martes, 21 de septiembre de 2010

PRESENTAMOS EL PRIMER CAPITULO DE "Apasionada"


Capítulo I


Cuando el primer rayo del sol rozaba su habitación, Alanis comenzaba a abrir sus ojos. Aquel era otro día más para tratar de descubrir algún sentido que llenara su vida, aquellos días.
Hoy iré a la biblioteca. Seguro podré encontrar en alguno de mis libros una respuesta, aunque sea sólo una. El bosque está muy solitario aún; está por llegar el invierno y es necesario hacer algunas compras. No tardaré demasiado, si salgo ahora, podré tomar el autobús que pasa cerca de aquí. Pensó.
Y así fue. Desayunó y preparó sus cosas. Salió de su casa y percibió que el aire de los tiempos gélidos se aproximaba. Eso era bueno, realmente bueno.
Alanis había heredado aquella biblioteca de su abuela. Y como era la única nieta a la que los libros le agradaban, aceptó ese regalo tan cordial y se propuso convertir aquel lugar en algo que la gente pudiera disfrutar. Desde pequeña ella adoraba los libros y aquel interés cada día crecía más.
Llegó el ómnibus y con él quince kilómetros hasta llegar al pueblo. Se sentó en uno de los asientos que daba a la ventanilla y calma, observaba el paisaje; aquel que la había visto crecer y que siempre se preguntaba porqué ella había decidido ir a vivir sola a aquel bosque, lleno de misterio, tan solitario.
Sin embargo, pasaba bien sus días. Al fin y al cabo ella era una joven sola, no solitaria. Aunque eso, quizá cambiase con el pasar del tiempo. Y además, muy apuesta.
Sus facciones le habían permitido ser considerada, con justa razón, una de las muchachas más bellas de aquella zona, con aquellos ojos verdes y ese pelo negro que llegaba hasta poco antes de su cintura. Poseía una altura considerable y tenía un buen cuerpo.
Pero además la caracterizaba una profunda belleza interior.
Así era Alanis, una joven ocupada por su propio destino, dispuesta a hacer todo lo que estuviera a su alcance para poder llenar ese vacío que a veces se instalaba en ella sin su permiso.
Arribó al pueblo y al bajarse del autobús, pensó por vez primera que aquel lugar había permanecido igual en años. No se le había ocurrido esto antes, pero vio que las personas eran las mismas, los lugares donde comprar no habían sufrido refacciones ni nada parecido, el paisaje, por más humanizado que fuese, era el mismo. Y ella ya tenía veinticuatro años, y todo seguía igual. ¿O quizá era ella la que cambiaba en aquel espacio? Esta pregunta se le ocurrió mientras avanzaba hacia la biblioteca y no le agradaba en absoluto tener que pensar en temas importantes mientras caminaba atendiendo a otros factores.
Al atravesar la acera repleta de personas que compraban, un hombre que vendía flores le ofreció una. Fue sólo un instante que para los demás no existía. Ella miró fijamente los ojos de aquel viejo que podía ser su abuelo y él, esbozando una sonrisa, extendió su mano, con irremediables arrugas que dejaban plasmado el paso de los años, y le dio una rosa blanca. Eran las preferidas de Alanis y en aquel momento se convertían en el mejor regalo posible. Ella la recibió agradeciendo con una sonrisa y una mirada cálida. Y siguió su paso.
La biblioteca no se encontraba tan lejos de donde ella estaba y al fin pudo arribar a la misma. El edificio no representaba a una familia de clase alta, ni lo caracterizaba una arquitectura gótica o romana, sólo se trataba de un espacio que había sido construído varios años atrás, con el propósito de que las personas encontraran en él, palabras verdaderamente significantes, que suenan mejor cuando uno las lee en silencio.
Subió los dos escalones y sacó de su bolsillo las llaves para poder abrir. Al entrar, percibió un aroma que hacía tiempo no lograba recordar. Era el perfume de la casa de su abuela, la cual se encontraba cerca del bosque. Habían pasado ya cinco años que ella había fallecido, y a Alanis le costaba mantener su memoria olfativa. Pero si había algo que quería evitar, era el hecho de olvidar aquellas cosas que, alguna vez, la habían hecho sentir feliz. Y la casa de su abuela era una de esas cosas. No se atrevía a entrar en ella sin que su abuela estuviese allí y fue por eso que poco a poco fue olvidándose de ese aroma que la caracterizaba. Pero lo relevante era que, en aquel día monótono de su vida, normal, igual a los anteriores, ella lo había recordado. Entonces se convenció de que aquello convertía a ese día en algo especial.
