estaba, cuando de repente apareció Sorak; no pudiendo llegar cerca de ellos, pues la única entrada al salón donde se encontraba la Puerta de Hierro, estaba cerrada, clausurada por el enigmático e inexplicable campo mágico. Kimira dio media vuelta y con sorpresa aunque con un dejo de apatía, lo miró.
—Señor Keldon. . . Señor Keldon. . . un demonio ha invadido el monasterio. . . ¡ha logrado entrar, lo ha tomado por asalto! –anticipó Sorak— No sé cómo, he oído su voz a la distancia. . . se hace llamar Ireshniküs. No sé quien es, ni de dónde viene; pero sí sé que es aquel que la profecía ha instituido como el Señor de los Muertos.
El rostro de Amenón denunció mucha intranquilidad, excesiva tensión, y entrecortadamente, como herido de muerte, habló:
—¿Ireshniküs dices?, ¿Ireshniküs? No. ¡No puede ser él. . . es imposible!
—¿Por qué no? —preguntó Sorak— ¿de qué se trata todo ésto, mi señor?
—No, no puede ser. . . él está muerto —respondió Amenón casi en murmullo.


III – El Portal de Fuego

Sorak permaneció asombrado, quieto. . . asustado tras las terribles palabras de Amenón. El silencio fue asolador, ruin; sólo perturbable minutos después cuando un aire gélido y escalofriante desde algún recoveco de la pared o alguna abertura, les llegó certero y despiadado. La luz comenzaba a desvanecerse y Amenón muy cerca nuevamente de la puerta, tomó una de las manitas de Kitrina, y colocó su pequeña palma en la marca señalada. El suelo se estremeció de repente, las paredes chillaron, el polvo de los rincones se levantó por los aires. . ., y un zumbido de la puerta comenzó a escucharse. Amenón tomó a Kitrina y retrocedió un poco; pero en un santiamén Kimira se abalanzó sobre él, lo tomó del cuello con intenciones de ahorcarlo mientras lo recriminaba todo:
—¡Qué has hecho! ¡Déjala, mal nacido! —vociferó con inocultable aborrecimiento. La ira se posesionó de ella.
Amenón reaccionó rápido y logró zafarse de las esmirriadas manos ejecutoras. Cerró nuevamente sus ojos, triste, débil. Una profunda pena y desilusión hirió de muerte su corazón; lágrimas de sinsabor y de lamento, se escurrieron por sus mejillas. . .
—No sabes cuánto lo siento amada mía; no quiero hacerlo, pero tienes que entender que éste, es el destino de nuestra niña. . . Es vital que viva, crezca y cumpla sus trece años; debe encontrar a Los Seguidores para aprender junto a ellos todas las artes conocidas: defensa, ataque, magia. . ., sabiduría y concentración.
Amenón trató de que su mujer entrara en razones, pero no tuvo suerte. Sabía que Ireshniküs conocía la profecía y de la existencia de Kitrina y que en unos segundos más, lo tendrían allí. Había que proteger a la criatura con la vida si fuese necesario. El tiempo se acortaba. . .
—¿Tú serás quien le enseñe? ¿Tú? —reprochó a los gritos Kimira— ¡Contesta!, tú o tus desquiciados monjes. . . ¡bah! Eres un bastardo igual que todos. . . Por última vez ¡¡dame a mi hija!!
Volvió a tirar de las ropas de Amenón y lo detuvo en el exacto instante en que él se disponía sin demora, llevar a Kitrina hacia la Puerta de Hierro.
Su interior no se veía claramente, pero se podía, dado el espectáculo, asentir la existencia de una luz dorada que encandilaba del otro lado, escondida ahí, como si el sol hubiese dejado caer en ese lugar una partecita suya, brillante, opulenta, incomparable. Ese sería el hogar de Kitrina por los siguientes trece años.
En la sala, la sombra maligna de Ireshniküs comenzaba a manifestarse. Sorak consternado, trató de llamarlos para que supieran de la inminente gravedad; pero a su pesar, no lo escucharon; ni siquiera se dieron por aludidos. Sus gritos de advertencia fueron en vano. . ., la pareja seguía en lo suyo; insultos, tironeos. . . Entonces, cubrió sus ojos con su mano izquierda, se arrodilló y comenzó a rezar. Nada más podía hacer sino esperar un baño de sangre; para él, ya todo estaba perdido.
