lunes, 23 de mayo de 2011

PRESENTAMOS "LA VENGANZA" Una maravillosa Obra de cuentos cortos del autor "AUGUSTO FIDALGO PEDROZA"


LA DIOSA
IMPLACABLE

La Venganza
Parte I

Era una familia de trabajadores. La formaban los padres y tres hijos. La mayor de los hijos era mujer y era la estrella de la familia.
Los dos trabajaron afanosamente para mantener el nivel económico que les permitiera educar a sus hijos en colegios privados. Todo con la intención de darles lo mejor y protegerlos.
La madre luchó a la par de su esposo trabajando como maestra, hasta consolidar una estabilidad económica. Esto fue hasta tener la casa propia y que su marido fuera confirmado en un cargo ejecutivo en la empresa automotriz donde trabajaba. Todos los hijos ya cursaban el secundario y a Rosalía le faltaba un año para recibirse de maestra. En la academia de inglés donde cursaba el 4º año, le tenían prometido incorporarla al plantel de profesoras en cuanto terminara su graduación como maestra.
En el barrio en que vivían, la vida era normal y con menos delincuencia que en otros barrios similares.
Por esta razón nunca pensaron en cambiar de lugar su vivienda. Tampoco vivían en un alerta exagerado con los adolescentes.
Rosalía tenía cumplidos los 17 años y aún no había presentado ningún novio a sus padres, ni se le conocía ninguna relación de tipo sentimental. Su total preocupación era su futura profesión.
No había un indicio que pudiera señalar un rumbo oculto en aquella conducta regular.
Por estas circunstancias, de los padres sólo salían prevenciones comunes que alertaban de los delincuentes arrebatadores y de algún seductor pervertido que Rosalía aceptaba no conocer ante un abordaje disimulado de trato corriente.
Pero el accionar macabro que acechaba a Rosalía no estaba en esos niveles de delincuencia común. Ella debía ser observada desde hacía tiempo por la delincuencia mayor cuyos daños son definitivos para las personas y las prevenciones que se puedan tomar en la vida común, no alcanzan para defenderse de tremendas agresiones delictivas. Porque los indicios de un ataque son muy disimulados o directamente no se perciben.


♦ EL SECUESTRO

Fue así que un día que salió del colegio dos horas antes, por un inconveniente sanitario en el edificio, tomó como lo hacía corrientemente el ómnibus que la dejaba a media cuadra de su vivienda familiar, dio a los mal vivientes la oportunidad que estaban esperando. Ya que al romper la rutina de todos los días, que significaba en estos casos compañía y conocimiento entre las personas que viajan, facilitó atacar a la víctima.
Al bajar Rosalía del ómnibus, pronto quedó sola, porque los pasajeros que viajaban allí no eran los mismos de siempre. Las personas que descendieron eran desconocidas y caminaron en otros sentidos distintos. Ninguno fue en la dirección que iba Rosalía.
Esta oportunidad era la que esperaban los mal vivientes que la acechaban. Allí en esas circunstancias pusieron en marcha su plan.
Uno de ellos, de unos 30 años, se le acercó fingiendo una charla cortés, que Rosalía no respondió, pero que si se fijó en el individuo, quien tenía un retoque de rinoplastia, que le daba una configuración facial inconfundible y muy fácil de retener. Cuando ella quiso apurar el paso para alejarse de este sujeto, apareció otro joven quien poniéndose delante de ella, le obstruyó la huida que ella ya iniciaba. Ella no se había dado cuenta de que por la calzada cerca del cordón de la vereda, un auto de categoría los seguía a paso de hombre.
No hubo tiempo ni para un gemido, ya que rápidamente los dos hombres jóvenes la abordaron con llaves marciales, la inmovilizaron y la llevaron en vilo hasta el auto, que en segundos desapareció de ese entorno barrial.
Desde ese rapto en adelante se produjeron todo tipo de denuncia, marchas, protestas y pedidos de justicia. Llenó columnas en los diarios y se difundió por otros medios. Pero todo se fue diluyendo en el tiempo y sólo quedó el pedido de búsqueda de personas en Internet, que prosiguió teniéndose en actividad en la red. . .