Encendió las luces, dejó su bolso en una silla, y comenzó a recorrer los cuatro pasillos con los que contaba la biblioteca. Todo estaba tan ordenado, tan quieto, tan igual, que comenzó a hacer una comparación entre aquello que veía y su propia vida.
Algún libro tendría que caerse, pensó. No puede ser que siempre encuentre este lugar igual. Aunque hay que destacar ese aroma, que aún permanece. Es extraño, es como si de pronto este sitio hubiese adquirido algo de vida. Vida humana, claro. Porque los libros mantienen firme a esta biblioteca. Amo leer. Es algo que me enseñó mi abuela. Y ahora que no esta aquí, al menos físicamente, este amor va creciendo cada día más. Es que en ellos encuentro aquellas palabras que mamá no logra decirme, o que cualquier otra persona no logra pronunciar cuando estoy mal.
Es increíble, los libros hacen que me vuelva vulnerable a los sentidos. Algún día escribiré uno, ahora sólo me ocupo de que estas palabras le lleguen a las personas. Y como ya son las diez, inevitablemente, ha llegado el primer cliente.
Alanis concluyó su monólogo interior y se dirigió hacia el mostrador, donde ya se encontraba el primer cliente.
Cuando se encontró frente a él, vio que se trataba de un extranjero. Su aspecto era agradable, no era de esos que abandonaban su cuidado por caer en los brazos de otro país. El joven le solicitó un libro de drama, escrito por un argentino. Alanis se lo facilitó y él se despidió alegre.
La mañana transcurrió sin grandes acontecimientos y antes de las tres de la tarde ella se encontraba de regreso a su casa.
Cuando llegó, se recostó en su sillón preferido y escuchando una música lenta mientras miraba el paisaje, pensaba:
¿Qué será aquello que los demás llaman amor? O mejor, ¿qué será el amor en mi vida? Puedo contar con los dedos de mi mano las escasas veces que sentí amor, que me enamoré. Aunque esas relaciones duraron relativamente poco. Debe ser que este sentimiento (o decisión) depende de mis características como persona. No soy posesiva, definitivamente soy liberal. Pero esto no es algo que haya ocasionado problemas. Los hombres de los cuales me enamoré han tenido algo en común, ahora que lo pienso: eran personas con objetivos diferentes a los míos. Ellos buscaban adentrarse en el mundo, quizá más de lo debido, eran superficiales y no les agradaba la idea de vivir en un bosque. En fin, ellos buscaban lo opuesto a mí. Pero debo reconocer que a pesar de esto, alguna vez me amaron. Eso es lo que importa. Muchos dicen que vivimos sólo para encontrar a nuestra alma gemela. Mamá decía que la vida era sabia y que ella sabría cuando sería el momento justo para que encontrase en mi camino al hombre de mi vida. Creí fervientemente en sus palabras hasta que vine a vivir sola, aquí en el bosque. El contacto directo con la naturaleza me hizo pensar y reflexionar acerca de todo lo que dicen, piensan, escriben acerca del amor. Sé que es algo importante, que sin él la vida misma no tiene sentido alguno, pero a veces se vuelve complicado distinguir el amor. Y cuando esto ocurre surgen otras cuestiones. Muchas personas utilizan una frase, quizá por costumbre dicen te amo cuando a veces ni siquiera lo sienten. ¿Para qué decir algo que no existe? ¿Para qué aparentar?. No me preocupo, a pesar de todo. Soy joven, tengo apenas veinticuatro años y cuando esa persona llegue, yo lo sabré por el brillo en sus ojos y esa sensación difícil de describir que se siente, según los demás, cuando te encuentras frente a tu complemento.
Alanis era una joven decidida, segura de si misma. Estaba próxima al estereotipo de la perfección. Era alegre, divertida, pasional, impulsiva, intensa.