—Dame a Kitrina. . . ¡¡ahora!! —ordenó la sombra con voz de criminal.
—¡No, de ninguna manera! —le dijo Amenón, mirando con sorpresa al recién llegado— Vuelve a la oscuridad de la muerte, que es adonde perteneces. . . que esta niña cumplirá su destino, y no la tomarás.
—¡Lárgate, repugnante fantasma del infierno! —gritó con ira y desconsuelo Kimira. Su rostro estaba totalmente humedecido por el llanto.
De pronto, en denodado propósito, el que toda madre tiene cuando defiende a un hijo, corrió veloz hacia la aparición, sin saber que no podría atropellarla ni pelearla en riña, pues era una sombra, sin físico, sólo con ojos rojos. Ireshniküs la esperó, desplegó unas largas y puntiagudas alas y cuando la tuvo casi pegada a él, las cerró cubriéndola con un manto como en un abrazo. Fue un “abrazo” negro, de muerte.
Amenón quedó estupefacto, sin palabras, inmovilizado debido al brutal cometido llevado a cabo por aquella fantasmal figura. Y peor se pondría por lo que vendría después: cuando desafiante la sombra se volvió hacia él, desplegó las alas, quedando al descubierto sólo pulcros huesos, sin carne, que cayeron al piso. Kimira había desaparecido; nada se podía hacer, ella ya no volvería. . ., fue envuelta en las oscuridades de Ireshniküs.
Sorak abrió los ojos, profirió palabras con verdadero pánico y horror debido a la situación que era, por demás escalofriante. Se puso urgente de pie y se echó a correr por el oscuro túnel que anteriormente le había servido como salvoconducto para llegar hasta allí. Casi todos los sellos que en su momento lo habían bloqueado, se habían apagado, excepto los que custodiaban habitaciones y alcobas.
A pesar de estar dolorido y cansado, corrió desesperadamente, a veces dando saltos, pero sin interrupciones. Comenzaba a faltarle la respiración de tan rápido que iba. Parecía dirigirse a un lugar en particular, como si en un momento de esa alocada carrera, se le hubiese cruzado por la mente, una idea que podía significar la salvación de su Señor y de Kitrina, una idea de tomar partido en la delgada línea que separa la vida de la muerte. . .Y él, sin lugar a dudas ya lo había decidido.
Amenón, turbado por la absurda muerte de su mujer, sin alternativa retrocedió; su rostro de súbito se ennegreció y sujetó con fuerza a Kitrina a la vez que observando por encima de su hombro, sintió la calidez de la puerta y también un murmullo de musicales voces que con firmeza lo llamaban, pero. . . largamente titubeó. La sombra del señor de los muertos se hacía cada vez más alta, más poderosa. Amenón no quiso correr peligro, el riesgo era mayúsculo, entonces decidió no atravesar la Puerta de Hierro, aún estando a sólo un paso. A esta altura de las circunstancias, un profundo odio, de súbito inundó su apenado corazón, y lo único en lo que pensó fue aniquilar a esa aparición.
—Ahora me darás a Kitrina. . . —ordenó sin titubeos Ireshniküs— ¡será mía de todos modos!
—¿Cómo es que volviste a la tierra, cómo puede ser que estés aquí si has muerto hace mucho tiempo? —con desconcierto trató de indagar Amenón.
—Estoy a punto de completar mi venganza; aquel que me mató me las pagará y con mucho sufrimiento. . . Una vez que tenga a esa niña en mi poder, podré abrir el Portal de Fuego; tomaré mi cuerpo de nuevo y el ejército del mal habrá comenzado a nacer, así el Maestro de la Destrucción verá por fin la luz del día y la noche reinará para siempre —profetizó Ireshniküs.
—Ya veo —dijo pausado Amenón—, entonces no estás solo en ésto, me lo imaginaba; tienes lacayos que buscan la manera de traerte a la vida si consigues a Kitrina. . . pero has de saber que no te la llevarás, antes tendrás que luchar conmigo.
—No tiene caso, no eres rival digno de mí —agregó Ireshniküs con sorna.