LA DIOSA
IMPLACABLE

La Venganza
Parte II


♦ LA VIOLACIÓN

El calvario de Rosalía comenzó poco después de haber llegado a su destino, que era desconocido por la víctima. El idioma que hablaban delante de ella era desconocido, así que ella estaba incomunicada. La habitación en que se encontraba no tenía un indicio que pudiera orientar en que mundo estaba.
Para disminuir el impacto espiritual de la cautiva, le pusieron una compañera de habitación por siete días.
Luego que consideraron que ya no había peligro de shock psíquico, comenzaron a someterla sexualmente, para lo cual la sedaban previamente, cada vez con menor cantidad de estupefacientes. Así continuaron hasta conseguir un sometimiento casi parecido a su voluntad. Rosalía era conciente de todo lo que le sucedía. Pero ella en su desgracia solo tenía en su mente al hombre que la raptó. Su esperanza de escaparse se reinició en cuanto dejaron de drogarla y esa esperanza era con el fin de concretar su venganza. Para ello tenía viva la imagen del rostro arreglado con cirugía plástica del secuestrador. Soñaba que si el destino le daba la oportunidad, acabaría con él sin ningún atenuante.


♦ LA DESTRUCCIÓN
DE LAS PERSONAS

Luego de un largo periodo inicial de más de cinco años durante el cual estuvo como la atracción “latina” del prostíbulo, cargando con el peso de ser la elegida por los clientes, lo que ahondaba la destrucción física y moral de la persona. Los “proxenetas” creyeron que era el momento oportuno para venderla y recuperar, como un nuevo botín, el dinero que habían pagado por comprarla.
Para seguir en el comercio de las personas y aprovechar las buenas condiciones que aún tenía la “latina”, además del sometimiento que mantenía en la actividad a que estaba obligada a cumplir, todo esto hacía que a esta altura de la vida de la mujer, fuera la última oportunidad para recuperar el dinero invertido por su explotador.
Rosalía fue vendida a un tratante que tenía menos categoría y por esta circunstancia las mujeres eran de peor nivel y tenían custodia de hombres armados. La que intentara fugarse podía ser muerta sin tener que dar explicaciones, ya que el dinero que se perdía era poco, porque se trataba de mercancía de segunda clase.
En este nuevo infierno transcurrió cinco años más en la actividad de comercio sexual. Después fue pasada por un año a un período de recuperación para pretender venderla nuevamente.


♦ LA HUIDA

Pero ocurrió que uno de los custodios había vivido cuando adolescente en Inglaterra, fue por muy poco tiempo, pero suficiente para aprender un poco de inglés y sobre todo tener apreció por la cultura occidental, así comenzó la simpatía entre los dos, con pequeñas sonrisitas y frasecitas. De este modo fue creciendo esta tolerancia, hasta comenzar a compartir sentimientos en un secreto en el que se iba la vida. Rosalía veía en este hombre, el túnel por donde podría escaparse de aquella vil explotación. Que además estaba acabando con su vida.
Durante una caminata de recuperación que hicieron un día las tres mujeres de este período con los custodios, Rosalía vio un tren de carga que pasaba frente de ellas. Al volver y lograr un espacio de soledad, le dijo a su custodio en inglés y con algunas señas, si no le parecería bonito viajar en un vagón de carga para ellos dos solos. El custodio la miró serenamente y luego sonrió sin decir palabra. Rosalía no sabía el destino final de ese tren, pero su custodio tampoco había querido o no había podido decirlo hacia donde iba el tren.
Al final acordaron el viaje y él se comprometió a dirigir la salida. Para llegar a este acuerdo transcurrió un año, durante el cual, ella mantenía un ofrecimiento sexual que el custodio aplazaba constantemente.
Sin embargo parecía demasiado fácil haber conquistado a ese custodio. Con la grave experiencia que la había depositado allí, no creía en esta conquista. Por esto le pidió que si se fugaban, le permitiera llevar e ella la pequeña pistola calibre 22 corto que él usaba como defensa personal. El seguiría llevando su pistola calibre 9 mm.
En realidad lo que no sabía Rosalía era si a este individuo su amo le entregaba en premio a su lealtad a esta “latina” a la que podía matar o abandonar a su suerte después de un tiempo establecido y que Rosalía desconocía. Lo que si era cierto, era que de ningún modo podía volver con ella, ya que las pasiones entorpecen la vida en estos ámbitos de comercio sexual.
Un día sin previo aviso, él acondicionó el viaje en un vagón de carga vacío, como ella le había pedido. Se bajaron después de 24 hs. de viaje, ya al anochecer en una población que ella vio poco. Se hospedaron en una especie de viviendas solitarias, que parecían hechas para estos eventos. Donde se podía terminar matándolas o abandonándolas a la miseria eterna hasta morir. Allí el tiempo que compartieron fue como una luna de miel occidental. Ella ya disponía de la pequeña pistola y el custodio le había enseñado a manejarla
♦ EL AMOR

