jueves, 22 de marzo de 2012

LOS REINOS DE HÊRION "La Llave Púrpura"


Un mundo desbordante de magia es el campo fértil para la soberbia.
Como una semilla del mal, crece lentamente, intercalando sus pequeñas espinas y retorcidas raíces,
con las de las tiernas hojillas de las buenas intenciones.
Demasiada luz puede cegar los ojos insensatos.
Demasiado vino dulce puede empalagar el gusto más delicado,
y embriagar el corazón de los hombres codiciosos.
Magia.
Juego de los mortales.
Delicia de los poderosos.
Regalo del Único.
Cuando la hay en abundancia, pierde la gracia en poco tiempo.
Si es un bien para todos, para algunos se convierte en un desperdicio.
Cuando escasea es carne de carroñeros, provoca miedo.
Todos se vuelven perspicaces y temerosos.
Para algunos, la magia es una bendición.
Para otros una verdadera maldición.
Dos caras de una misma moneda.
La “suerte” está echada.



Prólogo


En el Gran Libro del Universo se cuenta que una vez, hace miles y miles de eras pretéritas, el “Único” suspiró profundamente y extendió ante sí, los variados hilos que había seleccionado para comenzar un nuevo tapiz en su divino telar. Entrelazando majestuosamente las hebras, embelezado comenzó a darle vida a un vasto mundo y allí, habilidosamente, dio forma a un continente: Herion. Luego, dibujó entre las hebras, extensas y verdes praderas, circundadas por impactantes montañas de altos picos nevados, también dorados desiertos y filosos acantilados. Bañó sus costas con cristalinos y azules océanos; colocó por doquier flora y fauna digna de alabanza. . . hasta que situó en Herion a los primeros habitantes inspirados por su espíritu. Se detuvo un momento, los admiró satisfecho, y pensativo sopló sobre ellos la gracia de su luz. Los vio multiplicarse, crecer con sabiduría y bondad de corazón, por lo que les obsequió un don muy especial: la magia, regalo grandioso, pero peligroso a la vez porque con ella se les otorgaba la capacidad de realizar acciones contrarias a las leyes de la naturaleza.
Los habitantes de este continente serían capaces de cuidar su tierra y contribuir a la continua creación y desarrollo del continente. Y así lo hicieron con celo y esmero, hasta que la simple curiosidad y el asombro de un comienzo, se tornó en una sed irrefrenable de conocimientos y completo desorden.
Vharak, uno de los demonios alados de los “planos inferiores”, envidioso de la posibilidad del Único para crear de la nada seres vivos, pensantes y gentiles, decidió inmiscuirse exclusivamente en este continente habitado, con el sólo propósito de corromper vilmente los corazones y mentes de todos ellos, valiéndose precisamente de su curiosidad innata, incitándolos a ir más allá de lo permitido. Les susurró disimuladamente al oído que eran capaces de mucho más, que el “tejedor” los estaba limitando y controlando demasiado. Vharak sin ninguna contemplación, plantó en el interior de aquellos primeros habitantes, la duda del amor y aprecio que el “creador” les tenía, y los empujó a desobedecer sus consejos.
A medida que crecían en entendimiento, sus almas se empequeñecían volviéndose mezquinas, frías e impías. Competían además en soberbia y poder, a tal punto que ya no sólo dejaron de ser agradecidos por la magia que el Único bondadosamente les había regalado, sino que buscaron algo peor: ocupar su lugar.
Entristecido y preocupado ante el curso que estaban tomando los acontecimientos en aquel novel continente en sus primeros pasos en el tiempo, el Único decidió arrebatarles la magia de sus manos. Por lo que un día, los habitantes de Herion se encontraron con que ya no podían torcer las leyes de la naturaleza a su antojo y placer. Desesperados por la pérdida lo intentaron todo: desde nuevos hechizos, trucos y sacrificios, hasta súplicas y llantos, pero de nada sirvió, la suerte ya estaba echada. Ante los sabios ojos del Gran Tejedor, sólo había unos pocos dignos de quedarse en esas bellas tierras, que aún sin magia, sabía que podrían continuar con la labor de crear y cuidar lo que él mismo les había encomendado en un principio. Con amor de padre, a esos pocos elegidos les permitió quedarse en Herion. A los demás, les esperaba el destierro.
Se cuenta que una mañana gris, los Soberbios subieron a unos grandiosos navíos en busca de tierras lejanas en donde comenzar de nuevo. Partieron no sin antes dar una última mirada atrás y sentir en lo profundo de sus almas un dejo de arrepentimiento. Pero lo hecho, hecho estaba y no tenían más remedio que partir y cumplir con la pena impuesta a su arrogancia.