Ireshniküs ni bien acabó de pronunciar estas palabras, advirtió que la Puerta de Hierro comenzaba a cerrarse. Amenón comprendió que a pesar de sus ansias de venganza, entrar era su única salvación; sabía que moriría pero al menos, lo tranquilizaba saber que Kitrina sobreviviría. Se dio vuelta y de un certero salto entró, pero Ireshniküs fue demasiado rápido: un hilo de fuego apareció entre sus sombras y rodearon sus pies sacándolo de un tirón junto con la niña de la habitación sagrada. Ella se le escapó de sus brazos y él quedó a merced de Ireshniküs. De pronto y sin aviso previo, con un estrepitoso ruido, la Puerta de Hierro se cerró. Los sellos en ella se apagaron, se mezclaron profusamente, y se movían de un lado a otro. Unos pocos segundos transcurrieron, cuando aparecieron los diez símbolos. Una marca, más definida y diferente a las otras, se ubicó en el centro: la marca de Kitrina. Las restantes se presentaron en distintas direcciones y la única que no había variado de lugar o color era la que se encontraba por encima de todas.
Kitrina, ahora indefensa, pataleando boca arriba, lloraba sin consuelo. Amenón retrocedió arrastrándose como pudo, pero esos hilos de luz se multiplicaron y lo tomaron también de las manos, tan fuerte que le cortaban la circulación de la sangre. Ireshniküs apenas dio un paso adelante dispuesto a dar el golpe final pero no alcanzó ni siquiera a pronunciar palabra: de la nada, un extraño Portal luminoso comenzó a abrirse a un lado del corredor. Era enorme y sus márgenes ardían en vivos fuegos, su interior era de color rojo muy intenso, por demás lúgubre; y al mismo tiempo emitía unos sonidos macabros y descomunales. Ambos, sorprendidos giraron sus cabezas. Los hilos de luces tomaron esta vez el cuello de Amenón y bruscamente lo pusieron de pie, mientras, Ireshniküs retrocedía acercándose lenta y cautelosamente al nuevo Portal.
—Aquí está. . . —comenzó a decir—. El Portal de Fuego acaba de abrirse, ¿pero cómo? ¿acaso la beba lo ha abierto? No, no puede ser ella, es insignificante, jamás podría lograrlo. . .
Entonces. . . ¿qué significa todo esto?. . .
—La Puerta se ha cerrado —dijo a duras penas Amenón y no agregó nada más, pues el intenso dolor y medio asfixiado casi no le dejaban pronunciar palabra.
Ireshniküs moviéndose a un lado le dio la espalda y las luces que lo mantenían atrapado desaparecieron en una estela dorada. Ya liberado se tomó del cuello acariciándolo y de soslayo miró a quien tenía enfrente: la Sombra, que se había tornado de repente más y más enorme además de atemorizante, amenazadora.
—¿Cómo es que se abrió el Portal de fuego?
—No lo sé —respondió en forma tajante y en voz baja Amenón—. Creo que tiene que ver con la Puerta de Hierro que acaba de cerrarse. Al parecer, ambas tienen una conexión, es decir, sólo puede abrirse una si así también lo hace la otra. . . en ambos casos y con mucho deleite debo informarte que sólo mi querida hija Kitrina tiene el poder.
—¡Magnífico! —exclamó irónicamente Ireshniküs— Entonces es mucho más importante de lo que pensé, ahora que el Portal se ha abierto. . ., mi victoria está cerca. Aquél pronto vendrá de las sombras y aniquilará tu miserable mundo. . . me la llevaré.
Amenón ante el peligro de tal magnitud y sin siquiera pensar que su vida pendía de un hilo, de ninguna manera lo permitiría y reaccionó más rápido: en un segundo alzó a Kitrina que sollozaba desconsoladamente, la apretó fuertemente a su pecho y la ocultó de los ojos encolerizados de la sombra quien ardió de furia y se volvió hacia ellos. . .
Sorak, finalmente había llegado a la sala pequeña. Allí, en una desgastada silla de roble descansaba un delgado libro de tapa azulada, estampado en su centro un extraño símbolo. Lo abrió lo más rápido que pudo y empezó a leer sin pausa, apurado. . ., buscaba algo. . .
—Ya no tengo mucho tiempo. . . lo matará, lo matará —se decía para sí.
De pronto encontró el dibujo de la marca celestial, leyó algún que otro fragmento de los párrafos al pie de la hoja y sus ojos irritados acusaron un verdadero cambio; una sonrisa tenue y algo apagada se reveló por entre sus rasgos arrugados al tiempo que levantó el libro y se colocó en dirección a la puerta.