Pero allí sucedió el milagro: Apareció el amor.
El custodio sin dejar que ella comprendiera la verdad, porque era dolorosa, la preparó para que subiera al próximo tren que saldría desde allí y que viajara en él hasta el final. Le dejó la pistola y en un último abrazo sellaron que lo que le aconsejaba era lo mejor que él podía ofrecer. La acompañó hasta subir al vagón vacío y le cerró la puerta corrediza del vagón de carga para protegerla, sabiendo que ella podría abrirla desde adentro.
Él le había conseguido un pantalón tipo Jean con un cinto de seguridad. Los zapatos eran fuertes, que le permitirían correr si fuera necesario, se quedó allí hasta que el tren partió, sin que Rosalía supiera hacia donde iría.
Rosalía entre aquella soledad de adentro y de afuera se quedó dormida en una esquina del vagón. El tiempo transcurrió en un largo sueño, hasta que despertó y vio que por la pequeña abertura de la puerta que su guardián le había dejado, entraba la luz del sol. Rápidamente se incorporó y se acercó a mirar. Aquello era un territorio solitario y sin comparación alguna con todo lo que ella conocía. De este modo no podía tener una idea de donde estaba. En estas condiciones se volvió al rincón del vagón y comenzó a reconocer la vestimenta que tenía puesta. Los zapatos eran unos borceguíes de explorador que alcanzaban hasta el tobillo. Eran seguros y de buen aspecto. Luego siguió analizando el pantalón, ya que tendría que bajarse y caminar con esa indumentaria. Era un Jean azul con varios bolsillos, algunos cerrados con cierre y otros con solapa y botones: era un Jean de explorador que no desentonaba en ningún medio. Arriba tenía una chaqueta de Jean igual que el pantalón con dos bolsillos, las mangas largas con puños. Era una buena ropa. Había una incógnita que tenía que resolver, cada bolsillo tenía algo adentro colocado muy prolijamente. En el primer bolsillo halló un paquete con diez billetes de cien dólares. Esto no fue una sorpresa, fue un sobresalto. Con lo que reunió de todos los bolsillos, juntó dos mil dólares y en el bolsillo lateral derecho del pantalón tenía un cortaplumas multiuso. En la parte interna derecha del pantalón tenía un bolsillo a la altura del muslo. Allí Rosalía colocó la pistola para asegurarse de no perderla. Tenía que seguir andando hasta que el tren se detuviera y allí develar la incógnita para poder orientarse. Volvió de nuevo a su rincón, tomó un poco de agua de la botella que su custodio le había dejado y comió un poco de chocolate que había en el bolsillo de la chaqueta y se volvió a dormir.
En este viaje aunque fuera una huida, iba recuperando a plomo y manejo corporal. Al final del día el tren se detuvo y la máquina se separó de los vagones. Allí era el destino final de ese tren. Pero como estaba oscuro, optó por quedarse en el vagón hasta el día siguiente.


♦ UN VIAJE INCIERTO

Al otro día vio que el lugar era un puerto pequeño y decidió hacer su aventura. Se acercó a la orilla y trató de averiguar hacia donde iban los barcos que estaban anclados. Nadie le entendía nada, hasta que un marino que hablaba medianamente el inglés le consiguió un pasaje, sin presentar documentos hacia el destino final del viaje de un pequeño barco que estaba por partir.
Al anochecer de ese día el barco zarpó de aquel fondeadero miserable y comenzó a navegar en un mar apacible. Rosalía no tenía con quien conversar ya que el marino que la embarcó no iba en ese viaje.
Después de varios días de navegar sin ver las costas y con una alimentación exclusiva de pescados, el barco comenzó a disminuir su velocidad hasta quedar casi al garete en medio del océano. Como ella era la única que no sabía que pasaba, se le acercó un marino y le comunicó que estaban esperando un buque carguero para trasbordar la carga que ellos llevaban. Que ella se podía ir con ese barco, que llegaba a varios puertos del continente.