Fue así que después de viajar durante incontables días y noches, por fin divisaron las oscuras y neblinosas costas del continente al que luego llamarían Mörk Atra. Allí finalmente se instalaron, y entre sollozos se lamentaron de su suerte. Sin embargo, rápidamente levantaron torres y construyeron poblados. Se atrincheraron en sus residencias a tratar de recobrar algo de sus conocimientos perdidos pero todo fue en vano: habían sido completamente despojados de la gracia de la magia.
Pasaron los ciclos, y mientras tanto en Herion, los Obedientes siguieron contribuyendo a la belleza y bienestar del hogar que los había visto nacer. El Único, viendo que todo se encaminaba nuevamente, se inspiró otra vez y decidió partir hacia otros rincones del infinito universo para crear nuevos mundos, no sin antes dejarles valiosísima compañía a sus fieles seguidores: de entre las familias más devotas y leales a su amor, eligió a siete jóvenes doncellas, sopló sobre ellas su espíritu, y según dicen los más antiguos, de allí fue cuando surgieron las primeras Bendecidas. Nadie sabe bien por qué el Único eligió mujeres, pero algunos se atreven a asegurar que fue por la naturaleza gentil de las féminas, sumado a su poder innato de dar vida y cuidar con amor maternal todo aquello que las rodeaba. Estas siete mujeres destacaban en hermosura, sabiduría, misericordia, y a su vez resplandecían con la luz del pensamiento del Tejedor. Los Obedientes las recibieron con regocijo, y poco a poco, se fueron olvidando de sus hermanos que habían caído en desgracia y arrojados a un destino incierto.
Al poco tiempo del destierro, en una noche sin estrellas, Vharak, el demonio alado, sobrevoló ese mundo y localizó a los exiliados de Herion. Pensó entonces, que podrían servirle a sus propósitos de mansillar toda aquella creación. Sin reparos, ciertamente ahí, en los corazones ponzoñosos y vengativos de los Soberbios, es donde Vharak encontró tierra fértil para hacer germinar la semilla del mal. Para llevar a cabo sus nefastos fines, astutamente puso en marcha los engranajes de la tan planeada venganza: hizo un pacto con este nuevo pueblo de perversas intenciones, dejándoles a su alcance los saberes de la magia oscura.
Los Soberbios tomaron a los más débiles de entre ellos, los sometieron a terribles experimentos y tormentos, dando origen de esta manera, a una nueva raza de inimaginables engendros. Fabricaron artilugios y amuletos maléficos, armas poderosas y por demás destructivas.
En uno de aquellos tantos días, llegó Vharak con la noticia de que el Único había bendecido con la magia a los que habían quedado en Herion, eligiendo de entre ellos a siete doncellas, a las cuales había encomendado la fundación de distintos reinos para proteger y cuidar de los hijos Obedientes. Adara construiría las gigantes bibliotecas del Reino de Arcadia y allí preservaría toda fuente de conocimiento y cultura de los demás reinos. Naisha, recorrería los dorados desiertos del Reino de Choprak Rej, Moragh regaría las verdes praderas del Reino de Gwenndelyn, Mahiya custodiaría los lagos cristalinos del Reino de Nirat, Hwa Young vigilaría los imponentes picos nevados del Reino de Xiang, Velsigne guardaría los filosos acantilados del reino de Lavonia y por último, Jungfru domaría las heladas tierras en el reino de Korelia.
Al enterarse de todo esto los altaneros pobladores de Mörk Atra, se enfurecieron y decidieron con la incitación del demonio, apresurar la conquista de Herion. Pero éste les aconsejó paciencia y que lo que mejor podían hacer, era esperar a que todos se olvidaran de ellos, y así cuando la memoria eliminara todo recuerdo de su paso por Herion, volver entonces a su primer hogar para arrasar con esas tierras.
Mientras tanto, los siete reinos prosperaron y crecieron. Sin embargo, a pesar de que la vida de las Bendecidas se vieron prolongadas por la magia que anidaba en su interior, eran en verdad mortales, por lo que cuando se acercó la hora de partir, cada una recibió en su templo a las niñas y jóvenes más virtuosas, para que mientras ayudaran en los quehaceres, aprendieran a escuchar la voz del Único en sus corazones y crecieran en sabiduría, en piedad. Al morir las primeras Bendecidas, cada una de ellas prometió a su pueblo que de ningún modo los abandonarían y que al llegar a la Casa del Creador, escucharían sus plegarias en las necesidades, y que al mismo tiempo eligirían sus sucesoras para cada reino. Así fue como ellas se conviertieron en Las que Escuchan las Plegarias y se continuó también con la tradición de elegir a las jóvenes mejores preparadas para ser una Hija Bendecida.
Pasaron las estaciones y los años, hasta que se transformaron en ciclos enteros. El implacable olvido, se transformó en un grueso velo eclipsando las memorias de los habitantes de Herion.
Y de pronto, sin que nadie lo esperara. . .