—¡Sellos infernales. . .! —exclamó a más no poder con todas sus fuerzas, para que todos dentro del monasterio lo escucharan— ¡. . ., se apagarán para siempre y las luces del cielo cubrirán la oscuridad! ¡Yo, Sorak, invoco a las fuerzas celestiales para que la sombra maldita no tenga más poder sobre ustedes. . .! Ahora, vamos, vamos todos a ayudar a nuestro señor Keldon.
Tras esta invocación, todas las marcas de fuego dentro de las habitaciones se apagaron y al cabo de una prolongada espera, los monjes y guardias se vieron libres y así, mirándose en complicidad, dominados por la ira, gritaron envalentonados y en carrera se abalanzaron por los pasillos con dirección al túnel que los llevaría hasta la Puerta de Hierro.

. . .Amenón, elevaba su mirada, cuando un lejano y estruendoso ruido le hizo sentir que alguna esperanza todavía era posible para él, todavía estaba a tiempo.
—Están viniendo. . ., no te llevarás a Kitrina —sentenció—. El Portal de Fuego también se cerrará en un momento, lo sabes.
Ireshniküs bruscamente se le acercó, y aunque Amenón se aferró a su hija con todas las fuerzas del mundo, no fue suficiente: la maquiavélica sombra se colocó a su frente y una luz rojiza que sus ojos despidieron, lo cegaron. A pesar de todo y confundido, retrocedió pero sin soltar a Kitrina.
La sombra todavía más despiadada, se fue acercando nuevamente extendiendo sus mantos de tiniebla y muerte, para terminar de una vez por todas con Amenón, su enemigo. Afortunadamente para el padre de Kitrina nada llegó a concretarse, pues se detuvo al escuchar el oportuno retumbar de pasos de una multitud muy cerca constituyendo una real amenaza. Esa interrupción hizo que sus ojos iluminados de exaltación y odio, giraran hacia un lado y el pasillo este de repente se encendió en muchas luces. Los gritos de los guardias se sintieron más enloquecedores y los primeros monjes llegaron a la sala. Ireshniküs presto, trató en arrebato de apoderarse, quitar a Kitrina de los brazos de su padre pero ya era tarde: muchos guardias armados de cuchillas y espadas lo habían rodeado. Sintiéndose acorralado comenzó a soltar horribles ruidos, eran de desesperación y locura como un animal enfurecido en obligado cautiverio. Aunque podía presentar batalla y de seguro la ganaría, por un momento en lo más profundo de su negro corazón, una reflexión lo hizo cambiar de idea: una pelea en esas condiciones, pondría la vida de la beba en peligro por lo que todos sus planes se vendrían abajo, fracasarían. Retrocedió entonces, y fue cabal testigo del cierre del Portal de Fuego.
—¡Malditos sean. . . malditos todos! —Sus agravios fueron en voz tan alta que las paredes y el suelo se agrietaron— ¡. . .Qué han hecho!
Amenón se corrió a un costado con su hija en brazos y delante suyo se colocaron una veintena de guardias para protegerlo. Llegaron otros, provistos de nuevas armas, espadas, lanzas, pero sin armas de fuego pues estaban prohibidas en el monasterio por lo que todo que pudiesen tener a disposición para ser usado en defensa era válido y digno de ser utilizado. En definitiva se lograron dos cosas: por un lado escudar a Amenón junto a Kitrina y por el otro impedir que Ireshniküs se les acercara.
—¡Desgraciados. . .! —comenzó a decir la Sombra, mirando a cada uno de los guardias. Su odio y rencor por lo sucedido se había tornado de tal envergadura, que nadie se atrevió a acusar recibo de esos insultos y mucho menos a contestarlos. Cierto es, que también lo había invadido la impotencia como prólogo de lo que sabía, sería por lo menos en esta oportunidad, su inevitable final.
Ireshniküs sin más opciones, llevó a cabo su retirada: desapareció dejando como prueba, sólo una negra bruma que de a poco y lentamente, cubrió toda la sala.

Amenón Keldon consciente de que el próximo ciclo sería dentro de trece años y que Ireshniküs volvería para vengarse y apoderarse de Kitrina, obviamente no lo hacía del todo feliz, pero de todos modos festejaba el hecho de que por esta vez, la batalla había sido ganada y lo que vendría después, bueno, eso sería otra historia.