Unas horas después apareció un buque carguero de gran tamaño. El barco se acercó y cuando estuvo a poca distancia prepararon el dispositivo para pasar los pequeños bultos al buque carguero. Con unas cuerdas tendidas entre los dos navíos, fueron pasando los bultos de aproximadamente 50 Kg. hasta terminar con toda la carga. Una vez terminado este trasbordo, acondicionaron todo el sistema y Rosalía fue la última que pasó al barco carguero. Cuando llegó a bordo, la llevaron a un pequeño camarote y le dieron un pantalón estilo pescador y una camisa de fajina. Luego le explicaron como debía limpiar la cubierta para simular que era una tripulante. En este barco ya las indicaciones se las daban en inglés, lo que para Rosalía era un alivio.
El capitán llamó a Rosalía a su cabina de mando y comenzó a conversar con ella, quizás con la intención de saber que clase de persona era. Rosalía le contó la verdad de su persona, su familia y la distorsionó el final, quizás por pudor de mujer. El capitán no requirió precisiones y se dio por satisfecho. Pero ante la pregunta de Rosalía de cómo se llamaba el puerto de donde salió el pequeño barco en que ella vino hasta el carguero, él le respondió que de donde pudo salir no era ningún puerto, porque ese barco era furtivo. Quizás había salido de algún fondeadero abandonado, que usan los contrabandistas y traficantes, pero que después de seis días de viaje en el mar, pudo venir de cualquier parte.
Después de esta charla el capitán no la liberó de su vigilancia, debido a que la mayoría de la tripulación de ese carguero eran también forajidos.
El capitán le dijo que cuando estuviera cerca de un puerto, él le avisaría si bajarse allí era conveniente para su propósito.
Después de varios días de navegación con bastantes tranquilidad, donde la única obligación de Rosalía era vestir la ropa de tripulante del carguero, sin otras obligaciones. El capitán del barco la hizo llamar y en su cabina de mando le dijo que esa noche llegarían al puerto de El Callao en el Perú. Que era lo más próximo que pasaría de Argentina. Que si ella estaba decidida a bajarse allí, él la acompañaría hasta quedar fuera del control de los guardias aduaneros y luego ella decidiría su destino. Que bajarían del barco como a las once horas. Rosalía le dio su conformidad y le aseguró que para esa hora ella estaría lista para salir. Le agradeció nuevamente al capitán su generosidad y rogó a Dios que ese nuevo paso que daría fuera sin contratiempos.
La maniobra de amarre del carguero fue laboriosa, porque era un barco grande. Luego vino la inspección de policía y aduana, donde el Capitán jugó su rol de primera autoridad del barco para proteger a Rosalía.
Al día siguiente el Capitán avisó a Rosalía que estuviera lista para bajar.
Luego de los saludos con gran cordialidad le dijo que hablarían todo en inglés y que ella no debía contestar ninguna pregunta, que él se haría cargo de todo. Que la dejaría lejos del alcance de la policía Portuaria.
Todo se realizó como lo había planeado el Capitán. Caminando llegaron hasta un bar alejado de los muelles y allí Rosalía le dijo al Capitán que necesitaba cambiar doscientos dólares para poder manejarse en el Perú.
La acompañó y luego de hacer el cambio se despidieron; se dieron un apretón de manos y ella le agradeció nuevamente tanta generosidad que había tenido con ella.