Aunque a veces se le instalaba en el pecho esa extraña sensación de estar vacía. Y aquellos eran los únicos momentos de su existir en los que su alma no sabía que hacer. Se sentía invadida de algo que no le pertenecía, se encontraba de pronto sola en un mundo de adversidades, donde su única protectora era ella misma. A veces, para escapar de estas situaciones, pensaba, se dejaba llevar por impulsos, hacía cosas de las cuales después no estaba orgullosa. Había buscado miles de veces una explicación a todo esto, pero aún no la encontraba. En verdad, en aquellos momentos sólo quería desaparecer, como si nunca hubiese existido.
El atardecer llegó y se fue sin dejar rastros. Alanis lo observaba calma.
Antes de dormir, acostaba en su cama, volvía a caer en sus pensamientos. Muchos le decían que era bella, realmente bella. Pero, ¿qué era la belleza?.
No sé que entenderán los demás por belleza, pero me pregunto si sólo se fijan en lo exterior. Mamá y papá, por ejemplo, saben apreciar mi belleza en toda su expresión. Es eso lo que ellos siempre me repiten; dicen por un lado que dispongo de todas las herramientas necesarias para atraer a quien quiero. Y por otra parte, me reconocen una persona dulce, dedicada a los demás, pero al mismo tiempo defensora fiel del individualismo, sin caer en lo absurdo y lo extremista, fiel a mi misma, luchadora. En definitiva, una verdadera apasionada de la vida. Pero fuera de todo esto, ¿dónde es que existe la belleza? ¿Es acaso una cualidad del objeto? ¿O simplemente se trata de la mera interpretación del sujeto?
Y así como estaba, acostada mirando el techo de su habitación, el sueño llegó. Y al abrir sus ojos, el sol se filtraba por sus cortinas, anunciando la llegada de un nuevo día.
Hoy también debía ir a su biblioteca, porque las personas tienen ganas de leer todos los días, eso es lo que le había dicho su abuela cuando le entregaba aquello tan preciado para ella.
Y así fue. Repitiendo el mismo itinerario del día anterior, llegó a su biblioteca y comenzaron a venir clientes, de todas las edades, de ambos sexos. Aquella era una biblioteca que guardaba las respuestas a cualquier pregunta que alguien pudiera formularse.
En un momento de la mañana, luego de haber atendido a varias personas e intercambiar algunas palabras con las mismas, se quedó pensando mientras ordenaba libros. Y en su mente, aparecieron imágenes del día anterior y del anterior, y de la semana que ya había pasado. Muchos de esos días tenían algo en común: el hecho de repetir siempre, la misma rutina, el pegajoso itinerario que se instalaba en su cuerpo, sin querer despegarse de ella. Y aquello la dejó un poco melancólica. El mediodía ya estaba sobre el pueblo y Alanis cerró su biblioteca y se dirigió a la plaza que se encontraba en medio del lugar.
Al llegar, se sentó en uno de los bancos que daba a la fuente. Y eso le trajo recuerdos. Cuando era niña, su padre la llevaba allí todas las tardes y le decía que pidiera un deseo, algo que ella en verdad anhelara, y luego le decía que arrojara una moneda de cobre, de las viejas. Alanis ya no recordaba todo lo que una vez había pedido, pero volver allí luego de tanto tiempo, no sólo la hacía pensar en ese momento de su niñez, sino en si misma, en su padre y en el futuro.
Mientras ella recordaba, vio que una niña se acercaba a la fuente, repitiendo lo que ella había hecho tiempo atrás. La imagen la llenó de ternura. Pero aún le preocupaba su vida, tan homogénea, tan igual.
Al atardecer, cuando llegaba a su casa, recordó al joven extranjero que había ido a su biblioteca. Ahora que lo pensaba, él era apuesto. Pero quizá ya era tarde, el chico seguro ya no estaba por allí. Aunque sentía unas terribles ganas de volver a verlo.
Y luego se preguntó:
¿Hace cuánto no salgo con alguien? O mejor, ¿hace cuánto tiempo que no tengo sexo? Si mamá (o cualquier otra persona) supiera lo que estoy preguntándome en este momento, diría que soy una pervertida, que me dejo llevar. Pero es que hay personas que no entienden que el sexo es esencial en la vida de los hombres. Es importante para el organismo. Pero todos prefieren defender su puritanismo antes que aceptar que entre las sábanas se olvidan de los tabúes. Así es la mayoría de la gente. Pero por suerte yo soy realista. Es algo que debo agradecer.-

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