Capítulo I
Los Náufragos




Décimo sexto día de la estación del sueño. . . 2345 años de la Era Iluminada. . .


La noche era muy cerrada. La neblina con su manto fantasmal, cubría la superficie del agua y daba la sensación de que cielo y mar eran uno solo. Apenas unas diminutas luminarias, tímidamente se asomaban entre pesadas nubes de tormenta. El frío calaba los huesos y hacía castañear los dientes de todos.
El pequeño estaba arrebujado cerca de la mujer a la que llamaba madre, aunque ella parecía no transmitirle calor alguno; más bien lo abrazaba indiferente, concentrada en otear hacia adelante esperando divisar algo entre aquel manto blanco. . .
Las embarcaciones habían zarpado temprano, y a poco de iniciar la travesía, se encontraron inmersos en una densa niebla. Parecían haber navegado a la deriva durante días y noches hasta que por fin, uno de los hombres que iban en la proa pronunció la palabra tan esperada: ¡Tierra!
Los tripulantes de las diversas barcas se prepararon y ya cerca de la costa, algunos comenzaron a lanzarse al agua desesperados. Chapoteaban en el agua, gritaban aliviados, exagerando cada uno de sus movimientos debido a que el poco abrigo que llevaban estaba mojado y provocaba lógicamente, que sus movimientos fueran lentos, torpes, como los de un lisiado.
El niño que comenzaba a dormitarse ante el incansable vaivén del navío, de repente abrió los ojos mirando para todos lados creyendo que estaba soñando. Había perdido la noción del tiempo, sólo el hambre y el intenso frío, que parecía habérsele metido dentro, le daban la sensación de que aquella travesía había sido eterna. Pero ahora la situación era otra, había dado un vuelco. Sin miramientos lo alzaron en andas, aunque desinteresadamente, no evitaron que se mojara con el agua extremadamente fría. Lo depositaron enseguida en la costa y lo llevaron a la rastra con ellos. Su madre le apretaba fuerte los dedos, que los sentía entumecidos y doloridos. Cada tanto lo apuraba y le gritaba que caminara de una vez. El pequeño hizo su mejor esfuerzo y trató de seguir el paso de sus mayores aunque sin mucho éxito; tropezaba a cada rato y se raspaba las manos, las rodillas. Su madre le dio una mirada de aprobación, pues pensaba que con ese aspecto tan ruinoso seguramente infundiría más lástima.
De repente se oyeron gritos, miradas asustadas, confusión, y la explicación ante semejante revuelo no se hizo esperar: unos hombres semejantes a ellos en casi todo, excepto en vestimenta y el curioso hecho de que iban montados sobre unas impresionantes bestias de cuatro patas, les apuntaban con armas. A juzgar por sus gestos y miradas, estaban igual de estupefactos y sorprendidos con aquel inesperado encuentro.
Al parecer, les gritaban órdenes pero nadie comprendía lo que querían decirles. Uno de los tripulantes de las barcas se arrodilló y apoyó su frente en tierra. El resto comenzó a imitarlo, hasta que todos quedaron en la misma posición de sumisión y entrega.
La madre empujó al niño al suelo, ya que él no podía evitar observar cada detalle con gran admiración y curiosidad. Todo le resultaba tan raro, pues de la noche a la mañana había sido arrancado de las oscuras y tenebrosas tierras a las que hasta ese entonces llamaba su hogar, para internarse en el mar y llegar a costas extrañas. Siempre había creído que ellas eran las únicas que habitaban un vasto mundo, pero ahora, esto indicaba que eran partícipes de un error, que estaban equivocados.
Los eventos siguientes se sucedieron con rapidez. Pronto fueron acomodados en las caballerizas de las torres de vigilancia costeras. Eran muchos y los pueblos más cercanos aún estaban a una considerable distancia para que viajaran de noche. Mandaron mensajeros a la capital de Lavonia, Hovstad para avisar lo acontecido. La noticia y los rumores viajaron con la velocidad de un rayo hasta los oídos del rey Thuron, monarca del Reino de Lavonia, uno de los que estaban ubicados al norte del continente de Herion.
El soberano Thuron, era un joven inexperto en alguno asuntos del reino, pero no por ello se amedrentó. Reunió a sus sabios y consejeros, preparó la guardia, y le advirtió a todos que fueran precavidos ante los próximos visitantes. Mandó llamar a su dondella Bendecida Häxa, poseedora del don directo de la magia otorgado por el Único, para que escuchara atenta y evaluara la situación en la que ahora se encontraban con esta gente forastera, ajena a Herion.
Tras unos cuantos días de viaje, los náufragos fueron alojados en las posadas cercanas al castillo del rey, asistiéndolos además con ropa y alimentos.