Luego de unos minutos, volvió de sus reflexiones a la realidad: ordenó a todos salir y cerrar el pasillo.

Ninguno volvió a acercarse a la Puerta de Hierro, que quedó silenciosa, expectante, como suspendida en el tiempo tal vez, a la espera del próximo ciclo cuando los acontecimientos, sin permiso previo, volverán a interrumpir su letargo. . ., pues así estaba escrito.


IV – Mensajeros del Nuevo Mundo

La noche en todo su esplendor, abrazaba suave y tenazmente aquellas frías regiones. El aire maligno ya no deambulaba como un intruso por los campos y montañas. . ., se había desvanecido por completo y esa peculiar rojiza luz, cercana al monasterio, lentamente se esfumaba sin dejar rastros de sus perversos actos.
Ahora, la sólida edificación volvía a mostrarse dueña de esos parajes, imponente, en exquisita quietud, sosegada y en silencio: los gritos en su interior habían cesado.
Puertas adentro, una considerable cantidad de monjes estaban reunidos en el hall principal: discutían con cierto fervor, nerviosos y cerca de doscientas personas murmuraban sin descanso en los corredores y pasillos. Los guardias armados custodiaban todos los accesos al monasterio, aunque luego de la medianoche nada hacía presagiar que el terrible Ireshniküs se decidiera a regresar.
Keldon y Sorak se reencontraron en la gran sala saludándose con efusividad y Amenón sonriente, le dio las gracias por haberle salvado la vida y a su vez, le ofreció su eterna amistad. Sorak, con su acostumbrado rostro de tranquilidad y serenidad, asintió pero sin que se le pudiera ver en su rostro algún gesto.
—Con honor y orgullo acepto tu amistad —dijo, mirando de reojo a Kitrina, quien dormía plácida en los brazos de su padre—, lamento la pérdida de Kimira, me apena que haya pagado con su vida nuestras desdichas.
—Ireshniküs pagará, de eso puedes estar seguro querido amigo —agregó Amenón emocionado y conteniendo sus lágrimas—; pero no ahora. . . hoy por hoy hay algo más importante que hacer. Sabes como yo que Kitrina sobrevivió al primer ataque y que en trece años más, la profecía marca el Segundo Ciclo y es ahí cuando él regresará por todos. Seguramente vendrá más fuerte, más poderoso, más mortífero que nunca y para desgracia, tiene el tiempo suficiente para enseñar a sus lacayos cómo vencernos.
—Entiendo señor —asintió con preocupación Sorak—. Entonces no tenemos otra alternativa que hacernos más fuertes para la pelea. . ., debemos urgente encontrar a los elegidos.
—Sí es verdad, pero no sólo a ellos porque aunque los entrenáramos nosotros y llegasen a ser los más fuertes del mundo, aún así les faltaría el poder suficiente para enfrentar al Señor de los Muertos y su sanguinario ejército. Ahora entiendo a qué se refería el Libro Sagrado. . ., ahora todo se me muestra más claro —asintió Amenón.
Por un momento Amenón quedó pensativo, como quien analiza en su mente alguna loca idea que se le acaba de cruzar. Observó los muros del monasterio para luego posar su mirada en Sorak y pensó en voz alta: sí, estaría bien. . ., ¿por qué no?. . .
—Perdón, ¿qué estás diciendo? —con lógico desconcierto preguntó Sorak.
—Escúchame. El Libro habla de guerreros, de jóvenes que crecerán y ayudarán a los elegidos en el futuro. . . y este lugar es inmenso. . .
Y tenía razón. El monasterio era enorme, con muchas habitaciones y lugares que bien podía serles útil para tal misión.
—¿Acaso no lo entiendes, amigo Sorak?, este lugar tranquilamente puede transformarse en nuestro propio Centro de Preparación Especial.
—¿Algo así como un colegio? —preguntó Sorak no convenido del todo.
—Algo así. Es perfecto. Imagínate: un colegio secreto para no sólo enseñar a los diez todas las artes del bien, sino también, a cientos de jóvenes de su misma edad, que sean capaces y tengan la suficiente fuerza como para formar parte además, de nuestro ejército- había mucha ansiedad en estas palabras de Amenón.