♦ RUMBO A CASA

Desde el Callao tomó un ómnibus que la llevó a Lima. Allí buscó el consulado de Argentina y luego de informarse pidió hablar con el Sr. Cónsul; a quien le explicó que ella era una excursionista Argentina que tuvo que separarse de su grupo porque le robaron su bolso de equipaje con sus documentos. Que el dinero lo conservó porque no lo llevaba en su bolso sino en sus ropas. Que lo único que necesitaba era un salvoconducto o algo transitorio por 48 hs., para pasar la frontera y llegar a Salta. En el consulado luego de tomarle una declaración y sus datos de filiación, le tomaron las huellas digitales y una fotografía de frente y perfil. La citaron para el día siguiente a las nueve horas.
Después de tres días de trámites, el Secretario del Consulado le extendió los documentos necesarios para ingresar a Argentina, válido por 48 hs. Tuvo que abonar u$ 50, para gastos de teléfonos y fotografías. Mientras tanto pasó esos días en una pensión para caminantes, donde le permitieron pernoctar para que hiciera los trámites del Consulado.
Una vez que tuvo en sus manos el salvoconducto, se fue a la Terminal de ómnibus y compró un pasaje para Salta.
Se quedó en la Terminal hasta la salida del ómnibus por comodidad y seguridad; viajó toda la noche y al día siguiente, al anochecer llegaron a Salta. Allí tomó nuevamente otro ómnibus que la llevó a Córdoba, desde donde salió directamente a Buenos Aires.
Todo este periplo terrestre, laborioso y muy sufriente, lo hacía Rosalía porque estaba dominada por la obsesión de la venganza y para ella era primordial conservar la pistola que le había obsequiado su guardián, con la que tenía determinado que ejecutaría a su secuestrador. En un viaje en avión habría sido imposible conservar la pistola.


♦ EN CASA

Cuando Rosalía estuvo en las proximidades de su casa comenzó con las primeras reflexiones. Hablaría por teléfono con sus padres antes de llegar a su hogar, para evitar las aglomeraciones y la policía. Ella sabía que después de tanto tiempo era imposible hacer una acusación con un identikit y solo iba a sufrir el descrédito y la humillación.
Esto lo cumplió, pero al llegar a su casa encontró una ambulancia que había ido a asistir a su padre quien sufrió una descompensación, además de un montón de curiosos. Una vez que su papá se recuperó y se dieron los abrazos y besos del encuentro, ella habló con sus padres y les dijo que debían llamar al abogado que había hecho la presentación en el secuestro, para que la acompañara y presentarse, sólo para decir que no había secuestrador a quien buscar, que ella fue víctima de un engaño, pero que todo se había hecho con su consentimiento.
Esto lo realizó en una semana y obtuvo de nuevo su documento de identidad. De este modo paralizó toda la reactivación del caso que es siempre el recurso de subsistencia de los medios.


♦ LA BUSQUEDA

Desde que llegó a su ciudad comenzó a desarrollar su obsesión, buscaría a su raptor personalmente día y noche si fuera necesario. Esto lo tenía planeado y duraría hasta envejecer. Ahora tenía 27 años.
Rosalía se conservó inalterable porque desde el comienzo de su cautiverio se aferró a la idea de la venganza, un sentimiento cruel que resguarda la psiquis de quien vive esperando el desenlace final.
Al principio comenzó recorriendo a pie las colas de los ómnibus, las entradas a los cines y espectáculos y otros sitios donde se pusiera la gente ordenadamente para ingresar. En esta forma de búsqueda pasó como año y medio. Después consiguió un reparto de propaganda ambulatoria. Así fue cambiando de método para buscar a su secuestrador. Esta era una pasión mayor, aunque sus padres creían que era por la ansiedad; su padre viendo el trajín que Rosalía desarrollaba diariamente, le regaló una motocicleta, una “enduro 175 CC”, cosa que el tamaño de la moto fuera de acuerdo a la dueña. Esto fue sin saber que con esto estaba contribuyendo al plan de locura de su hija.
Desde ese momento todo cambió para Rosalía, buscó repartos comerciales puntuales, para ganar algún dinero y a la vez amplió su radio de búsqueda. Los domingos iba a los estadios, al hipódromo y otros eventos que juntaban gente indiscriminada. En los días de semana revisaba las colas de la Terminal de ómnibus. Cuando volvía a casa pasaba a paso de hombre repasando las colas de los colectivos urbanos. Nadie en la familia sabía en que plan estaba Rosalía, pero cuando llegaba un poco tarde en la noche, descansaban de tanto esperarla.
Como iba todo, parecía ser un plan infinito, que llevaría a Rosalía a la desesperación y la locura, no se podía saber cual era su estado, porque ella no daba oportunidad de una conversación con su familia. La obsesión por la venganza había ocupado toda su psiquis.