El pequeño nunca había saboreado algo tan exquisito. El pan era tierno y sabía a manteca, mientras que la carne era bien salada y deliciosa al paladar. Le ofrecieron un líquido blanco de textura cremosa, que al principio tuvo miedo de beberlo, quizás tuviera veneno, pero su madre lo obligó a que lo tragara con premura. Durmieron cómodos y al calor de las hogueras esperando la primera audiencia con Thuron.
Por fin llegó la deseada mañana en que fueron llevados ante el soberano. Los ahí reunidos jamás olvidarían el impacto de aquel primer contacto con los extraños. Daban verdaderamente pena. Se los veía desnutridos, abatidos, muy debilitados por sus desventuras en el mar. Poseían rasgos similares, tez muy pálida, casi espectral, de cabellos negros como las alas de un cuervo, y los ojos, ¡aquellos ojos! de un gris claro, muy claro, como el de las nubes que recuerdan a las tormentas de la estación del Cambio. No hubo quien no se admirara ante las ropas simples y descoloridas que llevaban, lo que daban en general una idea de ser oriundos de un pueblo muy humilde y trabajador.
El soberano, una vez que se hubo presentado como regente de aquel Reino intentó interrogarlos:
—Parecen buena gente, ¿de dónde vienen? ¿cómo han arribado a nuestras costas? ¿acaso son vecinos de algún poblado de nuestros reinos aledaños del que no tenemos registro? ¿cómo es que no nos entienden cuando hablamos?. . .
Los extraviados lo miraron temerosos, apretujados unos con otros y abrian grandes los ojos sin comprender en absoluto lo que el Rey les hablaba.
Al parecer, desconocían la Lengua Común de los Reinos, lo que concordaba sin dudas con su desconocimiento de la existencia de Herion.
Häxa dio un paso adelante y pidió permiso para intervenir en la situación. Conocía un simple conjuro que le ayudaría con aquella gente a establecer una comunicación fluída, aunque por cierto limitada.
Mientras la graciosa doncella realizaba con sus delicadas manos una serie de símbolos mágicos, un par de ojillos grises la observaban embelezados. El niño sintió la calidez de su mirada posarse efímera en su rostro y cuando le sonrió, le pareció que su estómago se llenaba de pajarillos. Nunca antes había visto una mujer tan hermosa. Su largo cabello dorado era un campo de trigo que se mecía lentamente en la brisa, y con cada uno de sus movimientos parecía detener el tiempo.
—Listo. Ahora deberían poder entender cada palabra que estoy pronunciando y al mismo tiempo cuando uno de ellos hable, podré comprender el concepto de lo que relaten y lo interpretaré para el resto.
En efecto, cuando Häxa terminó la frase, la expresión de los náufragos cambió por completo. Tenían los ojos bien abiertos, y titilaba en sus pupilas el asombro ante el prodigio realizado por la maga.
—¡Podemos entender cada palabra que dices! —exclamó uno de ellos eufórico y todos comenzaron a comentar el milagro.
—¿Cómo es posible? —preguntaron varios al unísono, sin salir de su sorpresa. Esta pregunta arrojaba otro dato que el prudente Thuron no dejó pasar por alto: los extranjeros parecían no tener conocimientos de la magia porque de ser así, habrían recurrido a ella para hacerse entender. Este descubrimiento lo guardó para sí, cauto, consideró que era lo mejor, por lo menos en este momento.
El Rey procedió entonces a interrogarlos y uno de ellos, el cabecilla del grupo por ser probablemente el más anciano, les explicó lo sucedido mientras la Bendecida hacía de intérprete.
—Nuestro hogar es. . . bueno era. . . una humilde isla coronada en el centro por un gigantezco volcán al que llamábamos Vuur.
—¿Una isla? No teníamos conocimiento de ninguna isla que estuviera en medio del océano de Kalvann, ni siquiera en el de Dûrglass.
En ese instante, dio un paso al frente un hombre bastante mayor y muy arrugado, que tenía apariencia de ser alguien erudito. Educadamente pidió la palabra:
—Nuestros navíos son poderosos y zarparon en contadas ocasiones para explorar los mares, sin embargo jamás regresaron. Lo más probable, esa es al menos la conclusión a la que hemos llegado los estudiosos de los Siete Reinos, es que hayan sido presa de espantosos monstruos, esos que como bien cuentan nuestros sabios, rodean el continente. Hay testigos que cuentan cómo gigantes marinos asoman sus largos cuellos y cuerpos bestiales, abren sus enormes fauces y engullen cuanto se cruza en su camino. Obviamente, el océano no es territorio para humanos ¡no hay nada allí que pueda ser habitable!
El anciano suspiró apenado ante estos comentarios, luego del permiso de Thuron siguió:
—Pues bien, les digo con absoluta certeza, que los monstruos marinos de los que hablan en verdad existen, y los hemos padecido en nuestra travesía por las extensas aguas del océano al que ustedes llaman Kalvann; pero también les aseguro que nuestra isla era tan real como lo son mis pies y mis manos, como que mis cabellos se han tornado blancos trabajando mi campo durante largas jornadas de sol, tan real como las reuniones nocturnas alrededor de las fogatas en las que contábamos los pormenores de nuestras vidas pacíficas, rutinarias y como el reflejo de las tres lunas sobre las olas que bañaban la arena de nuestras doradas playas. . .
A esta altura del relato el anciano lloraba. Una mujer se acercó, lo abrazó tiernamente, y mientras lo consolaba le secaba sus lágrimas. Otros de los extranjeros, muchos, lo imitaban agachando sus cabezas, sollozando. El pequeño llamativamente no lloraba, al contrario: no comprendía nada. ¿Doradas playas? ¿reflejo de las lunas? ¿rutinarias vidas?
El Rey le pidió al anciano que continuara, estaba interesado en saber entre otras cosas, cómo habían llegado hasta sus tierras.
—Desde que tenemos memoria, el volcán Vuur, permaneció dormido y durante ciclos enteros nuestro pueblo prosperó a su sombra. Siempre trabajabamos la tierra y criamos nuestros animales, nunca nos faltó lo necesario para sobrevivir. Nuestras mujeres nos dieron niños fuertes y sanos. . . y ahora. . . y ahora sólo hemos podido salvar a uno solo de ellos.
Los cortesanos exclamaron apenados ante el comentario del anciano, que miraba fijo al único muchacho de unos ocho años quien observaba asustado detrás de la falda su madre.
—¿Cómo es que sólo han podido salvar a uno? ¿acaso una peste los enfermó? ¿una guerra? —preguntó ansioso uno de los consejeros del Rey.
—Fue Vuur. Hace unas pocas noches, cuando todos estábamos descansando, sentimos un poderoso y espantoso estruendo, como millones de truenos y relámpagos descargados en una sola tormenta. No hacía falta imaginar mucho que Vuur había despertado. Escupía fuego y piedras por todos lados. Nos levantamos desorientados, escuchando los gritos de los poblados vecinos que ardían proyectando negras columnas de fuego al cielo. ¡Nunca vimos nada semejante! La tierra abrió su boca y se tragó a personas, ganado, casas, y todo cuanto encontró a su paso. Lo único que pudimos hacer fue subir a nuestras barcas y mirar con tristeza e impotencia cómo nuestra Isla, nuestro hogar, desaparecía de repente en el mar. Cientos de nuestros hermanos perecieron. Sólo quedamos nosotros, los que ven aquí.
Silencio. Todos callaron tratando de digerir tan nefasta historia. De ser cierto, aquellas personas no tenían hogar, aquel temible volcán los había llevado a un forzoso exilio, no había opción.
El Rey se mesaba el mentón, un gesto característico en él, y que había adoptado para dar la impresión de sopesar con cuidado cada información que recibía, aunque en realidad, las ideas y teorías le saltaban en la cabeza, desordenadas, frenéticas. Podría ser que fueran humildes y no conocieran la magia, pero lo cierto era que venían de otra tierra, una isla, habían surcado los mares y podían proporcionarles información importante. En alguna medida podían contribuir con sus conocimientos a la prosperidad del reino. Se abría un enorme abanico de posibilidades, y por el momento todas parecían positivas .
—De acuerdo a lo que nos dices, esto significa que la isla ha desaparecido y han quedado sin un hogar al cual regresar —dijo pensativo Thuron.
—Así es, su majestad. Estábamos perdidos en el inmenso océano resignados a morir de frío y hambre; pero cuando toda esperanza nos abandonó, divisamos las costas de vuestro reino. Son como el paraíso para nosotros.
—Discutiré con mis consejeros y sabios lo que haremos con ustedes, pero no teman, no les haremos daño. Mientras tanto pueden seguir disfrutando de la hospitalidad de mi reino.
Häxa los miró a todos con lágrimas en sus ojos y deseó con toda su alma, que el Monarca fuera compasivo y mostrara su generosidad para con esta pobre gente. Posó sus ojos sobre el pequeño que todavía la miraba hipnotizado y le sonrió tiernamente. El pequeño se asomó por detrás de la falda de su madre y le devolvió el gesto. Sus extraños ojos grises brillaban y parecían proyectar una luz desde dentro.
Pero el gesto no pasó desapercibido. La madre del muchacho hizo una mueca que se habría interpretado tal vez como una sonrisa. En su mente ya se estaba bosquejando quizás, el futuro de su pequeño.