—Entiendo —dijo Sorak moviendo su cabeza de poco convencimiento—; sinceramente y no lo tomes a mal, me parece una idea un tanto descabellada; además ningún padre nos entregaría su hijo para ese fin aunque fuera cuestión de vida o muerte; y tampoco estamos cerca de muchos centros urbanos como para traer muchos jóvenes.
—No subestimes a la profecía amigo mío, por favor no la subestimes —acotó Amenón—; es cierto que sólo Teckamar está a nuestro alcance. . . pero eso no tiene mucha importancia te lo aseguro. Buscaremos chicos de todas partes del planeta si así fuese necesario, sin importarnos sus creencias, religiones, ni tampoco sus lenguajes o idiomas. Verás que todos llegarán a nuestro monasterio y durante el tiempo que sea necesario, aprenderán a luchar, a defenderse, a buscar en lo profundo de sus corazones un poder tan fuerte como el de cualquier arma.
—¿Y bien? ¿Cómo piensas hacerlo? —cuestionó Sorak, intranquilo por el murmullo de la sala que ahora se había tornado más fuerte y todos estaban observándolos, intrigados por lo que ellos dos estaban dirimiendo, opinando.
—El espejo. . . —contestó con firmeza Amenón—, el espejo de mis antepasados les mostrará que su única esperanza es formar parte de esta historia. . . no los engañaré, sólo les mostraré lo que podría ser nuestro futuro si Ireshniküs se sale con la suya…sé lo que estás pensando, ¿que cómo vendrán aquí, a este lugar tan oculto y apartado de toda civilización?. . . no te preocupes por eso, el Camino de la Luz se encargará de traerlos.
—Bueno —asintió Sorak no del todo convencido—, sabes que cuentas conmigo para lo que ordenes, pero me temo que lo que te has dispuesto en llevar a cabo es difícil y de muchísimo tiempo.
Algo de justificada razón había en las dudas de Sorak. El proyecto era demasiado ambicioso como para cumplirlo en lo inmediato. Entre otros detalles, demandaría muchísimo trabajo y por supuesto dedicación, no sólo en buscar y encontrar a los diez, sino también a todos los demás. Por otra parte el monasterio tendría que ser adaptado a esa nueva realidad o sea, demandaría demasiadas refacciones, labor y costo; todo ello sin contar la búsqueda de profesores idóneos que tendrían la dicha o desdicha de enseñar a tantos jovencitos seguramente rebeldes, pues esto es propio de la edad.
—Sorak. . . —dijo con mucha seguridad Amenón—, imagino las dudas que todavía rondan por tu cabeza, pero ten fe, créeme que no será en vano, tienes mi palabra. No te olvides que tenemos trece años, y en ese tiempo no quedará lugar en el mundo que nosotros no hayamos estado, buscando los pequeños jóvenes nacidos en el mismo día y año, no te quepa ninguna duda que los encontraremos. . . y cuando hayan cumplido los trece, junto con mi querida hijita vendrán a este nuestro monasterio y demás está decir, que comenzarán a transitar la más grande de las experiencias jamás vividas por ellos.
—Bueno, entonces comenzaremos de inmediato —agregó Sorak ya convencido y muy entusiasmado—; pero. . . todavía me preocupa y me produce mucha tristeza el destino de los monjes, porque sospecho, tendrán que irse y éste es su hogar. . ., sufrirán mucho ¿no crees?
—¡Pero amigo! En ningún momento hablé de echarlos —sonrió Amenón tímidamente—. Para que sepas y te quedes tranquilo, tengo otros planes para ellos, planes que les permitirán seguir aquí pero lejos de nuestros héroes…les encomendaré su propia misión.
—Parece que tienes todo perfectamente claro en tu cabeza como en tu corazón —asintió Sorak—; entonces yo me haré cargo personalmente en la elección de los profesores, división de aulas, niveles o sectores, para que cuando la hora de la verdad llegue, todo esté ordenado al detalle.
—Muy bien ¡excelente! —balbuceó Amenón sonriente— Encárgate, sabes que confío en ti más que en nadie.
Pasado unos minutos, Amenón, muy satisfecho con todo lo que se había resuelto, tomó en sus brazos a Kitrina y salió pausadamente del lugar. Era hora de llevarla a dormir.