♦ LA EJECUCIÓN

Ese día en que parecía que había gastado todas las esperanzas, que perseverar era una tontería, que no sabía si aún existía y si estaba vivo, no tenía ni una señal de donde debía buscarlo. Cuando todo parecía decirle que debía dejar ese segundo martirio que era buscar al bandido. Ella se fortalecía repitiéndose: “esto será hasta que esté viejita”.
Y volvía a tomar bríos y a mirar las colas donde la gente espera algo. Una vez volviendo a casa se puso a repasar una cola de ómnibus de media distancia, de esos que viajan todo el día, llevando y trayendo gente de pueblos cercanos, se detuvo para observar con precisión un rostro con alguna semejanza al que ella estaba buscando. Lo miró bien y la estatura y la edad daban un cálculo aproximado del secuestrador, se detuvo demasiado en pensar como sería el abordaje que le diera firmeza en lo que iba a hacer. En ese momento se puso en marcha la cola y el hombre subió al colectivo, sin presentir que un plan siniestro lo esperaba más adelante.
Rosalía siguió al ómnibus y ya no habría marcha atrás; este se detuvo varias veces y bajaron personas que acentuaban la alerta de Rosalía que aún no sabía como iba a abordar a su secuestrador.
Después de un largo recorrido con muchas paradas, el colectivo se detuvo a la orilla de la ruta, frente a un pequeño poblado, donde no había Terminal y toda la población quedaba del otro lado de la ruta. El único pasajero que bajó del colectivo en aquel lugar, fue el hombre esperado por Rosalía.
Enseguida que se bajó, Rosalía actualizó a su personaje y puso en marcha su plan final. Rápidamente y antes de que este Hombre comenzara a caminar, aceleró su moto y la colocó delante de él, obstruyéndole el paso. Súbitamente le pregunto si no se acordaba de Rosalía.
El hombre parecía de piedra, no movía un músculo. Rosalía estaba en un estado de excitación, que buscaba un indicio de confirmación a su presunción, que le dijera que ese era el secuestrador, para dar paso a la acción final que terminaría con tantos sufrimientos de tantos años. Por lo que optó por una segunda pregunta.
Rosalía tenía en el bolsillo delantero derecho la pistola que le regaló su custodio, sólo tenía que meter la mano y daba comienzo el drama. La excitación no la abandonaba, pero sólo la cuenta de los años pasados y lo que representaba este delincuente, le mantenían la certeza de que ella no estaba equivocada. El hombre quiso caminar de nuevo y ella lo atropelló con su moto.
Cuando se levantó del suelo ella le hizo la pregunta que cronológicamente podría darle más seguridad a su sospecha. En este segundo apriete le dijo:
—¿Así que después que me secuestró se hizo cirugía para ocultarse?.
El secuestrador bastante atribulado por el arrastrón que le dio la moto, decidió hablar. Dijo que la cirugía se la había hecho mucho antes de lo que ella estaba calculando. Y que se la hizo para mejorar su estética y no para ocultarse de nada.
Rosalía estaba en un estado en que no le cabía una reflexión y al escuchar la respuesta del villano tomó la decisión definitiva, que traía expandida en todos los espacios de su conciencia. Agarró la pistola y sin mediar otro paso racional, le disparó cinco balazos que dieron en el pecho. Quiso el destino que la última bala del cargador, como tiro de gracia, le pegara en la cabeza.
Rosalía dio vuelta la moto y comenzó a desandar el camino. A pocos kilómetros se desvió a la derecha y en esa ruta encontró una laguna donde tiró la pistola. Siguió de vuelta a casa sin desesperación de perseguida.
Llegó a su domicilio más tarde que todos los días, pero todo lo realizó igual que siempre. Se puso en la cama y durmió hasta el día siguiente.
Rosalía había logrado eliminar el hombre que le destruyó la vida, pero no había alcanzado la tranquilidad espiritual de tener la seguridad de no haberse equivocado. Esto la llevó a seguir las alternativas policiales del caso.
La policía descubrió que este hombre acumulaba entradas policiales por una serie de estafas recientes y hacia esos hechos dirigió la pesquisa del crimen. Pero en cuestiones generales la policía destacó la existencia en la residencia del bandido, de un archivo de recortes de diarios de hechos delictivos de muchos años atrás, en los que figuraban los comentarios policiales de un secuestro.
Rosalía se conformó con esto y cerró el capítulo de la venganza.
Desde aquí comenzó a ensayar, el vivir de nuevo.-

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