Capítulo II
Tujec



Noveno día de la Estación del Cambio. . . 2349 años de la Era Iluminada. . .


Tujec, sentado frente a la chimenea de la cabaña, calentaba sus tiernas manos. Aquel año el frío parecía haberse adelantado. Si bien Häxa con su poderosa magia lo estaba moderando, alargando un poco el calor del los últimos días de la estación del Sol Radiante, las hojas de los árboles mudaban su color verde a los tonos rojizos, ocres y amarillentos. El chico disfrutaba de una tarde tranquila en su nuevo hogar. . . cuatro años habían pasado y aún recordaba en sus pesadillas la tortuosa travesía en el mar hasta la llegada a las costas de Lavonia.
A pesar que en un principio no entendió bien el relato de los acontecimientos que le contara Igun al Rey, el anciano era uno de los más respetados de entre los enviados, o mejor dicho de los supervivientes, la suya era la historia oficial de lo ocurrido. Tujec todavía sentía escalofríos, pero no por la brisa nocturna que entraba por la rendija de la ventana, sino por el recuerdo de aquella mañana en que había osado discutirle a su madre lo escuchado de boca de Igun en la audicencia ante Thuron. Pero el muchacho, más allá de su corta edad, comprendió que no debía indagar más de lo necesario y después de que su madre se lo hiciera entender a golpes, nunca más lo cuestinó. Los Atrianos, como se llamaban a sí mismos a pesar de que los demás se seguían refiriendo a ellos como los extranjeros, eran gente importante, sin importar lo que aparentaran; si bien trataban de mezclarse de manera normal entre las gentes y sus tareas rutinarias, su arrogancia y sed de venganza se alimentaba día a día puertas adentro.
Tujec muchas veces se pasaba horas mirando por la ventana, observando callado cómo de a poco cambiaba el paisaje. Por orden del Rey, se habían construído humildes cabañas escasamente amobladas para albergar a los extranjeros, aunque cada uno de ellos debía devolver con trabajo y aportes útiles la generosidad de Lavonia. Para los forasteros no existían muchos favores o distinciones.
Al principio el idioma había sido toda una limitación, pero de a poco los Atrianos adquirieron un léxico básico que les permitió comunicarse con el resto de los habitantes del Reino. Así es como pasado unos meses, se enteraron de que otras barcas habían arribado a las costas del Reino de Gwenndelyn. No eran los únicos supervivientes del hundimiento de su Isla. Su gente también se había ido instalando primero en los bosques de Gwenndelyn para luego ocupar un asentamiento importante en la capital de Twr Gwyn. Y en Korelia ocurría lo mismo. Además, sus aldeas crecían, los supervivientes se casaban, tenían hijos, prosperaban en sus negocios, y escalaban posiciones en la sociedad. Incluso algunos, llegaron a ocupar puestos de considerable importancia, sobre todo al haber ayudado a jefes de clanes poderosos o cortesanos que necesitaban de los conocimientos de estos extranjeros.
Sus familias rara vez se mezclaban, ya que muchas veces sufrían el rechazo de los habitantes de Herion porque les asustaban sus ojos grises, casi blancos. Decían que eso les daba un aspecto de almas en pena, de ciegos que miraban al más allá, penetrando sus almas.
El pequeño, agotado de otra larga jornada de trabajo estiró los brazos. Ayudaba a su madre en los telares, y además, realizaba pequeños trabajos artesanales con piedras y metales. Parecía tener una habilidad asombrosa para crear con sus manos. Los vendían en la feria del pueblo y con ellos se ganaban el sustento. Aunque también, cuando el negocio no marchaba bien, cortaba leña para las casas más pudientes, o limpiaba chimeneas y patios cuando llegaba la estación del Cambio, cuando se caían las hojas de los árboles, y las chimeneas comenzaban a largar su humo negro al cielo. Como sucedía otra vez este año.
—¡Tujec! —le gritó de repente su madre— deja de holgazanear y ve a buscar más leña. La noche se está poniendo fría y con las grietas que tiene esta casa, da lo mismo que estuviésemos en la intemperie.
—Sí, enseguida —respondió el muchacho mientras buscaba el hacha y corría hacia la parte trasera para cortar en trozos más pequeños los pocos troncos que quedaban. El aire estaba helado y él sentía sus manos algo entumecidas. Se las refregó para que la sangre circulara de nuevo en ellas, tomó con fuerza el hacha, la descargó sobre el tronco y lo partió con facilidad. Era joven y se sentía vigoroso. Con cada hachazo que daba, Tujec descargaba todas sus dudas y frustraciones diarias. En el trabajo arduo de cada día, recordaba y se preguntaba cómo sería una comida caliente, preparada con lo que los demás siempre referían como amor de madre, una caricia o una palabra de aliento. El muchacho se entretuvo con esos pensamientos y cuando hubo terminado, cargó con los leños, pero al dirigirse de regreso a la cabaña, vio cerca de su madre el reflejo de una sombra inquietante. Un hombre de altura imponente, que al parecer llevaba una capa raída como cortada en tiras, viéndose claramente que llevaba una espada en la cintura.
Tujec se acercó sigiloso temiendo que el intruso fuera un ladrón o asesino. No habían sido pocas las ocasiones en las que los habitantes de Lavonia, acusaran a los extranjeros de realizar maleficios y hacer desaparecer gente para ritos macabros. Habladurías todas, claro, pero que al fin y al cabo constituían la excusa perfecta para asustar a más de uno de los Atrianos. Si éste era el caso, no iban a poder con ellos. Estaba dispuesto a defender a su madre y lo poco que tenían, a patadas y puñetazos si fuese necesario, aunque eso no le valiera de nada ante el tajo de una poderosa espada. El muchacho puso su espalda contra la puerta y estuvo a punto de derribarla con uno de los maderos que traía en brazos, pero una palabra lo detuvo a tiempo.
—Tujec —dijo el hombre con voz grave e imperiosa.
El joven no supo qué hacer y permaneció inmóvil durante unos segundos. Luego sintió que la madre le llamaba con urgencia.
—Maldito muchacho. . . ¡entra de una vez, idiota! ¡no dejes a su Excelencia esperando!
La confusión del muchacho fue aún mayor. ¿Acaso el Rey Thuron los agraciaba con su presencia allí? ¿sería que quería realizar algún encargo especial? ¿una joya para su amada tal vez? Ya sin dudarlo demasiado, Tujec entró atropelladamente a la cabaña para dar por tierra todas sus teorías. No se trataba del Rey de Lavonia sino de un hombre de extraña belleza, labios finos, pelo negro y largo que flotaba suelto en su espalda y se confundía con aquella capa que de lejos parecía un andrajo. Su mirada, helada como el témpano y sus ojos, claros como la nieve ¡sin dudas era un Atriano!
El desconocido dio media vuelta para mirarlo, y Tujec sintió que le temblaban las piernas. Aquel hombre proyectaba una sombra que invadía el alma y oprimía el corazón. El chico retrocedió un paso y chocó contra la puerta que ahora estaba cerrada. No recordaba que hubiese sido una corriente de aire, y su madre no estaba siquiera al alcance para haberla cerrado.
—Tujec. . . ¡de rodillas! pero ¡qué falta de respeto! Mi Señor, perdona. . . —se disculpó sumisa la mujer.
El joven quedó estupefacto, ya que jamás había pensado que no arrodillarse ante alguien más que no fuera un Rey, podría interpretarse como una falta de respeto. Pero si su madre lo había llamado señor, significaba que era alguien importante.
La mano de su madre lo arrojó al suelo bruscamente, y viendo que no reaccionaba, temió que aquel señor se ofendiera con ellos.
Tujec sólo lograba ver sus altas botas negras, y permaneció en actitud servicial hasta que el hombre lo tomó de la barbilla y lo obligó a que lo mirara fijo al rostro. Trató de desviar la vista, pero esos ojos cristalinos se lo impedían: brillaban con la blancura de la ceguera mientras ahondaban dolorosamente en su mente. Percibió cómo urgaban en sus pensamientos y en su ahora vulnerable corazón. Se sintió invadido y ultrajado en lo más profundo de su ser, tuvo la sensación de encontrarse completamente desnudo, todos sus pensamientos y sentimientos estaban expuestos ante este extraño. De pronto, el hombre largó una estruendosa carcajada al tiempo que asentía satisfactoriamente.
—¡Pero si el muchachito tiene sentimientos! ¡Ah! lo que logra la dorada cabellera de esta mujer en su corazoncito. La verdad que me conmueve semejante amor —dijo riendo sarcásticamente.
Definitivamente era un ser sin alma.
—Sí, servirá muy bien a nuestros propósitos. Tiene un dejo de ternura y debilidad, eso que tanto les gusta a las mujeres —agregó comentando el hombre de negro con una voz seductora—. Sigue adelante con lo planeado. Estaré nuevamente en contacto, pero ya sabes: en algún momento deberá pasar la prueba de iniciación de todo Atriano. No le reveles nada todavía; haz lo que sea necesario —ordenó.
—¡Sí, mi Amo! —exclamó extasiada la madre del muchacho, al ver que ahora ellos protagonizarían un papel importante en los planes de su señor.
Tujec se estaba frotando la dolorida barbilla de donde le había sujetado aquel extraño y logró ver de reojo, cómo éste se transformaba en un enorme cuervo de plumaje negro azulado y salía volando por la puerta trasera de la cabaña.
Magia, pensó Tujec. Aquel hombre sin dudas poseía un gran poder para poder transformarse en algo que no fuera humano. El pobre chico no tuvo tiempo de entretenerse ante estas elucubraciones ya que su madre esta vez le sujetó de un brazo y lo obligó a recostarse.
—¿Quién es ese hombre, madre? ¿Acaso es. . . es él. . . mi padre? —preguntó tímidamente.
La respuesta fue una fuerte bofetada en la cara, tan dolorosa que le arrancó unas lágrimas al inocente Tujec.
—¡Insolente! Quisieras tú y cuántos otros mocosos inservibles que él fuera tu padre. No hay mujer que haya sobrevivido una noche con él, y menos para poder darle un hijo —La mujer se alejó hasta una repisa y buscó en lo alto un pequeño frasco que contenía un líquido de color rojo sangre. Lo volcó en un vaso. Sacó rápidamente de sus ropas un dije diminuto con una piedra negra. Lo hizo a un lado cuidadosamente, y se dedicó a revolver el contenido del vaso mientras recitaba unos conjuros arcanos.
—¿Qué es eso? y ¿qué es lo que dices? —preguntó nervioso Tujec.
La mujer le chistó para que guardara silencio, y cuando hubo terminado, se dio vuelta y se llegó hasta él.
—Toma, bébetelo todo de un trago, recuéstate y relájate —le dijo al tiempo que le acercaba el vaso a los labios.
La pócima despedía un olor fétido, como a sangre coagulada. El chico arrugó la nariz y apretó los labios negándose a beberla.
—¡Vamos! ¡sé un buen chico! no voy a mentirte. . . huele feo, sabe mal y duele aún peor ¡JAJAJA! —se mofó la mujer.
Ella lo sujetó fuerte del cabello y le tiró la cabeza hacia atrás. Ante el dolor del tirón, Tujec abrió la boca y en ese descuido sin más, tragó la bebida.
Minutos más tarde se encontraba tirado en su cama encogido de dolor. Sudaba copiosamente, vomitaba y deliraba. Pensó que su madre lo quería asesinar, quizás por no haberse comportado correctamente frente al Amo. No podía pensar con claridad, pero se daba cuenta de que en su interior se generaba un cambio.
De pronto todo a su alrededor se desdibujó, las paredes desaparecieron, los muebles, su habitación, todo se hizo nada. El dolor lo abrazó con fuerza y pareció que se hospedaría en su interior por un largo tiempo.
Tujec lloró y luego, exhausto se desmayó. . .

3 comentarios:

Anónimo dijo...

esta muy bueno el libro, lo voy a comprar cuando pueda.

Anónimo dijo...

esta muy bueno el libro, lo voy a comprar cuando pueda.

Anónimo dijo...

yo compre el 1 y 2, voy por el segundo, realmente atrapante, anímense a la literatura nacional.... a mi me sorprendieron estas escritoras, los libros quedaron muy por encima de mis expectativas...